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Contracultura española en los años 70: demasiado rompedora incluso para la Transición

A la izquierda: 'Mullereta' (1975), de Jorge Rueda. A la derecha: 'Sí, sí entraremos en el Mercado Común' (1971), de Eduardo Arroyo

José Antonio Luna

Esta semana se celebran 40 años de la Constitución Española y, como consecuencia, de una Transición que todavía hoy se encuentra sujeta a debate. Por un lado, están quienes consideran que fue una “lección de convivencia y libertad”. Por otro, los que, aun reconociendo el avance con respecto al anterior régimen, critican un pacto que, entre otras cosas, “negó la posibilidad de elegir la forma de Estado”.

La Carta Magna no trajo el consenso total, y reflejo de ello es la exposición Poéticas de la democracia. Imágenes y contraimágenes de la Transición disponible en el Museo Reina Sofía hasta el 29 de noviembre de 2019, la cual tiene el objetivo de reivindicar el arte que a lo largo de la historia ha sido discriminado por chocar con el orden establecido.

Concretamente, la muestra recorre dos acontecimientos: la polémica Bienal de Venecia de 1976, la cual llegó a ser conocida como la “Bienal Roja”, y el surgimiento de la subcultura urbana en España a mediados de los 70, aquella que nació en cafés, barrios y asambleas. Recopilan así hasta 250 obras que surgieron junto a las demandas civiles por una justicia social en construcción. 

De hecho, la muestra comienza con una recreación de la ya mencionada Bienal de Venecia, considerada como una ventana a artistas de la talla de Picasso, Renau o Miró, los cuales habían estado silenciados por el régimen. Nacía entonces una cultura nueva, pero también desconocida. 

Este proyecto artístico fue apoyado por Carlo Ripa, el director de la Bienal, y el pintor Eduardo Arroyo, miembro de la Comisión de Artes Visuales del encuentro. No obstante, la controversia llegó cuando decidieron dejar fuera de la muestra a numerosos artistas nacionales para optar por una galería militante de izquierdas bajo el lema España. Vanguardia artística y realidad social (1936-1976).

El objetivo era desmontar el relato oficial construido por 40 años de dictadura y dar a conocer a quienes habían desarrollado su carrera contra el régimen, pero obviaron a artistas como Rafael Alberti, Vicente Aguilera Cerni o José María Moreno Galván. A falta de una asamblea abierta para decidir cuál iba a ser la representación española, más de cien intelectuales y artistas llegaron a firmar un manifiesto para proponer una participación alternativa.

Como se muestra en una gran foto justo al entrar en la exposición del Reina Sofía, España ni siquiera contó con una invitación formal a la Bienal y su pabellón original permaneció cerrado. Aun así, no solo consiguieron exponer las piezas, sino colaborar en programas organizados en paralelo a la cita: música, cine, poesía y representaciones de compañías teatrales de compañías españolas como Els Joglars o Tábano.

Entre las obras presentes se encuentra Sueño y mentira de Franco, una serie de viñetas creadas por Picasso en el 37 estrechamente relacionadas con el cuadro de Guernica que denuncian la crueldad de la Guerra Civil y de Francisco Franco. También se recuperan carteles del Ejército Popular de la República o la llamada Guardia Popular Antifascista, un grupo ideado para combatir el golpe del 36.

España buscó ayuda en el exterior, una ayuda que nunca llegó. Así lo manifiestan obras como Ayudar a España, un cartel creado por Joan Miró que fue convertido en sellos para sensibilizar a los ciudadanos franceses y conseguir donaciones destinadas a combatir el fascismo.

Las barreras de la libertad

La segunda parte de la exposición es la centrada en las corrientes contraculturales que, aunque ya existían durante la dictadura, no fueron visibles hasta la llegada de una Transición a la que también cuestionaron. Fue una movilización ciudadana cultivada a través de asociaciones de barrio, conciertos o fanzines. La calle había cambiado de dueño, y la cultura era la muestra.

Precisamente por ello, este bloque comienza con la película La Cabina, de Antonio Mercero, en la que se puede ver al actor José Luis López Vázquez intentando escapar de una cabina de teléfono en la que se encuentra encerrado y que lleva por título La crisis de la masculinidad. A esta le siguen otros largometrajes como Deprisa, deprisa, de Carlos Saura o Entre tinieblas, de Pedro Almodóvar, que sirvieron de vehículos para explorar las esperanzas propias de este periodo.

Quizá, el espacio denominado La calle es nuestra, estética de la protesta sea el más interesante de la exposición. Ya fuera a través de marchas callejeras o de fotografías, España se convirtió en la pasarela de unas manifestaciones públicas que llevaban incubándose durante décadas. Algunas, de hecho, son precursoras de lo que actualmente sigue combatiéndose, como es el caso de las marchas para los derechos de la mujer.

“Las mujeres, la segunda ola del feminismo y la juventud son quienes mejor encarnan este espíritu rupturista que supuso la contracultura”, explicó una de las comisarias durante la presentación. Así se puede comprobar a través de documentos que recuerdan agrupaciones como artículos LaSal, un bar-biblioteca feminista inaugurado en la Barcelona del 78 dedicado a romper tabúes y reflexionar sobre el papel de la mujer. “Hablemos de la sexualidad, un pilar fundamental de nuestra opresión”, recoge un llamamiento escrito a mano por el colectivo.

Asimismo, se exponen varios libros de Cuadernos inacabados, una publicación que daba voz a grandes voces del siglo XX para tratar temas femeninos hasta entonces silenciados, como la masturbación o la regla. Aparece incluso un tomo, llamado Las, los, les (lis,lus), que trata una cuestión de rigurosa actualidad: la masculinidad reafirmada a través de la norma del lenguaje.

La muestra acaba con un recorrido en torno al Referéndum de 1978. Pero, frente a lo que cabría esperar, no se trata de un viaje desde la dictadura hasta la libertad. El verdadero punto final lo marca un tema escrito ese mismo año en la revista Ajoblanco que analiza de forma crítica cada artículo aprobado en la Constitución.

“Es rígida en el sentido de que recoge solo un determinado modelo económico social y político” o “seremos libres de lo que nos cuenten lo que quiera” son solo algunas de las frases que se pueden leer en el texto. Así continúa con la Iglesia, la monarquía o incluso el matrimonio entre “hombre y mujer” que recoge el artículo 32. Porque, como denuncia el texto, “convierte en marginados a quienes no defienden esas alternativas”.

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