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La debilidad del nacionalismo español

Miguel Ángel Cerdán

España, como Nación, es poco más que su liga de fútbol. Y como ente, con un mínimo de cohesión, va poco más allá de Madrid, parte de Castilla La Mancha y parte de Castilla y León. Y por mucho que se empeñen los medios de Madrid ésta es la realidad de las cosas, como recientemente se ha visto en la indiferencia que ha despertado en la mayor parte de España, dejando al margen Madrid, claro, la pitada al himno.

Las raíces de esta debilidad, convertida casi ya en imposibilidad, del nacionalismo español, de un nacionalismo similar al francés o al italiano, son profundas y se remontan siglos. Son muchas además las pinceladas y los matices que la explican. Podríamos sin embargo empezar por lo fundamental. Y lo fundamental es que si la Francia revolucionaria, si Napoleón, creó rápidamente hace más de dos siglos la ecole nationale, la escuela nacional francesa, e impuso la escolarización obligatoria de todos, y subrayo todos, los niños franceses, aquí la élite española dejó la educación en manos de la Iglesia y de los Ayuntamientos, y esa Escuela, profundamente elitista, sólo sirvió para sus propios retoños y poco más. ¿Vale la pena insistir que si Francia acabó el siglo XIX con el 10 % de analfabetismo, nuestro país acabó el mismo con el 60 %? ¿Vale la pena recordar como esa situación de una enseñanza elitista sólo para las propias élites se perpetuó hasta la llegada de la II República, II República que fue apenas un breve paréntesis en la historia de la educación española, y que continuó con el franquismo hasta los años setenta del pasado siglo? ¿No es acaso cierto que en 1974 España apenas invertía un 1,4 % de su PIB en Educación? Esa es la realidad de las cosas; una burguesía, unas élites dedicadas únicamente a esquilmar a la población y que huían de financiar cualquier mínima mejora de la situación de los ciudadanos. ¿Podía existir entonces cualquier sentimiento mínimamente nacional que no fuera más allá de la apariencia externa y de la indiferencia interna?

En este sentido, lo ocurrido en Educación no fue más que un apartado de la profunda aversión de las élites españolas a pagar impuestos, a sufragar mejoras sociales y de su profunda querencia por utilizar el Estado en beneficio propio, como por ejemplo cuando se construyó una red ferroviaria, que como la red vial, no articulaba para nada el territorio. De hecho es significativo que apenas existan en las diversas poblaciones de nuestro territorio, a diferencia de lo ocurrido en Francia o Italia, monumentos populares en favor de los presidentes de Gobierno y de los monarcas del siglo XIX.

Toda esta línea directriz de actuación se pudo ver así mismo en el sistema de quintas en el siglo XIX. Así, en lugar de existir una milicia nacional digna de ese nombre, compuesta por todos los ciudadanos con independencia de su condición social o económica, resulta que se articuló un sistema mediante el cual los ricos podían pagar una redención en metálico o pagar a un sustituto para librarse del servicio militar. De resultas de este sistema, en la Guerra de Cuba las decenas de miles de muertos del ejército español las pusieron únicamente las clases populares; los ricos no fueron allí a luchar. También es digno de ver, como Arturo Barea narra magistralmente, la incredulidad de los reclutas españoles que se veían luchando en Marruecos, que no sabían muy bien qué demonios hacían allí, y que pertenecían también únicamente a las clases populares de este país.

Para entendernos, en nombre de la Patria y de la Nación española, la mayor parte de los españoles servía para morir, pero no para recibir servicios dignos de ese nombre y un mínimo amparo.

En este sentido, y tal vez afinando un poco más, conviene recordar como las élites españolas, las más corruptas –no me cansaré de insistir en ello- e inútiles de Occidente, siempre han utilizado y agitado el nacionalismo además como exclusión del otro. No es extraño visto la anterior. Así, conviene recordar como en Abril de  1934, Luciano de la Calzada, diputado de la derechista CEDA, afirmaba que “España es una afirmación en el pasado y una ruta hacia el futuro. Sólo quién viva esa afirmación y camine por esa ruta puede llamarse español. Todo lo demás (judíos, heresiarcas, protestantes, comuneros, moriscos, enciclopedistas, afrancesados, masones, krausistas, liberales, marxistas) fue y es una minoría discrepante al margen de la nacionalidad, y por fuera y frente a la Patria es la anti-Patria”. Es decir, en España el concepto Nación ha sido utilizado como bandera partidista por la Derecha, por la encarnación de las élites, y como medio de exclusión del distinto, del diferente.

En esta línea, y dando un salto en el tiempo, cabe entender la reciente utilización de la enseña nacional –no criticada por nadie curiosamente- por la extrema derecha contra Manuela Carmena. ¿Cómo no puede ser débil pues el nacionalismo español? Y si unimos a ello su desprecio a la condición plural del Estado, a la propia existencia de territorios con lengua propia como Cataluña, Euzkadi, Galicia o la propia Comunidad Valenciana, tendremos un retrato que se aproxime a la realidad. Es decir, patrioterismo barato más exclusión del distinto políticamente y negación de la pluralidad del Estado. Un coctel explosivo pues.

Hay que apuntar así mismo que la puntilla a la existencia de un mínimo sentimiento nacional homologable al de otros países como por ejemplo Francia o Grecia, que nadie lo dude, se lo ha propinado el Partido Popular y Mariano Rajoy. Probablemente no haya partido político que trabaje más contra la Nación española, a pesar de sus pulseritas rojigualdas, que el partido del señor Rajoy. Así, el brutal desmantelamiento del Estado de Bienestar por parte de Rajoy, sus hachazos profundos a los derechos sociales y a las libertades de los españoles, lo que han conseguido es que todavía se haya diluido más el sentimiento nacional español, que la indiferencia hacía una bandera y unos símbolos que agitan con desparpajo los mismos que se llevan el dinero a Suiza o Andorra alcance cotas máximas. ¿Cómo no sentir indiferencia ante lo que agitan unos señores que no sienten el más mínimo pudor ni exhiben el más mínimo dolor ante el sufrimiento que están padeciendo nuestros conciudadanos?

Y sin embargo, yo creo que nuestro país tiene futuro. Creo que las posibilidades de crear una nación moderna e ilustrada, una nación o nación de naciones en la que todos se sientan a gusto y que no sea inhóspita para buena parte de sus ciudadanos, no se agotaron con la II República. Creo que se puede crear una conciencia nacional no excluyente en la que los ciudadanos vean reflejados unos servicios y unos derechos y libertades que hasta ahora le han sido hurtados salvo brevísimos periodos de tiempo. Claro que para ello tendrán que ser descabalgados de una vez los señoritos del cortijo, los que siempre han agitado el patrioterismo para excluir a los demás. Y si no es fácil, también es cierto, créanme, que quedan pocas oportunidades antes de que cada uno tire por su lado. El cortijo y sus señoritos son demasiado insoportables.

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