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“Mi vida es triste y si no fuera por Cáritas no sé qué hubiera sido de mí”

Cáritas se ha convertido en la última trinchera solidaria para muchas personas vulnerables.

Javier Fernández Rubio

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Pongamos que se llaman Emilio y Azucena, dos nombres supuestos para tres personas reales a las que les une, sin saberlo, la pandemia por coronavirus, la crisis económica, la exclusión social y la ayuda de Cáritas. En otras circunstancias ellos podrían haber formado parte de las 'colas del hambre' de los que, a las puertas de las parroquias, esperan recibir comida. Pero la imagen, vergonzante, supone un doble castigo para quien no solo pasa penalidades sino que públicamente queda expuesto, lo que es un problema añadido en una sociedad en donde las apariencias importan.

Emilio y Azucena siguen pasándolo mal e insisten en que no se vean sus caras, ni que se dé pista alguna que permita identificarlos. Tampoco Cáritas, la organización que les lleva apoyando y acompañando, en algún caso durante años, desea que la imagen de las colas en la vía pública sigan existiendo. Por ello, insisten en proteger a su beneficiarios, al tiempo que genera recursos alternativos como la tarjeta-monedero que les permite hacer sus compras, en su momento y a su gusto.

Ellos están encantados por partida doble con estas tarjetas de prepago sin identificación: por la ayuda que se les presta y por la dignidad que no se les arrebata.

Con la dignidad puesta a buen recaudo, algo más les une: su desconfianza y crítica de lo público. Es lugar común entre ellos el mal funcionamiento de los servicios por los que han tenido que pasar. De hecho, organizaciones como Cáritas no existirían si hubiera una respuesta adecuada desde lo institucional a los dramas de estas personas.

Historia de Emilio

Prefiere que se le llame Emilio y es uno de los perfiles que rara vez se veían por Cáritas antes de la pandemia por coronavirus y sus consecuencias económicas. Tanto Emilio como su pareja son jóvenes de entre 30 y 40 años de edad que nunca pensaron que caerían por el agujero de la exclusión. Y cayeron en 2020. Ocurrió en Cantabria en donde esta pareja de madrileños con un hijo pequeño a su cargo residía a la sazón. De la noche a la mañana su mundo colapsó con la declaración del primer estado de alarma y, sin haber pensado jamás que acabarían siendo unos de los que se llaman eufemísticamente vulnerables, pasaron del trabajo por cuenta ajena a la exclusión pura y dura y sin paradas intermedias.

“Somos de Madrid -relata Emilio- y la hostelería aquí cerró un viernes. Cuando me di cuenta, puse la tele, vi a Pedro Sánchez y me eché las manos a la cabeza. Teníamos 300 euros y fuimos a comprar, pero ya no había nada en el supermercado”.

La crisis que siguió a aquellos primeros meses de 2020 solo ahora, avanzado ya 2021, comienza a aliviarse. Mientras tanto han conocido todo el catálogo de penalidades que conlleva no tener literalmente nada. Como, por ejemplo, contratar préstamos online y vérselas y deseárselas para devolverlos. Como por ejemplo, trabajar dos meses y medio y no cobrar dos. Como, por ejemplo, recibir ofertas de trabajo consistentes en 18 euros por 10 horas diarias. En esas circunstancias, cualquier ayuda nunca se olvida y quien apareció para ayudar fue Cáritas. Ellos la consideran la clave que les permitió salir adelante y, cuando puedan, “devolveremos el favor”.

“Vino la crisis de la COVID. Perdimos los trabajos, no encontrábamos nada. Tres meses encerrados que nos pilló en bragas y tuvimos que pedir préstamos para seguir adelante”, comenta Emilio.

Tres meses encerrados que nos pilló en bragas y tuvimos que pedir préstamos para seguir adelante

Con los préstamos en la mochila, las ayudas públicas por el paro no fueron lo esperado. Es más, tuvieron problemas para cobrar y, aunque se las vieron y desearon para pagar el alquiler con pequeños trabajos puntuales, no les quedó otra que recurrir a la asistencia social municipal y a Cáritas, a la que llegaron por un conocido que era beneficiario del Banco de Alimentos. Sin embargo, ellos no tuvieron que pasar por las vergonzantes “colas del hambre” como otros, sino que pudieron hacer su propia compra de alimentos con la tarjeta monedero.

“No tenemos más palabras que de agradecimiento. Nuestra situación ha sido muy complicada, pero mi mujer ha encontrado trabajo. No pagan mucho pero seguimos adelante. Somos jóvenes, no pasamos de 35 y tenemos dos brazos y dos piernas”, concluye Emilio.

Historia de Azucena

A Azucena las cosas empezaron a irle mal en 2008. Entonces se desató una crisis, aunque en aquel momento nadie lo sospechara. Con la crisis el negocio familiar quebró, llegaron las deudas con Hacienda y la Seguridad Social, deudas que iban engordando con el paso del tiempo hasta alcanzar el convencimiento el matrimonio de que nunca conseguirían ponerse al día. Las cosas, cuando se tuercen, rara vez acaban ahí y su caso fue ese: con la angustia y la zozobra llegó la la enfermedad. El marido de Azucena tuvo un infarto y ahora es un enfermo cardíaco que consume al día una veintena de pastilla. “Recurrimos a Servicios Sociales, a Cruz Roja, a Cáritas, a quien estoy superagradecida...”

Pero también Azucena pasó por lo suyo. Pesaba en aquel entonces 130 kilogramos, aproximadamente, ahora pesa la mitad después de someterse a una operación. Tanto ella como su esposo tienen reconocida una discapacidad: ella del 50% y él del 34%. Con estos mimbres tiene que afrontar “una crisis que nos hundió económica y psicológicamente” y en donde se sale a flote día a día, recurriendo a los demás.

Con Cáritas llevan dos años de relación. La ONG les ha pagado el alquiler, los suministros básicos, pero ahora son beneficiarios de una tarjeta-monedero que les permite acceder a supermercados y escoger la comida que les gusta. Antes se recibía un lote cerrado de comida, ante el que no cabía discusión. Con la tarjeta, que es válida en numerosos establecimientos, el beneficiario tiene el control no solo del tipo de compra, sino de cómo administra el gasto, tiene la sensación de ser quien toma las decisiones, no un sujeto pasivo.

También la ONG presta acompañamiento mediante un servicio telefónico en el que se interesan por su estado de ánimo y sus avatares. En el caso de Azucena, que tiene 60 años y pesa en la actualidad 65 kilos, la pregunta reiterada es si ya ha encontrado trabajo, porque ella, que sabe que es difícil, todavía no descarta encontrarlo. Mientras, ella y su marido viven con los 560 euros de la Renta Social Básica y del apoyo de Cáritas.

“Soy una persona optimista y muy luchadora. Por muy mal que esté, siempre pienso que alguien está peor. Es un consuelo y facilita levantarse cada día. Porque si me hundo yo, se hunde el barco. Aunque esta crisis no nos ha hundido a mi marido y a mí como matrimonio”, comenta Azucena.

Soy una persona optimista y muy luchadora. Por muy mal que esté, siempre pienso que alguien está peor.

Sigue conservando su círculo de amistades -conserva alguna amiga desde que tenía seis años, afirma con orgullo-, pero no cree en la política, que considera “una falsedad tremenda”. Para ella, lo que los políticos tendrían que hacer en primer lugar es “ayudar a la gente necesitada y, luego, acabar con la picaresca”

A sus 60 años sigue mandando currículos laborales y confía en que, aunque los años son los años, la experiencia y la responsabilidad que comportan sean apreciados en un mundo en que hay valores que se han perdido, dice, como la educación y el respeto. “Con 60 años sigo buscando trabajo”, concluye.

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