Su abandono no impide que todavía se levante imponente como un símbolo y un manifiesto de la historia del Prat de Llobregat. L'Artesà no es un edificio cualquiera. Con un teatro de setecientas sesenta y ocho localidades -tan sólo ciento menos que la sala grande del TNC, una cafetería muy amplia y un buen patio-, es difícil describir en palabras lo que ha representado por la ciudad y su gente. El teatro se convirtió en una pieza fundamental en la vida social y cultural del Prat: de la edición del Avenç, boletín literario y catalanista propio del Renacimiento, los conciertos y los bailes de fiesta mayor en la pista, pasando por la programación teatral y de cine, el espacio incluso acogió los ensayos teatrales de nombres destacados como Núria Espert y su compañía (La tempestad, de Shakespeare y con dirección de Jorge Lavelli, en 1983) y Dagoll Dagom (El Mikado, de Gilbert & Sullivan, en 1986). Con el advenimiento de la democracia, y por causas diversas que en parte se repiten en otros casos de entidades (cambio de hábitos, caída del asociacionismo, frágil situación económica tras el franquismo, empuje de los equipamientos públicos...), la actividad del Artesà decayó a lo largo de las décadas de 1970 y 1980. En 1982 el diario Delta promovió la reivindicación con el lema “Salvem l'Artesà”. Más tarde, en 1987 el centro fue arrendado por el Ayuntamiento, que en 1988 cerró la parte del teatro, alegando el mal estado de la construcción. En 2003 el Ayuntamiento pasó a ser el propietario y se reabrieron el bar y los espacios exteriores, mientras que la sala de teatro, que presentaba un estado de deterioro preocupante se ha agravado con el paso del tiempo.
El pasado año, el Ayuntamiento del Prat hizo un concurso para construir un teatro nuevo y más funcional, con dos salas. Se presentaron 45 proyectos y de los cinco finalistas, de despachos de arquitectura muy reconocidos, el jurado eligió el proyecto de los arquitectos Bosch y Forgas. La intervención implica el derribo del teatro actual, aunque quiere recordar su imagen y mantiene los principales elementos catalogados. El objetivo es hacer un teatro con una sala grande para 600 personas, con una sala más pequeña para unas 150, con salas de ensayo, con camerinos. Un teatro moderno para ubicar el Prat en el eje central de los equipamientos culturales modernos del mapa español. La Plataforma Salvem l'Artesà, que ha puesto en marcha una campaña para conservar el teatro, cree que la sala no se tiene que derribar porque es de los pocos elementos de patrimonio que se conservan en el Prat. También cuestionan como se ha hecho el proceso de definición del nuevo teatro. Denuncian que el ayuntamiento ha convocado y elegido un jurado donde la mayoría de los miembros están directamente vinculados con el consistorio. La Plataforma Salvem l'Artesà pide que se detenga el actual proyecto y que se abra un proceso de participación en el que los vecinos y las vecinas y las entidades del pueblo puedan decidir cuáles son los usos que quieren dar al edificio.
El Prat podría seguir el ejemplo de Manresa cuando en 2014 decidió el destino del Teatre Conservatori, un equipamiento emblemático de la ciudad que data de la segunda mitad del siglo XIX. Los partidarios de su conservación y restauración ganaron la consulta con casi un 90% de los votos. Alineados con los movimientos vecinales contrarios al derribo de teatros como el Conservatori o L'Artesà, encontramos el Observatorio de Espacios Escénicos. Como “observadores” e investigadores de las relaciones del hecho escénico con la arquitectura y el urbanismo, desde hace un buen número de años documenta casos de teatros con diseños extraordinarios pero abocados a una existencia lamentable: equipamientos espléndidos y caros, que acogen un programa artístico insignificante, cuantitativa y cualitativamente. Son las llamadas Arquitecturas de impacto que con el tiempo acaban convirtiéndose edificios tristes y solitarios. Teatros que, cuando acogen un espectáculo, a menudo se ven constreñidos a una disposición espacial rígida, con relaciones inamovibles y poco imaginativas del público y de la escena.
En esta dirección, la Plataforma Salvem l’Artesà, reconoce que un edificio que tiene un siglo debe adaptarse al 2016 y por lo tanto se deben hacer modificaciones y los cambios adecuados, pero estos cambios no pasan por su derribo sino para ponerlo al día. El Ayuntamiento del Prat afirma que los usos se han consensuado con las entidades locales, que el proceso de participación ha sido suficiente y que técnicamente la rehabilitación del actual teatro es imposible porque, dadas las características de la platea, el escenario y los balcones, no cumple ninguna de las normas que requiere un equipamiento moderno y se haría imposible adaptarlo a los usos actuales. Prevén que las obras, con un coste de 12 millones de euros, podrán empezar en mayo del próximo año y estar terminadas a finales del 2018. La coyunturas en que se ha ido viendo inmerso el Artesà podría abrir a todo tipo de posibilidades. Soluciones basadas en el respeto y la transformación patrimonial, rehuyendo tanto de posicionamientos conservadores, como del arrebato arquitectónico, para reactivar un espacio significativo que tenga como base material su valioso edificio. La historia dice que los teatros que fueron, muchos de los cuales sólo queda la fachada, difícilmente resucitarán negando que su existencia ha contribuido a forjar nuestra rica cultura social y teatral.