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Poetas en la pandemia

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“Els déus han volgut que una tardor pandèmica s'haja convertit, gràcies a Brines, en una primavera poètica d'hivern”. Los poetas, como Josep Piera, quizá tienen más tendencia que el resto de los humanos- salvo los sacerdotes, que lo llevan de serie- a involucrar a los dioses en acaecimientos tan asombrosos como la confusión de las estaciones y las coincidencias mágicas. “Res no pot parar a la primavera”, declama a su lado el joven autor Adrià Targa en la fiesta de la poesía, Poefesta, que ha cambiado tres veces de fecha de celebración a causa de la pandemia para coincidir finalmente en la misma semana, y no ninguna otra, en que a Francisco Brines, un vecino poeta que entre todos los lugares del mundo nació y vive en Oliva, el pueblo valenciano donde desde hace 16 años la poesía se celebra como fiesta grande, leo distinguen con el Premio Cervantes, el más importante galardón de la literatura en lengua castellana. Grandiosa coincidencia.

En medio de tantas sombras y tantas disonancias, de curvas indoblegables y entierros sin velatorio ni elegías, la poesía no solo sigue siendo un arma cargada de futuro (como no lo escriba lo reviento. Celaya forever) sino que también es capaz de robarle unos cuantos y primeros planos a la pandemia que todo lo condiciona desde hace ya casi nueve meses. Bendita poesía, no tan leída como celebrada estos días, con un protagonismo que arrancó lejos de aquí con la concesión del Premio Nobel a una poeta norteamericana, Louise Elisabeth Glück, para ir de lo universal, desde Suecia y Estodos Unidos, a lo local con sabor genuinamente valenciano.

En esa espiral de actualidad poética es difícil dejar de lado una polémica chusca originada por el agente de la nueva Premio Nobel, un señor apodado “El Chacal”, y su juego sucio al retirarle los derechos de edición de la obra de Glück a una pequeña y exquisita editorial valenciana, Pre-Textos, la única que ha publicado en castellano, “a pérdidas”, siete de sus once libros cuando vendía apenas unos centenares de ejemplares, para ofrecerlos al mejor postor ahora que su representada ha adquirido la notoriedad que otorga el galardón sueco y se convierte en producto rentable. Una historia cutre que salpica de amoralidad el mundo de la literatura, que no la poesía misma, pero que en este caso – y sin que sepamos de la intervención directa de ningún dios reconocible- tiene un reverso poético en la solidaridad del mundo editorial con Pre-Textos, incluyendo algunos editores a los que El Chacal les había ofertado esos derechos y que tuvieron la nobleza de rechazarlos y denunciarlo. Poesía y guerra sucia deberían estar reñidas.

Nunca he estado muy de acuerdo con aquello de que lo importante es que se hable de uno, de las personas y sus cosas, aunque se hable mal. Si se habla bien, mejor que mejor. A la sociedad, a los y las poetas, a las editoriales, a las ciudades y los pueblos, les conviene y beneficia que la poesía vaya de boca en boca. Tiene quien la escriba, pero también necesita quien la promueva y sobre todo quien la lea. “La poesía es para quienes la leen ”, ha repetido Rafael Brines estos días, además de asegurar que lo poético está en tantas y tantas cosas y rincones y momentos de la vida, aunque no nos demos cuenta. Hasta se habla de una justicia poética que nada tiene que ver con los tribunales, pero no siempre es fácil atrapar lo poético en estos días.

Conviene a la poesía que la hagamos de todos y todas, hasta de los que nunca han leído un libro de poemas, con iniciativas tan saludables como convertirla en protagonista de una hermosa fiesta anual en la que este año se proyecta, inmensa y felizmente, la figura y la obra de Francisco Brines, poeta y vecino de Oliva. Nuestro Cervantes tan cercano, que en tiempos de pandemia recibe a la prensa desde el balcón de su finca, en un paisaje de naranjos con el Montgó de fondo. Una celebración sin abrazos ni besos ni roces, después de haber coronado con el Cervantes una existencia dedicada a la poesía, que también gusta de abrazar los cuerpos y rozar las almas.

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