Felipe VI tiene dos grandes retos. El primero es la regeneración de España. El segundo, es Catalunya. Y los dos desafíos están absolutamente entrelazados. Si su ascenso al trono es sólo una medida para salvar la corona, para mantener intacto el reparto del poder en España, para que todo siga igual, su reinado fracasará. A diferencia de su padre, no tiene los resortes políticos del Rey en 1978, ni el reconocimiento alcanzado al frenar el golpe de Estado del 23-F, pero puede convertirse en la pieza maestra de los cambios urgentes que precisa el país.
Felipe VI tiene la oportunidad de convertir su llegada al trono en el inicio de una segunda transición que sea la oportunidad para profundizar en la democracia y la libertad. Para salvar la desafección de los españoles respecto a sus instituciones. Para abrir una vía de diálogo con Catalunya. No tiene la fuerza de los votos, pero si los gestos y las palabras que pueden romper el inmovilismo de las estructuras de poder en España.
Catalunya se implicó a fondo en la primera transición, tal como ha recordado el President de la Generalitat. Más del 90% de los catalanes votaron la Constitución porque entendían que era el inicio de un camino de libertad y democracia compartido con el resto de pueblos de España. Hoy buena parte de los catalanes sienten la Constitución como todo lo contrario, como un freno a sus aspiraciones. Tanto, que amplios sectores de la sociedad sólo ven la independencia como salida.
Y la abdicación del Rey ha situado a Felipe VI en el epicentro del conflicto. El President Mas se apresuró a proclamar que ‘cambiará el Rey, pero el proceso va adelante“. Todo lo contrario del mensaje que llegaba de Euskadi, la comunidad que menos votó la Constitución. El presidente del Gobierno vasco, Iñigo Urkullu, aseguraba que ”se abre un nuevo tiempo para profundizar en la democracia, la libertad y la convivencia“ Y, para ello, reclamaba al nuevo Rey ”el arbitraje necesario para abordar el nuevo modelo de Estado que dé respuesta a las aspiraciones de las diferentes naciones que integran el Estado Español“.
Ironías del destino, quizás desde Euskadi llega el mensaje clave que Felipe VI debería escuchar para oír a Catalunya. El nuevo tiempo sólo tendrá sentido si culmina con un nuevo pacto constitucional. Un pacto firmado desde la plena soberanía, libertad y conciencia. Y de aquí, la legitimidad democrática a la hora de reivindicar el derecho a decidir. A decidir si se construye un nuevo modelo de Estado plurinacional, como pide Urkullu desde Euskadi, o si se transita hacia una república independiente, como clama una mayoría social en Catalunya. Si, en definitiva, España está dispuesta a emprender un profundo proceso de regeneración democrática. Si Felipe VI puede o quiere liderar este reto.