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Sebastià Piera, un comunista del siglo XX

Andreu Mayayo

En un descanso del IX (y último) Congreso del PSUC, celebrado el 10 de mayo de 1997, Gregorio López Raimundo y Sebastià Piera discutían mucho con voz firme ante la mirada atónita de Víctor (Napoleón Figuerola). Los tres eran miembros de Honor del Comité Central de un partido que habían visto nacer y que marcó para siempre sus vidas. Los tres formaban parte de aquella generación alfabetizada políticamente por la II República y que no dudó en defenderla con cuerpo y alma desde las filas de las Juventudes Socialistas Unificadas de Cataluña. Los tres participaron activamente en la resistencia antifranquista, y el torturador Creix les dejó su huella en la parálisis facial de Piera y en el rictus de la sonrisa de López Raimundo (Víctor fue el único que no cayó nunca en manos de la policía). Para los tres su religión fue el comunismo y su iglesia el Partido.

Hijo de maestros y con acento de catalán occidental que nunca perdió, Sebastià Piera nació el día de los Inocentes del año de la Revolución bolchevique. La guerra truncó sus estudios de Derecho y su preparación en la Escuela de Administración de la Generalitat. El soldado de Pandora -como lo definió en Ricard Vinyes en su biografía- combatió desde el primer día y siguió haciéndolo con el Ejército Rojo hasta la derrota del nazi-fascismo. En 1947 volvió a Cataluña para incorporarse a la resistencia. Tres meses después era detenido y torturado brutalmente pero salvó la piel, a diferencia de Joaquim Puig i Pidemunt, Àngel Carrero, Pedro Valverde y el joven Numen Maestros. Sin embargo, su peor condena fue la exclusión del Partido por la sospecha, esparcida por los infiltrados de la policía, que había sido un delator.

A pesar de su destierro del Partido fue deportado por las autoridades francesas a Córcega en 1951, de la que no podría salir hasta 1965, año en que el nuevo Secretario General de PSUC, Gregorio López Raimundo, accedía a revisar su caso y a aceptarlo de nuevo como militante del Partido. Un militante que defendería la Primavera de Praga y condenaría, sin rodeos, la invasión del Ejército Rojo, del que había sido un miembro destacado.

A pesar de la distancia, Piera vivió con pasión la Transición a la democracia en España y apoyó a López Raimundo y al Guti ante la escisión promovida por sus viejos compañeros Pere Ardiaca y José Serradell. Asimismo, dio el paso del PSUC a Iniciativa sin hacer ningún tipo de aspavientos. Piera había sido comorerista, estalinista, eurocomunista, ecologista y lo que la mayoría del partido decidiera. Era un persona de criterio y de convicciones profundas pero, sobre todo, de una lealtad absoluta al Partido y a sus compañeros.

Aquel 10 de mayo de 1997, en la sala de actos del INEF de Barcelona, ​​Sebastià Piera le paró los pies a Gregorio López Raimundo cuando éste lo invitaba a resucitar el PSUC. “Esta vez no te seguiré, Gregorio”, le dijo Piera, y remachó diciéndole “y, además, te equivocas”. Sebastià Piera apostó para enterrar al PSUC (¡claro que le hubiera gustado un funeral más solemne!) y dejó volar Iniciativa per Catalunya sin ningún tipo de reparo ni tutela.

En la vida larga y convulsa de Sebastià Piera lo peor que le tocó vivir fue la desconfianza de sus compañeros de partido y, en estos últimos años, la ausencia de Trinitat Revoltó, una mujer extraordinaria, nacida en el Ermita de la Santíssima Trinitat de l'Espluga de Francolí dos años antes de que Sebastián, y su pareja inseparable desde que se casaron en Moscú el 11 de febrero de 1945, decididos a emprender una luna de miel atravesando media Europa hasta llegar a Francia para incorporarse a la lucha antifranquista.

El azar ha querido que en Sebastià Piera nos haya dejado un 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, en honor, por supuesto, de aquella costurera que puso hilo a la aguja de su vida setenta años atrás en la escuela de cuadros del Partido en Nagormaia, en las afueras de Moscú. Después de 96 años, nuestro gran Napoleón (con permiso de Víctor) descansa en paz en Ajaccio.

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