Abrió el fuego Artur Mas el 9 de marzo, en una entrevista en Catalunya Radio: “Si alguien piensa que en dieciséis meses ya tendremos proclamada la independencia le estamos poniendo al Govern un deber que no podrá cumplir”. Podría haberse tratado de un exabrupto del subconsciente, pero días más tarde volvió a la carga Andreu Mas-Colell: “Habría que sacar la cuenta atrás de los dieciocho meses (...) para evitar tensiones innecesarias”. A partir de aquí, una cascada de dirigentes y opinadores se han apuntado al recitativo. El último (hasta ahora), Carles Campuzano, aseverando hace unos días en una entrevista que “necesitamos no entrar en la discusión cansina de los calendarios”.
Pues eso. Si alguno de ustedes se había reservado julio de 2017 para estar en casa y así no perderse el glorioso momento de la declaración de la independencia de Catalunya (o de la “declaración de intenciones”, como la consellera Neus Munté lo calificó a finales de enero), sepa que ya no es necesario, que puede planificar tranquilamente aquel viaje pendiente a Escocia o Quebec, que nuestro tema requiere más tiempo y paciencia. Es de agradecer que nos lo hayan aclarado tan rápidamente, porque es cierto que hay gente con la agenda a tope y de esta manera les evitamos un trastorno. Con suerte, en dieciocho meses (ahora ya casi en quince) nos dirán un nuevo cuándo y un nuevo cómo. O incluso un nuevo qué.
No es necesario que busquen los motivos de este retraso en la famosa hoja de ruta a la independencia; allí no los encontrarán. De hecho, la hoja en cuestión tiene estos dieciocho meses prácticamente en blanco, ya que, desde la llamada “declaración de inicio del proceso” (la del 9-N-2015, tumbada por el TC al que la propia declaración dice que no obedecerá), hasta la declaración de independencia propiamente dicha, lo que según la hoja tiene que hacer el Gobierno catalán es dar voz a la sociedad civil para que vaya deliberando sobre la futura Constitución (o sea, para mantenerse entretenida, ya que en realidad la legislatura constituyente no sería ésta, sino la próxima), y mientras tanto construir las estructuras de Estado. ¿Cuáles? No se concreta, si bien según se ha ido diciendo y publicando las más importantes son la Hacienda y la Seguridad Social propias.
Se supone, pues, que es la construcción de estas metafísicas estructuras lo que está ralentizando la marcha. Ya se sabe, en nuestro ecosistema toda obra pública tiende a experimentar desviaciones de calendario y presupuesto, que pueden ser leves, moderadas o graves, y nadie se rasga las vestiduras por ello. Errar en las previsiones forma parte de nuestra secular forma de entender la vida y la gestión pública, y de la misma manera que la Línea 9 de metro ha tardado y costado el triple del tiempo y dinero sobre lo anunciado inicialmente, pues con esto sería más o menos igual. En toda obra siempre hay imprevistos (una equivocación en los cálculos del ingeniero, una tuneladora que se estropea, un subcontratista que quiebra...) y eso está plenamente asumido. Ahora sería tan fácil como estéril recuperar toda la caterva de dirigentes que antes de empezar a contar los dieciocho meses afirmaban con rotundidad que en “máximo 18 meses” Catalunya sería un nuevo Estado de Europa. Son los mismos que empiezan a admitir ahora lo que de forma alguna admitían antes de enero: que la mayoría es insuficiente y que hay que seguir trabajando para ganar más adeptos a la causa.
Es decir: hagan el favor de no preguntar más por los dieciocho meses, que ya cansa. No molesten, no nos pongan prisas, estamos haciendo la independencia.
Como siempre, hay un grupillo asilvestrado que no entiende nada. Los de la CUP han presentado una moción para repetir la declaración/provocación del 9-N-15, y que de esta manera quede claro que Catalunya sigue sin estar sometida a las órdenes del Constitucional. Quizás no les escama tanto la cuestión temporal como la procedimental. La moción se presenta unos días después de que el Parlament haya confirmado, con los votos de la coalición gobernante, que las escuelas que segregan por sexo continuarán recibiendo concierto económico, entre otras razones, porque así lo establece la Ley... Wert! Si no nos atrevemos ni a desobedecer la LOMCE, mal vamos, deben de haber pensado. A la moción de la CUP han contestado varias personas cabales (Neus Munté, Jordi Turull) que ahora no es el momento del postureo (lo cual debe querer decir que hace unos meses sí que lo fue) y que todo va según lo previsto, y a continuación, como para darles la razón, han aparecido en prensa varios reportajes sobre los pasos que se están dando en la construcción del nuevo Estado. En todo caso, será interesante ver cómo termina esa votación.
He dicho que se supone que son las estructuras de Estado las que obligan a llevar puesto el freno de mano, porque hay otro proceso paralelo, que está muy entrelazado, y que se llama refundación del partido hegemónico, un proceso con el que aspira a mantener la hegemonía sin tenerla que compartir y mucho menos sin tenerla que sostener sobre un socio asilvestrado, posturitas y con ideas de bombero. Una empresa de este calado tampoco quiere prisas ni ruido, por lo que uno ya no sabe si, a la hora de liberarnos del compromiso de los dieciocho meses, ha influido más un posible error de cálculos de los ingenieros de las estructuras de Estado o que la tuneladora de la refundación se haya estropeado. O ambas dos.
Es posible que a mucha buena gente le cueste de entender todo este retraso, pero por suerte existen Manos Limpias y la Fiscalía del Estado. Una buena querella, un mártir en el banquillo de los acusados, y el sol brillará de nuevo.