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El río muerto

Foto: Daniel Diaz Trigo

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“Tú ves cosas moribundas, yo cosas recién nacidas” Shakespeare:

en la voz de Francisco Gómez Porro, de su libro “En el río muerto”.

Recuerdo unos versos de Louise Glück, de su poema 'Sion', en el que describe unas tumbas vistas desde el aire, como marcas o protuberancias en la tierra muy seca, no hace falta transcribirlos, sólo la imagen misma que las palabras han proyectado es lo que finalmente recuerdo; unas tumbas desde el aire como marcas imperecederas en la piel seca de la tierra, testimonios de una vida ya muerta, marcas con inscripciones.

Algo muy parecido a lo que Glück sintió pude experimentar hace cinco años, cuando un 29 de octubre, sobrevolé en globo aerostático la línea del río desde las vegas de Montalban hasta T. El silencio en el aire, sólo roto por el quemador de propano crea ese sonido especial y mágico del vuelo; muy abajo el río muerto, a unos dos mil pies del suelo, una sinuosa línea negra con ribetes de espuma blanca en algún salto de agua en viejos molinos de luz abandonados, los ocres y colores rojizos de la tierra, el verde de las alfalfas de otoño, las líneas de reja de los campos.

Después de dos horas de vuelo lento en globo, T., a unos mil quinientos pies allí abajo, alargada entre la línea negra apenas visible que marcaba como en un mapa la vía de ferrocarril y el río. Justo en momento en el que el globo se situó en la vertical del cementerio municipal, el curso fluvial parecía entrar directo en campo santo y desaparecer allí mismo. Las tumbas, al igual que en el poema de Glück no eran más que marcas, protuberancias junto a las manchas negras de los cipreses.

A la desaparición del río más allá del cementerio ayudó el banco de niebla que envolvía todo el curso de agua en el lugar del salto de los molinos de abajo, y la bruma otoñal de media tarde en las vegas de las Herencias. Ver un cementerio desde el aire es hacerlo desde el mismo lugar de las almas, donde la luz se irisa al contacto del polvo de las palabras que se ausentan del mundo. En ese viaje en globo me acompañó Brodsky, JAB y mi amigo el escritor Ucraniano Z.B. Acostumbrado al frío de su país, en una excursión por el alto Gébalo, en Piedraescrita terminó bañándose el día de difuntos en las pozas del Lanchero. A Z.B. le gustaba hablar en los balcones, decía que le inspiraban por estar demasiado acostumbrado a vivir a ras del suelo, y que ciertas alturas son buenas.

Según él, las catástrofes no suelen llegar solas, sino de tres en tres; por ejemplo, una pandemia podría ir seguida de una gran sequía, y tras la sequía, una serie de terremotos que destruyeran una central nuclear. Como ser singular y estrambótico, colgaba del revés en su casa de Czernowitz los cuadros que sus amigos artistas le regalaban. 'Una casa bocabajo' es uno de sus mejores libros, sus personajes nunca se caen. Siempre que terminaba de hablar, iba a la casa de baño y al poco se oía la cadena del wc. Decía que es por las palabras sucias, todas las palabras sucias que pronuncia a lo largo del día deben irse por un agujero negro.

Para que quedara constancia de su paso por T., J.L. nos fotografío bajo una lluvia como las de antes un 4 de noviembre de 2016 en la terraza de la Bombonera de espaldas al río. Creía en el Homo aequalis de Louis Dumont.

Allí mismo, y apoyado en la barandilla del paseo fluvial, y con los ojos fijos en la isla del Paredón de los frailes dijo –la lluvia es bendita, pronto este río se saldrá de madre, desmadrará, como la historia se desborda en algunas situaciones–. Ahí quedó lo profético de sus palabras hace cinco años ahora. Él desarrolló la teoría de la adiaforización de la conciencia: en tiempos de cambio o convulsión social intenso, y en coyunturas históricas críticas, las personas pierden parte de su sensibilidad y se niegan a aplicar la perspectiva de la relación ética con los demás y con todo lo que les rodea. Así adviene finalmente el mal líquido.

A. Z. murió hace un año de forma tonta, se cayó de una escalera mientras colocaba una bombilla. Sus cenizas las echaron a las aguas del Prut por expreso deseo de su viuda Nadia, pues al él nunca le dio tiempo a decir esta boca es mía.

Hace unos días soñé que el río se había salido de madre, una gran crecida cubría toda la vega fluvial, T. quedaba inundada. Íbamos en una barca neumática por las viejas calles de la ciudad Brodsky, JAB y Z.B, igual que en aquel viaje en globo, después no recuerdo nada más. Montar ahora de nuevo el sueño sería falsearlo, ni siquiera aprecio el color de las aguas en el sueño. ¿Rojizas, negras? Lo único que ha quedado es un fragmento absurdo, como en la mayoría de las ocasiones, de la memoria sólo quedan flashes, imágenes quietas que revuelves para verte en ellas y no ser desplazado muy rápido hacia el futuro.

En la memoria lo peligroso perdura resultando finalmente benéfico, lo anodino desaparece, inversiones de perspectivas. Si no llueve no hay crecida del río, si no vives no hay aversiones y si no amas vivirás seco y nunca serás el homo aequalis. Sólo sé que el sueño del río salido de madre y las recurrentes crecidas no es más que mi sueño perpetuo, mi único sueño a lo largo de todos estos años.

A Z.B. le correspondí con una visita antes de morir, fue en el invierno del año pasado, la catástrofe ya estaba encima de nosotros, de hecho su casa de Czernowitz a las orillas del Prut suele inundarse casi siempre en otoño y primavera, y ese año el río acusaba una larga e infrecuente sequía, cuando lo normal sería haber quedado aislado del mundo durante bastantes días.

Tenía una copia de las musas inquietantes de Giorgio de Chirico boca abajo, era la única que mantenía en esa posición; las otras pinturas, entre ellas una de María Prymachenko, quizás siendo ya consciente de la gran avenida de la historia que se avecinaba, las había dado la vuelta, quedando así en lo que sería la posición normal de un cuadro.

Tomando vodka una noche fría bajo el porche de su casa a las orillas del Prut, dijo que el hombre aequalis camina por los techos del mundo y de las casas, la fuerza de su conciencia es como la naturaleza de las salamandras que se pegan a los muros y a los techos gracias sólo a los spatulae de sus patas.

El hombre nuevo terminara perdiendo la gravedad del mal, y en un futuro será capaz de caminar sobre las aguas y nadar en el aire. En el tejado de su casa tenía una barca para moverse durante las inundaciones.

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