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Sobre este blog

Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Despistados anónimos

¿Dónde dejé el plátano? |

Marcos Díez

Alguien tenía que decirlo: un despistado no es una persona que no preste atención, que no se esfuerce, al que no le interesen las cosas que olvida (bueno, quizá un poco de lo último sí que hay). Los despistados tienen un toque un poco tierno, al menos al principio. Qué gracioso, ha metido el azúcar en el microondas. Al principio tiene cierta gracia. Solo al principio. El despistado, para su desdicha, pasa a ser considerado bastante pronto como el responsable de sus despistes. Ay, qué error más grande y cuánto sufrimiento ha generado culpar injustamente a las personas despistadas de sus despistes. ¿Imaginan culpar a un cojo de su cojera? Venga, que no te esfuerzas, si no andas bien es porque no pones atención. Un despistado acaba siendo definido, casi siempre, como un desastre. El tono sigue siendo un poco cariñoso pero poco a poco el cariño deja paso al enfado: “no te fijas”, “solo prestas atención a lo que te interesa”. El lenguaje hace mella y muchos despistados acaban hundidos y culpándose a sí mismos de su desgracia.

Pues no, el despistado no es culpable de su desgracia. El despistado es así. Un despistado no es que no preste atención, es que su mente está en otro sitio cuando lleva a cabo ciertas acciones cotidianas. Se podría decir que el despistado es a veces como un autómata. No es que no preste atención al lugar donde guarda las llaves, es que cuando guarda las llaves no se da cuenta de lo que está haciendo con lo que ni siquiera puede elegir prestar atención a esa acción concreta. Y, claro, cuando no encuentra las llaves el despistado ni siquiera puede recordar donde las ha colocado porque su cerebro no ha registrado ese momento así que se enfrenta, desolado, a un vacío, a un gran misterio porque su mente está llena de lagunas, de insondables agujeros negros a los que van a parar miles de pequeñas acciones cotidianas. Y mientras se asoma a ese abismo de la memoria tiene que soportar que otros le acusen de no haberse esforzado lo suficiente. Ser despistado no es algo que se decide, es algo que pasa.  No se puede elegir y no se puede curar y (aunque muchos profesionales consideran que sí) creo que no se puede educar.

La mente del despistado se abstrae del mundo exterior con demasiada facilidad, no es algo que el despistado elige sino que simplemente ocurre. La mente, ensimismada, comienza entonces a divagar por un mundo privado, íntimo, un lugar en el que se reflexiona y se piensa de una forma un tanto vagabunda y errática, sin rumbo fijo. Mientras eso ocurre dentro, el cuerpo actúa como guiado por un piloto automático: coge y deja cosas, guarda objetos, se cruza con personas por la calle y otras muchas cosas de las que la mente, claro, no se entera, así que no las registra o registra de una forma difusa.

A los despistados, eso sí, lo que verdaderamente nos hace daño, lo que destroza de forma definitiva nuestra reputación ya de por sí bastante frágil,  son los falsos despistados. Ya saben, esas personas que se enteran de todo, que tienen siempre la cabeza sobre los hombros pero que se hacen los despistados para justificar ciertos olvidos imperdonables. Hay auténticos expertos en este arte. Los falsos despistados, por suerte, son fáciles de identificar, hay una regla básica: un falso despistado nunca olvidará nada que le perjudique a él mismo (llaves, bolsos, carteras, la hora de su propio examen o una cita con su médico) y, sin embargo, olvidará en muchas ocasiones cosas que afectan a los demás.

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