El MuVIM presenta “la luz panameña” de Olga Sinclair

En la primera muestra individual de la artista Olga Sinclair (Panamá, 1957) los asistentes pensaron que los cuadros expuestos los había pintado su padre. En ese momento, ella tenía 18 años y su padre, el maestro Alfredo Sinclair Ballesteros (Ciudad de Panamá, 1914-2014), ya era un reputado artista, considerado el primer panameño en explorar el expresionismo abstracto. “El tiempo lo dirá todo”, le respondió él.

La pintora panameña, que creció entre los pinceles del estudio de su padre, ha presentado este jueves 23 de julio su exposición La alegría de pintar, que podrá visitarse en el MuVIM de València hasta noviembre. Olga Sinclair ingresó en 1976 en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Madrid, donde estudió bellas artes y recibió instrucción de dibujo clásico. Allí descubrió que su padre tenía “mucha competencia” y quedó marcada “de por vida” por las obras de Picasso, Goya o Velázquez. Años más tarde, regresó a Panamá donde estudió diseño en la Universidad Santa María La Antigua.

Desde entonces, la artista ha vivido en más de seis países diferentes y asegura que su obra es resultado de muchas culturas diferentes. Su carrera artística ya suma más de cincuenta exposiciones, entre las que cabe destacar su Retrospectiva en Palazzo Medici Ricardi (Florencia), Royal National Gallery (Amann) y Casa de América (Madrid), participando simultáneamente en más de doscientas muestras colectivas por el mundo.

En la exposición, la pintora presenta una retrospectiva de sus últimas creaciones, algunas de ellas realizadas poco antes de que fuese declarada la pandemia. Su obra, ha explicado, no podría entenderse sin la influencia del que fue su máximo referente, su padre. Por este motivo, nada más entrar en la sala, se exponen obras que pintó Alfredo Sinclair, fallecido en 2014, quince días después de cumplir 100 años.

En este recorrido expositivo también se muestran piezas creadas durante el confinamiento, que la artista vivió en una casa en Madrid y sin materiales para pintar. “Necesitaba luz, buscaba el amarillo del sol de Panamá”, decía delante de un tríptico pintado “durante días grises”. Pese a todo, asegura que “cada pincelada” la ha realizado con “muchísima pasión y alegría, a pesar de las circunstancias que vivimos actualmente”.

Algunas de las piezas las realizó con materiales domésticos: con una copa de vino derramada en papel fabriano la artista consigue un intenso color rosa; el té se transforma en verde manzana; el negro, gracias al aceite de freír; o incluso jabón y medicinas para el granate o el amarillo. “El ser humano tiene que reinventarse”, ha dicho la pintora.

Tal como ha comentado el jefe de exposiciones del MuVIM, Amador Griñó, esta muestra “no necesita explicación”, simplemente invita a “ser interpretada”: “Olga Sinclair nos cuenta sus cosas, interpreta el mundo, nos habla pintando y se sirve de ella para relatar historias en ese lenguaje universal que, entrando por los ojos queda en nuestro intelecto emulando esa lengua que James Joyce deseaba encontrar: un lenguaje que estuviera por encima de las lenguas, una lengua a la que sirvieran todas las demás”.

Ese mismo lenguaje que ella aprendió desde pequeña, cuando su padre le regalaba pinceles y colores en lugar de muñecas, y mientras crecía entre el olor de los óleos, de la goma de dammar o de los barnices. “El artista nunca puede estar tranquilo, nuestra perspectiva visual está constantemente pidiéndonos cambios, intervenciones, no nos podemos mantener en reposo. Anoche mi mente estaba produciendo nuevas obras que vendrán en el futuro”, ha expresado la artista a la que el tiempo le dio la razón.