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Derechos humanos, derechos olvidados

Daría Terrádez

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De nuevo es 10 de diciembre, día en el que se conmemora la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un texto con el que Naciones Unidas intentó curar, paliar más bien, la ignominia del nazismo y del fascismo en Europa. Sin embargo, y tristemente, en la actualidad parece ser que esa efeméride se haya olvidado. Los derechos humanos siguen siendo un tema secundario, un asunto que se deja en un cajón a la espera de que otros asuntos prosperen, asuntos mucho más importantes y útiles, más importantes que la protección de la dignidad humana, de los derechos básicos de las personas, más importante que nuestros derechos.

A día de hoy, los derechos humanos son un campo de estudio reservado a utópicos que nos empeñamos en comunicar algo que, según algunos, no se cumple, que no se respeta y, lo que es más grave, que no se garantiza. Para otros, los derechos humanos no son humanos, son de ciertas categorías de personas que se los merecen más que otras, por su origen, su estatus económico, su color de piel o su orientación sexual. Estamos ante un panorama donde realizar discursos de odio frente a niños y niñas que han nacido en otro país, donde negar la violencia machista o hablar de muros no tiene mayor respuesta que el silencio o incluso la connivencia política. Nos encontramos ante un paisaje donde supuestos constitucionalistas se toman la libertad de señalar con el dedo a los MENA, ese nefasto acrónimo que invisibiliza y reduce a porcentajes a niños y niñas que han venido solos a nuestro país; donde esos supuestos constitucionalistas niegan el cambio climático o la violencia machista, basándose en datos falsos, mientras sus compañeros, también constitucionalistas, miran hacia otro lado y callan, haciendo clamoroso un silencio cómplice, un silencio positivo que refuerza ese discurso.

Señores y señoras constitucionalistas, la Constitución española es más que un par de artículos, famosos desde hace unos años. La Constitución, en su artículo 10. 2, dispone que “Las normas relativas a los derechos fundamentales y a las libertades que la Constitución reconoce se interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos y los tratados y acuerdos internacionales sobre las mismas materias ratificados por España” y en el párrafo primero de dicho precepto habla de la dignidad de la persona como fundamento del orden político y de la paz social. Esto también es la Constitución española que Ustedes sacan a pasear de cuando en cuando. Los derechos humanos son universales porque protegen la dignidad de la persona, de todas las personas, no solo de las que, según Ustedes, lo merecen.

Los derechos humanos no son privilegios ni premios, son derechos que la persona posee por el mero hecho de serlo. Esos derechos son propiedad de la persona que se clava las concertinas de la frontera sur, de los niños y niñas que malviven en centros de acogida y de los que llegan en una barca de juguete; también son de las mujeres que, aterrorizadas, acuden a una comisaría a denunciar una agresión contra su libertad sexual, contra su integridad física y psíquica. Negar una cosa u otra sí que va en contra no solo de la Constitución, sino también de la Declaración Universal, del Convenio europeo de derechos humanos, de cualquier tratado internacional sobre derechos humanos que España haya ratificado. Porque todo esto también forma parte de nuestro ordenamiento constitucional. Si nos proclamamos constitucionalistas, no olvidemos una parte importante del texto.

Por lo tanto, un 10 de diciembre más, nos encontramos ante la desolación de reclamar la garantía de los derechos humanos, como quien pida limosna. Los que niegan la universalidad de estos, y los que callan frente a este discurso, no solo no son constitucionalistas, sino que ayudan, y son cooperadores necesarios, a socavar la base del Estado social y democrático de derecho. Si no militamos por los derechos humanos, la paz social se caerá a pedazos y habrán triunfado las ideas de oscuros periodos.

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