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La dura resaca del 9-N y los prolegómenos del futuro

Jordi Corominas i Julián

En noviembre de 1905 los lamentables Fets del Cu-Cut!, con el ejército español luciéndose en su asalto a la sede de la revista satírica y del periódico La Veu de Catalunya, cambiaron las tornas del incipiente nacionalismo catalán y le confirieron una pátina reivindicativa unitaria que culminó con la formación de Solidaritat Catalana. Antonio Maura definió a esa candidatura plural, donde sólo faltaban los lerrouxistas y los dos partidos del turno, como un montón, a lo que el poeta Joan Maragall respondió con su clamoroso “no és un montón senyor Maura, és un alçament, és la terra que s’aixeca”.

Las palabras del poeta servirían para nuestros tiempos, donde quizá a todo el proceso soberanista le ha faltado un intelectual con capacidad de reflexión como la que tuvo el abuelo del president socialista. La euforia duró de 2012 hasta el pasado 9 de noviembre con actos multitudinarios que planteaban una opción de fuerza política que supo sacar partido de las opciones de parte de la ciudadanía, pues hablar de pueblo me parece algo vetusto y una falta de respeto para los que abrazaron la causa con tanto fervor. El ciudadano puede pensar por sí mismo y seguir la corriente si así lo considera justo y necesario, nada debe reprochársele porque como individuo tiene sobrada capacidad de decisión, y eso vale tanto para unos como para otros.

Durante el trienio dorado de Solidaritat Catalana, triunfal en las legislativas de 1907 con 41 diputados de 44 posibles, Francesc Cambó fue el dirigente que tomó las riendas en Las Cortes madrileñas. Sin embargo, y así lo dicta la lógica de repetición histórica, era comprensible que esa unidad haría aguas en algún momento porque era muy complicado aunar tantas sensibilidades distintas en un mismo bloque. El punto de ruptura llegó con la Semana Trágica, donde la división de Barcelona entre pobres y ricos, entre anarquistas, alejados de la euforia catalanista desde una visión social más certera, y burgueses llegó al paroxismo por el envío de quintos del Principado a una guerra africana que se libraba para proteger los intereses de Comillas y Güell.

Por aquel entonces los diputados apaciguaron el calor de esa revuelta de julio de 1909 mediante el silencio. Sin hablar conseguirían que todo cayera por su propio peso. Así fue, y con su mutismo mataron también su prestigio. Ahora la cosa, desde la encrucijada que ha supuesto el día de la consulta, se expresa desde otros parámetros. La jornada después de la votación prosiguió con el soniquete monotemático, pero algo había mutado en la superficie sin que importaran mucho los porcentajes, o sí, porque las encuestas de la semana pasada, donde el independentismo pierde comba por vez primera desde el inicio del proceso, apuntan a planteamientos divergentes con lo que hemos visto hasta el momento.

Los protagonistas siguen siendo los mismos, la división es evidente. De la unidad hemos pasado a un sálvese quien pueda bastante curioso. La apariencia debe ser la de continuar endavant endavant, sense idea i sense plan que diría Pompeius Gener. Mas y Junqueras, los dos presidenciables, montan sendas conferencias. Forcadell, la invitada a quien nadie votó, sigue con sus pontificados de Sibila sin oráculo y el resto de partidos tradicionales abren la boca sin que se les oiga en exceso porque, como acaeció en 1909, todos se han despertado del paréntesis de delirio con una resaca monumental donde, al fin, se ha vuelto a una normalidad que, sin embargo, es sólo un preludio de futuro que no tiene una puerta de entrada muy diáfana, ni mucho menos. Eso lo vemos tanto por la actitud del binomio CiU-ERC como por los supuestos brotes verdes que suponen Guanyem y Podemos.

En el primer caso las propuestas de Junqueras, desde el chantaje con los presupuestos a cambio de elecciones hasta la propuesta de dar a Mas la presidencia sea cual sea el resultado de los comicios, son una especie de despropósito que tiene olor de desunión y falta absoluto de rumbo a la hora de fare política, esa expresión italiana que tanto hemos olvidado en esta legislatura. También deberían aplicársela los dos grandes partidos españoles, que a través de su mareo trasnochado corren el riesgo de hundirse incluso antes de tiempo.

En 1909 la clase obrera también salió derrotada del envite de la Semana Trágica, pero supo refundarse para el mañana con la fundación en el Palau de les Belles Arts, derruido por Franco, de la CNT, con la que aseguraron una nueva potencia que crecería a la velocidad del sonido. El grito desesperado, y prohibido por Prat de la Riba, que lanzó Joan Maragall en La ciutat del perdó fue desoído. Las clases altas y las proletarias no firmaron la paz, aunque la simple mención de la urgencia de signarla mostraba desigualdades sociales que nadie quiso enmendar, y en esas seguimos. A falta de cinco meses para las elecciones municipales y casi un año para las legislativas puede que haya llegado el instante de formular propuestas concretas. Es cierto que los errores ajenos propician que surjan votantes para Ada Colau y Pablo Iglesias, pero todo es hablar en la calle y notar que la gente quiere darles su papeleta con la duda de qué harán, algo que pocos saben con concreción, sospechas que por desgracia crecen porque pese a querer barrer a la casta muchas veces topamos con que los titulares sobre las nuevas formaciones nos hablan de usurpaciones de nombres y presencias de antiguos presidentes catalanes en meetings de Podemos, como ya sucedió hace meses en uno de ERC, y es triste pensar que tanto lo antiguo como el vendaval usen los mismos métodos para ganarse una representatividad, triste porque un gran hombre desmemoriado no aporta legitimidad a ninguno, más bien se la quita porque el ciudadano no tiene un pelo de tonto.

Queremos programas de todos y menos espectáculos. Queremos saber para aliviarnos y creer que sí es posible provocar un terremoto que voltee el orden caduco donde nos han instalado. Nada será instantáneo, pero el camino siempre es más sencillo si las bases de despegue son sólidas.

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