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El paréntesis veraniego de los niños saharauis

Un grupo de niños saharauis juega en un campamento de refugiados en Tinduf. | ALOUDA

Rubén Vivar

Todo estaba preparado. En unos días, Rubén Crespo y Patricia García iban a disfrutar de una semana de vacaciones en la ciudad del amor. París les esperaba. Sin embargo, una llamada de teléfono dio un giro de 180 grados a sus planes. La hermana de Rubén, que se encontraba como cooperante en los campamentos de refugiados del pueblo saharaui, les pedía ayuda. La familia de acogida de Hach, de 14 años, había tenido que renunciar porque se habían quedado en paro y su situación económica era delicada. En apenas unas horas había que buscar una nueva familia para el niño, que tres meses antes se había quedado huérfano. 

De esto hace ya tres años. En aquel momento tanto Rubén como Patricia no tenían mucha idea sobre el conflicto saharaui, la ocupación marroquí, el abandono del Gobierno español a su antigua colonia o los campamentos de refugiados en el desierto de Argelia. Ahora, sentados junto a Hach, hablan con un profundo conocimiento del origen y las causas de la disputa, describen la vida dentro de los campamentos y exponen con congruencia el sentir del pueblo saharaui. Y por supuesto, reclaman soluciones.

“En el trasfondo de todo está Estados Unidos”, afirma Rubén. Cuando en 1974 el Gobierno de España comenzó el proceso para la descolonización del Sahara Occidental, el rey de Marruecos, Hassan II, planeó la ocupación del territorio a través de la conocida como Marcha Verde.

A pesar de que el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya hizo una declaración a favor del derecho de autodeterminación del pueblo saharaui y de que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas solicitó la retirada de la invasión, Marruecos hizo caso omiso y el Gobierno español, que todavía dominaba la región, no actuó y abandonó así a su suerte a la que durante varias décadas había sido una más de sus provincias.

Tampoco intercedió ninguna potencia mundial. Es más, “Estados Unidos apoyó a Marruecos para evitar que el Sahara pudiera convertirse en un país aliado de la Unión Soviética”, apunta Rubén.  

De este modo, la noche del 26 de febrero de 1976 se arrió la última bandera española en el Sahara Occidental, consumándose oficialmente la dejación de la Administración del Sahara por parte de España, lo que condenó a los saharauis al éxodo, bajo los bombardeos marroquíes, a la guerra y al exilio en campamentos de refugiados situados en lo mas árido y duro del desierto argelino, “la hammada”.

Vivir en el desierto

En la actualidad unas 165.000 personas viven en el desierto, según los datos del Frente Polisario -el movimiento nacional de liberalización-. Sus habitantes están repartidos en cinco campamentos, cada uno de ellos con el nombre de una de las ciudades del Sahara. El de Hach es el Aaiún, según señala él mismo en perfecto castellano, ya que, a pesar de todo, el español es el segundo idioma de los saharauis. 

“Los campamentos son un ejemplo de organización. Su diseño quedó en manos de las mujeres al irse los hombres al frente. Ellas, lo primero que pensaron fue en cubrir las necesidades básicas, especialmente, en sanidad y educación”, expone Amaia Caracedo, que, junto a su hija Itziar Canales y Salomé Preciado, se une a la conversación. “Si hubieran intervenido los hombres, lo primero habrían sido los bares. En vez de eso, hay guarderías, colegios...”, bromea Rubén. 

Todos son miembros de la asociación cántabra por el Sahara libre Alouda, que este año se ha sumado por primera vez al programa 'Vacaciones en Paz'. Este plan, impulsado por el Frente Polisario, cumple ahora su 20 aniversario y permite traer en verano, durante dos meses, a saharauis menores de 14 años por un tiempo máximo de 4 años.     

Para un occidental es difícil comprender que los niños se marchen “igual de felices” que han estado durante su estancia en nuestro país. “Tienen una mentalidad africana, de 'carpe diem'. A pesar de su situación, ellos allí son felices. Se sienten saharauis, y cuando regresan están deseando contar a sus padres y hermanos lo que han hecho”, explica Rubén.

La “frustración” de la electricidad

En la actualidad, en los asentamientos han comenzado a construir mezquitas y también han iniciado la instalación del tendido eléctrico, un desarrollo que les genera un sentimiento enfrentado. “Sienten frustración de ver cómo el campamento avanza. Algunos todavía guardan las llaves de sus casas. Siempre han pensado que la vida en el desierto sería algo temporal”, comenta Amaia. Sin embargo, la ocupación del Sahara Occidental está a punto de 'celebrar' su cuarenta aniversario.

Las casas siguen siendo un tanto precarias. Están construidas de adobe y los techos son “de lo que encuentran”, generalmente chapa. Por eso, cuando llueve, se deshacen.

En cuanto a la educación, los jóvenes saharauis pueden cursar en los campamentos hasta Secundaria, y para realizar estudios superiores tienen que acudir hasta Argelia, donde se encuentran con el problema del idioma.

Aunque tienen “las mismas inquietudes que el resto de jóvenes” y “muy pocas opciones”, no quieren abandonar a su pueblo. “Ven que la causa no avanza y se rebelan”, aseguran los integrantes de la asociación, que han estado en diversas ocasiones en los campamentos. “Ahora con los móviles tienen una ventana abierta al mundo y son más conscientes de lo que no tienen”, apostillan explicando una de las causas del aumento de la indignación entre los adolescentes.    

Esperanza de vida: 52 años

La mayoría de los hombres trabajan dentro de la organización del Frente Polisario. También se dedican al pastoreo y al pequeño comercio, mientras que las mujeres son las responsables de la organización del campamento, del reparto de alimentos, la educación de los niños...  

“Una de las cosas que más le llamó la atención a Hach fue ver a nuestras abuelas de 80 años”, apunta Patricia. Y es que la esperanza de vida en el desierto argelino es de 52 años. “También recuerdo cuando vio a un hombre sentado en el suelo y nos preguntó qué hacía. Le explicamos que estaba pidiendo y no lo entendía. ”En el Sahara, si uno tiene hambre, todos nos ayudamos“, respondió el joven.  

Hach, al igual que el resto de niños saharauis, son conscientes de la historia de su país. “Saben que viven en el exilio, que tienen una casa en otro lugar pero que no pueden volver”. Este es el último año que Hach puede visitar España. A partir de los 14 años no tienen “prácticamente ninguna posibilidad” de salir de los campamentos. Son apátridas, niños sin nacionalidad. 

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