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Encuestas que carga el diablo

Marcos García

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No se fíen de las encuestas. No lo hagan. Porque son engañosas. Torticeras. Tramposas. La demoscopia es una ciencia inexacta por mucho que pretenda basarse en la matemática estadística.

El CIS da por seguro el arrasador avance de Podemos, por encima de la estela de PP y PSOE, pero creo que las cifras están considerablemente adulteradas por el efecto positivo que arrastra el partido de Pablo Iglesias. Sí, positivo, porque por mucho que desde casi todos los bancos del Congreso parezca haber una competición por ver quien demoniza más encarnizadamente al líder de Podemos, la percepción general del ciudadano es abiertamente favorable.

Podemos tiene ese encanto crítico y algo demagógico que, más allá de la inviabilidad política de su propuesta, se ha dejado aupar por la indignación generalizada contra una clase política que parece empeñada en hundirse cada vez más profundamente en el fango de la corrupción. Con las cabeceras podridas de púnicos y Monagos, casi cualquiera al que un encuestador le pregunte semanifiesta abiertamente a favor de un revulsivo. Y ese revulsivo, de momento, es Podemos.

Las encuestas, sin embargo, tienen otro efecto pernicioso. El de llamar la atención y generar alarma. Una encuesta puede ser el acicate que los simpatizantes de un partido necesitan para hacer de tripas corazón, tragarse sus principios y hacer oídos sordos al barullo de la corrupción para volver a depositar mansamente en la urna el mismo voto de siempre.

Las encuestas son potentes armas políticas. Y de eso no deberíamos olvidarnos. Porque mientras nos por regocijamos el revulsivo y del cambio que se espera, mientras clamamos porque los partidos más consolidados no se dan por aludidos ante cómo las cosas están cambiando, quizá estemos pasando algo por alto: que los partidos mayoritarios, en realidad, han tomado buena nota de lo que sucedió en las europeas y que el desprestigio no es la única herramienta con la pretenden prestar batalla.

Ya les digo que las encuestas son mentirosas. A veces también pueden ser ellas mismas una eficaz herramienta de agitación y propaganda.

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