El Tribunal Supremo acaba de confirmar que el gran hotel del Algarrobico en Carboneras (Almería) fue edificado en una área no urbanizable y podrá de ser demolido, dentro de una larga batalla legal que paralizó las obras diez años atrás. El mastodóntico edificio inacabado se ha convertido en simbolo de muchas otras reparaciones pendientes de los excesos urbanísticos, en el litoral y no solo en el litoral.
En Catalunya el programa Life de la Comisión Europea ha otorgado una subvención de 2 millones de euros para la desurbanización del paseo marítimo abandonado de La Pletera al sur de El Estartit (donde debían levantarse los bloques de apartamentos de la urbanización Els Griells), a fin de recuperar las lagunas, marismas y prados inundables del Bajo Ter a lo largo de once hectáreas costeras, en los conocidos como Aiguamolls del Baix Empordà.
La restauración del paraje del Pla de Tudela, donde operaba el hoy derribado Club Méditerranée del Cap de Creus, ha recibido varios premios internacionales como prueba de que demoler y restaurar puede resultar tan noble, constructivo y necesario como edificar. La historia del urbanismo se ha hecho con frecuencia sobre las ruinas de la etapa anterior, en un cambio permanente del escenario de vida sin el que todavía nos encontraríamos en la era de las cavernas.
La Barcelona de hoy, por poner otro caso, sería difícilmente transitable sin la cantidad de dinamita desparramada la primera década del siglo XX para abrir la Via Laietana y conectar el Eixample con el puerto, trinchando inevitablemente un sector de la Ciutat Vella. La decisión hoy nos parece sensatísima, indispensable.
Allí donde se han cometido tantas barrabasadas urbanísticas, convendría una calculada cantidad de dinamita como en la Via Laietana o el antiguo Club Méditerranée. Demoler y restaurar dentro de lo posible, tal como se hizo en estos casos, ahora tan galardonados.
“No entiendo que se restauren las catedrales góticas y no se piense en restaurar el paisaje espantosamente estropeado de las costas españolas”, declaró en una ocasión el pintor Luis Gordillo. Era concretamente el 21 de junio de 1997 en la galería Cyprus Art de Sant Feliu de Boada, a raíz de la inauguración de la exposición que reunía en el Empordà a cinco de los pintores españoles más cotizados, un escenario que se sigue debatiendo entre la Toscana y Benidorm.