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La historia de un fallecido por COVID-19 renace en el teatro: “La muerte de mi padre, como la de todos, es universal”

María San Miguel y su madre, María José Santos, durante los ensayos

Ángel Villascusa

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En abril, el padre de la dramaturga de la compañía Proyecto 43-2, María San Miguel, fue ingresado en el Hospital de Medina del Campo (Valladolid) por coronavirus. Bernardo San Miguel era un superviviente. En los últimos 16 años había superado tres cánceres y una depresión muy fuerte. Hasta entonces había podido con todo lo que le echasen encima, pero las secuelas que le dejó la COVID-19 fueron severas. Se había dejado 23 kilos en el hospital y mes y medio después, el 29 de mayo, una trombosis derivada de la enfermedad terminó con su vida. 

Aunque con muchas dudas, María ya había presentado la historia que adaptaba en formato teatral los 16 años de lucha de su padre a CONFIN, una iniciativa del dramaturgo Alberto Conejero pensada para que diez creadores elaborasen piezas artísticas sobre sus experiencias durante confinamiento. Las seleccionadas serían representadas Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid. La suya, I' am a survivor, fue una de las elegidas. Con la muerte de Bernardo tenía que reinventarla. No cambió el título ni el protagonista de la historia, porque aunque su padre no superó el coronavirus, no dejó de ser un superviviente. 

El próximo 27 de noviembre, San Miguel estrena en el Réplika Teatro de Madrid la obra que podrá verse también online. La pieza, avisa su autora, no es una elegía ni sirve como terapia. “Para eso ya están los psicólogos”. Sin embargo, reconoce que sí está siendo una manera de llevar el duelo: la suya propia. Quizá, porque, aunque es teatro documental, cuando se sube al escenario “hay algo que se transforma”: la muerte de su padre deja de ser solo suya. Se convierte en la muerte de muchos padres, hermanos, maridos e hijos. “Es una historia íntima, pero universal: hay 40.000 familias cuyas vidas han sido atravesadas por la COVID. Y la muerte de un familiar o de un ser querido nos toca a todos en algún momento”.  

Es sábado por la mañana y María se prepara para ensayar en Medina con María José Santos, la única persona que la acompaña en el escenario: su madre. Nunca había hecho nada de teatro con ella. “Para mí es muy especial y sé que se está exponiendo mucho”, cuenta por teléfono. María José está preocupada y las dudas le sobrevuelan. Cree que si hoy su hija se lo hubiera propuesto habría dicho que no, pero ya no hay vuelta atrás. “Sé que es muy difícil para ella. Aunque bueno, si el día del estreno no puede salir, no me importa. Lo que no quiero es que sufra”. 

Originalmente, Bernardo iba a ser quien la acompañara en escena. “Fantaseaba con que mi padre pudiera estar en el escenario. Porque su cuerpo estaba marcado por las operaciones y me parecía maravilloso poder visibilizar y naturalizar así la enfermedad”. En el proyecto que presentó también había un personaje antagonista, una cocinera de carácter fuerte que servía como representación de todas las mujeres invisibles cuyos trabajos, en aquellos primeros meses de la pandemia, empezaron a ser considerados esenciales. “Esas mujeres que se encargan de los cuidados y de las que solemos olvidarnos”. Su madre ahora representa esa parte. Un papel cambiado, porque la cocinera ya no existe, sino que es la propia María José quien cuenta, en primera persona, los 45 años que compartió con Bernardo.

Hay tantas formas de llevar el duelo por la muerte de un familiar como personas que lo sufren. Esta es una apuesta por el teatro documental con tintes de humor negro. “Era algo que nunca había hecho”, explica San Miguel, que venía de hacer con su compañía 43-2 una trilogía sobre el conflicto vasco. “Yo veía a mi padre y pensaba que era imposible sacar humor de aquí”. Este tono, irónico y mordaz, aunque vitalista, es el que quiere utilizar para contar un drama. “Llevamos a escena nuestra historia familiar y nuestra historia de pérdida, sí, pero es importante recordar que la vida continúa”.

Durante estos meses María ha podido hablar con amigos que habían pasado por lo mismo y se ha dado cuenta de que todos vivieron y sintieron las mismas cosas a las que ahora ella va pone las palabras. Entiende que pueda haber quien se incomode por esta forma de tratar con la muerte. Pero le quita importancia. “Esto no es una lección de lo que hay que hacer o sobre cómo hay que gestionar la pérdida. No es propaganda. Yo he decidido mostrarlo así, pero sin ninguna superioridad moral”. Desnudarse ante el público, contar el dolor que siente y los miedo que la envuelven no le da pudor, sino todo lo contrario. “Me emociona poder mostrar al mundo la persona excepcional que era mi madre y la persona admirable que es mi madre”.

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