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El pasado sábado se celebró la primera convención que abría el proceso de primarias que celebrará el PSC de Barcelona el año 2015 para escoger a su alcadable. A mí me invitaron a participar como ponente para aportar ideas sobre el discurso que debe favorecer la cohesión social. Cómo pasar de la inmigración a la ciudadanía, éste era el título de la mesa donde participaban también otros ponentes.
Comenté que, en mi opinión, son tres los discursos que se pueden hacer sobre la inmigración:
1. El asimilaconista. La persona que viene de otro lugar se encuentra una sociedad ya hecha, como insertada en un molde rígido, y lo que tiene que hacer es adaptarse y no pretender cambiar nada. Tiene que ser la persona la que cambie para formar parte de ella.
2. El utilitarista-expulsivo. En los momentos de bonanza, cuando se necesita mano de obra, se abren las puertas, ya sea para ir a buscar la contratación en su origen o bien haciendo la vista gorda ante la cantidad ingente de personas que cruzan la frontera. Ahora bien, en momentos de crisis como los que estamos viviendo, estas personas se ven obligadas volver a su país de origen.
Estos dos grandes discursos lo que hacen es amputarle a la realidad una parte de su complejidad. La esconden bajo una concepción nacionalista de la sociedad (los auténticos y los forasteros) o bajo posicionamientos claramente xenófobos. Por lo tanto, son discursos que nunca se ajustarán a la realidad de una sociedad cambiante ni a la subjetividad de las personas.
3. El inclusivo-integrador. Es aquel discurso que acepta que la condición de inmigrante no es un estatus permanente y que facilita su inclusión como verdaderos ciudadanos.
Algunas de las ideas (y los autores) que a mí me han ayudado a entender tanto el contenido como los límites de este último discurso son las siguientes:
Kwame Anthony Appiah afirma, y yo lo comparto, que la dignidad humana y la libertad individual son innegociables. Todas aquellas ideas o ideología que no admita estos límites no tienen cabida, a mi entender, en este discurso. Por lo tanto, el relativismo cultural no cabría. Nos han de regir los valores universales.
Edward Said y su concepto de orientalismo. No nos podemos conformar con una teorización del otro llena de prejuicios eurocéntricos, construidos a lo largo del tiempo, y que no se ajusta a su realidad compleja. Esta visión reduccionista, ingenua -en el mejor de los casos-, perversa -en el peor-, es una humillación constante a una de las culturas de muchos de los ciudadanos que ya son europeos.
Jorge Steiner hablaba de otro orientalismo que yo también encuentro interesante. Tendría que ver con la fascinación por el otro. Querer imitarlo. Despreciar, por ejemplo, la racionalidad occidental e ir a buscar la espiritualidad de la India, sin darse cuenta de que esta es una visión maniquea del mundo.
Edgar Morin y su concepción del 'pensamiento complejo'. No podemos, como dice él, reducir a la persona a una mínima parte de sí misma. Necesitamos un pensamiento que aborde la complejidad para entender la complejidad del mundo.
Y ligado a esto último, encuentro muy interesante la concepción de la identidad del Amin Maalouf. Nuestra identidad está en permanente construcción. Es como un rompecabezas hecho de muchas piezas y que, a su vez, puede ir incorporando otras nuevas. Esta idea dinámica de la identidad es muy útil especialmente para los hijos de las personas que en su momento emprendieron el proyecto migratorio. Se corresponde más con su realidad. Una de las peores cosas con las que debe luchar la persona es con la identidad prescrita por los demás. Y nuestra concepción mayoritaria de la identidad es una muy ligada al origen.
Y, finalmente, comenté que una de las mejores maneras para desarticular el discurso xenófobo es, en mi opinión, que las mismas personas originarias de otros países y que hoy día son militantes o simpatizante de un partido político, se encarguen de combatirlo denunciándolo pero mostrándose muy críticos también con algunas actitudes defensoras de su propia comunidad que, por otra parte, es tan compleja y heterodoxa como la misma sociedad. Nadie, pues, puede erigirse en su representante absoluto.