Malos tiempos para el patrimonio

En 1999, la Asamblea General de ONU Turismo, estableció un Código Ético Mundial para el Turismo (GCET). Se trata de un conjunto de principios generales que tienen el propósito de guiar a los actores clave del desarrollo turístico, dirigido a gobiernos, sector turístico, comunidades y turista. Para su seguimiento se creó un Comité Mundial de Ética del Turismo (CMET). No viene mal que recordemos a los lectores alguno de los aspectos que abordó dicho Código Ético.

Entre los principios acordados se habla de la seguridad del turista y del respeto por parte de este hacia las culturas, los bienes artísticos o de la armonía de los lugares receptores. En su Art. 2.5 se indica que “se favorecerá la introducción en los programas de estudios de la enseñanza del valor de los intercambios turísticos, de sus beneficios económicos, sociales y culturales, y también de sus riesgos”. En este sentido, no vemos que en las facultades de la región hayan realizado estudios al respecto.

El art. 4.2 dirá que “las políticas y actividades turísticas se llevarán a cabo con respeto al patrimonio artístico, arqueológico y cultural, que deben proteger y transmitir a las generaciones futuras”. El 5. 2. Las políticas turísticas se organizarán de modo que contribuyan a mejorar el nivel de vida de la población de las regiones visitadas y respondan a sus necesidades. La concepción urbanística y arquitectónica y el modo de explotación de las estaciones y de los medios de alojamiento turístico tenderán a su óptima integración en el tejido económico y social local.

El mercantilizar todo el patrimonio inmobiliario de una ciudad en favor de los intereses turísticos y económicos, en vez de defender los derechos de los ciudadanos a vivir en su entorno dignamente conculca, creemos, dicho código.

Sin vecinos, quedarían solamente inmuebles sin el patrimonio cultural inmaterial

Más cuando las instituciones que debieran velar por ese bienestar de los vecinos favorecen la existencia de una gestión turística abrasiva, que arrasa con formas de vida tradicionales, con barrios enteros para la vida cotidiana y la convivencia, contra el propio patrimonio cultural que es el que genera los flujos turísticos, ya que, sin vecinos, quedarían solamente inmuebles sin el patrimonio cultural inmaterial que generó su construcción y uso, con cascos históricos convertidos en meros contenedores de la propia actividad turística, en parques temáticos.

El Ayuntamiento capitalino no ataja convenientemente la apertura de apartamentos turísticos o de inmuebles para su uso hostelero, mientras corre el rumor que se ha cambiado el uso urbanístico del palacio del Canónigo Obrero en la plaza Abdón de Paz de Toledo de administrativo a hostelero. Oímos, impávidos, las declaraciones que realiza un integrante del comité destinado a promover a dicha ciudad a capital Europea de la Cultura de que le ilusionaría ver convertidos doscientas de sus casas-palacio en hoteles de lujo, tal y como hace el arzobispado de Toledo con uno de sus inmuebles situados junto a la catedral. ¿Qué hacemos? ¿Los denunciamos al Comité Mundial de Ética del Turismo?