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El invernáculo de Barcelona se convierte en refugio de personas sin techo

El invernáculo de Barcelona se convierte en refugio de las personas sin techo. (Foto: Cristina Palomar)

Cristina Palomar

Barcelona —

A pocos metros del millonario y lujoso Centro Cultural del Born, el proceso de degradación del centro monumental del Parque de la Ciutadella no tiene freno. El antes emblemático triángulo cultural formado por el Invernáculo, el Museo de Geología y el Umbráculo se ha convertido desde hace unos meses en el refugio permanente de un grupo de personas sin techo que malviven ante la mirada indiferente de los turistas y el desinterés manifiesto del Ayuntamiento de Barcelona.

Aprovechando que en uno de los extremos hay una fuente pública, el pequeño grupo ha improvisado un campamento de la miseria en el trozo de parcela que separa el Invernáculo del Museo de Geología. Entre unos matorrales han montado una pequeña cocina y los escasos víveres los tienen guardados en un carro de supermercado medio camuflado. Si hace buen tiempo, suelen dormir en improvisadas ​​camas junto a la pared del museo y durante el día toman el sol, piden limosna a los turistas despistados y charlan en los bancos que rodean la plaza.

El estado de conservación lamentable del Invernáculo ha convertido los monumentales soportales de vidrio y hierro de este emblemático edificio del arquitecto Josep Amargós i Samaranch en una especie de albergue de indigentes cuando hace mal tiempo. Incluso, a veces, se han instalado con pequeñas tiendas de campaña. Algunos de ellos aprovechan la reja del edificio para tender la colada y atar las bicicletas, mientras que la pared que da al solar del campamento se ha convertido en la letrina oficial del grupo aprovechando la espesa vegetación.

Que la miseria llama a la miseria lo corrobora el estado de abandono del Invernáculo por parte del consistorio de la ciudad. Este hermoso edificio, construido en 1884 como complemento de la Exposición Universal de 1888 siguiendo el ejemplo de la Torre Eiffel, hace años que está cerrado y se está cayendo a pedazos ante la mirada resignada de los barceloneses que, como yo, crecieron admirando los minerales fluorescentes de la sala oscura del Museo de Geología, imaginando los dragones volando sobre el Museo de Zoología y jugando al escondite en la selva del Umbráculo.

Las plantas exóticas que habitan las dos salas que rodean el porche del Invernáculo, y que un día maravillaron a la Barcelona de los milagros y dieron calor a un restaurante y conciertos de música que se organizaban las noches de verano, han terminando rompiendo los cristales y ya sobresalen del edificio en algunas zonas. Mientras tanto, la fachada está llena de cagadas de paloma, el hierro sigue oxidándose y la pintura de las paredes está saltando por la humedad y la falta de mantenimiento.

Ya sabemos que la memoria oficial siempre es selectiva.

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