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Antonio Escobar, el guardia civil católico y conservador que acabó ejecutado por el franquismo en Barcelona

Ilustración del guardia civil Antonio Escobar.

Marta Aresté Mòdol / Pol Pareja

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Con un crucifijo en la mano y mandando a su propio pelotón de ejecución, el general Antonio Escobar (Ceuta, 1879) murió en el Castillo de Montjuïc de Barcelona un amanecer de febrero de 1940. El mismo piquete que le acababa de matar rindió a continuación honores militares a su cadáver. De poco sirvió que algunos cardenales hubieran intercedido para evitar su muerte: el dictador Francisco Franco ordenó personalmente su asesinato.

La historia de este hombre católico y conservador contiene todas las contradicciones en las que se vieron inmersos una parte de los ciudadanos de este país durante la Guerra Civil. Fue hijo, hermano y padre de militares. A pesar de ser un hombre de derechas, luchó en el bando republicano durante toda la contienda y tuvo un papel clave para apagar el levantamiento fascista en Barcelona durante las primeras horas de la contienda. 

Fue herido tanto por las balas fascistas en Madrid como por los anarquistas en Barcelona y los dos bandos recelaron de él: los golpistas por haberse mantenido fiel a la República. La extrema izquierda por ser un hombre de misa y tener a un hijo luchando en el bando sublevado.

El Gobierno ha homenajeado este miércoles a este general republicano en el cementerio de Montjuïc de Barcelona, en un acto al que han acudido tanto sus familiares como el delegado del Gobierno en Catalunya, Carlos Prieto; el secretario de Estado de Memoria Democrática, Fernando Martínez y la directora de la Guardia Civil, Mercedes González. Ha sido la primera vez que el Gobierno reconoce a este militar ceutí, en un acto al que también han acudido numerosos agentes de la benemérita. 

Una hilera de guardias civiles recorría cuesta arriba el acceso de Sant Lluís del cementerio de Montjuic. Al final se encontraba el nicho n.º 8179, el de Antonio Escobar Puerta. “En posición”, gritaba uno de los guardias y, con el sonido de una corneta, se daba comienzo al homenaje al general republicano. 

Han sido dos los guardias civiles encargados de hacer la ofrenda floral y descubrir la placa que, a partir de ahora, reconocerá a Escobar como una persona ilustre de la necrópolis. “Es un momento muy emotivo. Estamos muy agradecidos de estar aquí”, reconocía Patricia Escobar, bisnieta del general. “No lo conocía, pero me siento muy honrada de pertenecer a la misma sangre que él. Creemos que debemos seguir los mismos valores que tenía mi bisabuelo”, añadía.  

El coronel Escobar vivió dos guerras: la que se produjo durante años en las calles de España, y la de sus entrañas, esa angustia interna que le produjo contemplar el enfrentamiento entre la República y la Iglesia católica. Fue uno de los 47 militares ejecutados en Barcelona tras la Guerra Civil por haberse mantenido fieles a la República. Más de la mitad de ellos pertenecían a la Guardia Civil.

“El episodio más crítico y por el que lo acusaron [en el consejo de guerra que acabó decretando su ejecución] fue la toma de la Iglesia de las Carmelitas en Barcelona, dónde se refugiaron un grupo de oficiales sublevados durante las primeras horas del golpe de Estado”, explica Daniel Arasa, periodista y autor de la biografía Entre la cruz y la República. Vida y muerte del general Escobar. El guardia civil comandaba a su grupo de agentes y, tras un corto asedio, lograron que los alzados se rindieran. Escobar garantizó a los rendidos que se respetarían sus vidas, pero un sector de los amotinados los atacó y murieron varios militares y religiosos. “Él en realidad lo intentó evitar, pero no sirvió de nada”, sostiene su biógrafo. 

Militar desde los 17 años, cuando ingresó como voluntario en el cuerpo armado, en julio de 1936 puso a los agentes bajo su mando al servicio del entonces president de la Generalitat, Lluís Companys, cuando en algunos puntos de España triunfaba el alzamiento fascista. A los pocos meses se incorporó al Ejército del Centro y luchó en Talavera de la Reina y Navalcarnero para detener el avance de las tropas fascistas hacia Madrid, donde posteriormente fue herido en los combates en la Casa de Campo.

Tras recuperarse fue nombrado el responsable de orden público en Catalunya, teniendo bajo su mando todas las fuerzas de seguridad regionales y nacionales de la zona. De nuevo fue gravemente herido durante los llamados hechos de mayo de 1937, cuando en Barcelona se enfrentaron los anarcosindicalistas de la CNT y POUM con la Generalitat y el PSUC.

El presidente Azaña lo autorizó entonces a peregrinar hasta el Santuario de la Virgen de Lourdes, en Francia, en un hecho que también contribuyó a generar suspicacias entre sus compañeros en el bando republicano: muchos pensaron que no regresaría nunca. Volvió a España contra todo pronóstico y fue destinado al Ejército de Levante, donde participó en la batalla de Brunete y en varios combates en la zona de Teruel.  

En octubre de 1938 fue nombrado Jefe del Ejército de Extremadura, donde se hizo cargo de la última resistencia republicana. Se acabó rindiendo ante el general franquista Juan Yagüe -conocido como el carnicero de Badajoz- en Ciudad Real a finales de marzo de 1939. Fue el último general republicano que se rindió ante el fascismo.

“Ha sido un camino muy largo, muy triste y muy incomprendido, el que la Familia del General Escobar ha recorrido desde aquel trágico 8 de febrero de 1940, fecha en la que un pelotón de fusilamiento de guardias civiles cumplimentó una injusta sentencia de condena a la pena de muerte”, ha declarado el portavoz de la familia, el coronel Núñez Calvo, durante un acto posterior en la Delegación del Gobierno en Barcelona. 

Para su biógrafo, Escobar representa tanto la fidelidad como la reconciliación con la memoria histórica porque aunque podía huir del país, no quiso y se mantuvo fiel a sus principios. “Antonio pidió a sus hijos que no odiaran y que perdonaran todo lo que había pasado”, explica. “Era consciente de que había sido injustamente condenado, pero sabía perdonar”.

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