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Camarón, vida ilustrada

Rincón de la casa natal de Camarón de La Isla.

Montero Glez

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Hace años, apareció por la Venta de Vargas un muchacho que venía de Madrid a conocer el local. Quería ver el patio, la barra y -sobre todo- el cuarto de los cabales donde Camarón se midió con Caracol una noche en la que cambió el mundo.

Según cuentan, desde aquel momento, Caracol no fue el mismo; sabiéndose perdido se mostró de muy mal vino con aquel gitanico rubio. Por eso, cuando Camarón aparecía por la Venta de Vargas, se encerraba en aquel cuarto cuyas paredes conservan hoy el eco del duelo.

El muchacho que venía de Madrid quería escuchar las viejas resonancias que empapan la venta, hacerlas memoria viva; venía a poner la oreja y cerrar los ojos; venía a que le contasen historias tejidas alrededor de los sonidos negros. Aquel día de agosto, Joselito Picardo estaba abriendo el local y -todo sea dicho de paso- no le enseñaba la venta a cualquiera. Joselito Picardo había sido íntimo de Camarón, su más hermano, y el turisteo no iba con él. Hombre de sentimiento puro, Joselito accedió de inmediato al deseo del muchacho cuando este le enseñó el rostro de Camarón, tatuado en su pellejo.

“Parecía que respiraba, como si José estuviese vivo”, contaba Joselito Picardo, señalando la fotografía del tatuaje, hoy colgada en el cuarto de los cabales, donde una noche de hace ya muchos años, un micurria rubio destronó a Caracol, hasta entonces rey indiscutible del cante flamenco.

Joselito Picardo siempre supo ver más allá de lo que se puede ver con los ojos. Por lo mismo, aquel muchacho del tatuaje y él se hicieron amigos. Tanto fue así que, a partir de entonces, sería un asiduo de los veranos de la Venta de Vargas.

Con el tiempo y sus pinceles, el muchacho se fue haciendo grande, desatando el talento para proyectarlo sobre la realidad hasta conseguir retorcerla del todo. Fue entonces cuando su nombre empezó a sonar: Sete González, madrileño, cosecha del 76, dibujante, ilustrador, músico, skater y no sé cuántas cosas más, es decir, un artista; un tipo capaz de poner a Camarón y a Tomatito cruzando el paso de cebra que en su día cruzaron los Beatles para la portada de Abbey Road. Sí.

Porque Sete González acaba de publicar un trabajo gráfico sobre Camarón, contándonos la vida del cantaor en imágenes. Se han hecho películas, se han hecho documentales y obras de teatro; se han escrito biografías, novelas y cientos de artículos, pero faltaba la historia gráfica de Camarón que ya está en la calle; se titula “Camarón. La leyenda del genio” y la acaba de poner en órbita Lunwerg editorial en su colección “Vidas Ilustradas”.

Se trata de una genialidad donde Sete González despliega su paleta de colores para ajustarla a Camarón. Con ello, trabaja tres líneas de color con las que va a definir cada época del cantaor. Por ejemplo los colores tierra y albero, los dedica a la infancia de Camarón, a su debut en el teatro La Salle donde apareció con una camisa de lunares. Los colores verdes son los que destacan en la época de Madrid, en los billares de Callao o en el Caripén, tablao donde Sete pone a Camarón frente a un Morente ataviado con chándal, otra genialidad. La última época de Camarón, la más grave, es pintada con tonos morados.

Dicho así, todo esto resulta muy fácil, pero Sete, antes de ponerse con ello, peleó con el duende a la manera lorquiana, es decir, al borde de un pozo ciego. El resultado, la interpretación formal que hace Sete de la figura de Camarón, resulta original, mostrando con ello sus orígenes, influencias que van desde Alan Moore hasta Salvador Dalí. Destacable la portada de Potro de rabia y miel donde lleva la obra de Barceló a su dimensión gráfica.

El libro se cierra con un epílogo a cargo de Lolo Picardo donde, entre otras historias, cuenta la historia de Sete González con la que arranca esta pieza; la historia de un muchacho camaronero que llega hasta la Venta de Vargas para rendir tributo al genio.

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