'Esto va a doler', la película en la que Tinder es un microondas que quema uñas
Se supone que los cursos prematrimoniales preparan a los futuros maridos y esposas con clases sobre convivencia, comunicación en las relaciones y el significado de la sexualidad. Esta formación se imparte en las parroquias antes de las bodas pero, ¿y previamente? ¿Haría falta algún tipo de educación anterior a los noviazgos? Despojándolo de toda connotación religiosa, la película Esto va a doler imagina un mundo en el que existe el Instituto del Amor: un centro que instruye a las parejas en el enamoramiento.
Entre sus ejercicios está cantar juntos en un karaoke, ver dramas románticos o aplicarse una especie de electroshock cuando tu novio se va a trabajar para generar un fortísimo sentimiento de entre pena, abandono y dependencia hasta su regreso. Las canciones en sus salas y pasillos están en francés, hay un hilo musical con sonido de lluvia por su capacidad para enternecer y Hugh Grant en Notting Hill es la única persona que sabe del amor.
Pero estas no son las joyas de la corona de la institución. El instituto tiene una máquina similar a un microondas en la que, al meter las uñas del dedo índice de dos personas, calcula su porcentaje de enamoramiento. No es obligatorio someterse a ella, ni todas las parejas lo hacen. Pero está ahí, latente. En conversaciones entre amigos, dentro de las propias parejas, en la conciencia de cada uno. El griego Christos Nikou (Fruto de la memoria) es el director de la película (ya disponible en Apple TV+) que plantea este escenario ubicado en una especie de limbo temporal entre finales de los noventa e inicios de los 2000. Sin teléfonos móviles.
“Quería hablar sobre cómo la tecnología ha cambiado la manera en la que experimentamos y entendemos ahora el amor. Y cómo buscamos respuestas a través de la tecnología. Por eso parece que ocurre a principios de los 2000, antes de que Internet estuviera tan omnipresente en nuestras vidas”, explica el cineasta a este periódico en el Festival de San Sebastián, donde acudió a presentar el filme y obtuvo el premio FIPRESCI.
Esta intención de resultar atemporal la encarna igualmente la máquina que mide el amor, ya que los microondas son objetos “algo analógicos y anticuados”. Además, funcionaba como metáfora de que para encontrar el amor verdadero, “algunas veces hay que cocinarlo”.
Instinto contra máquina
Dentro de la película, Anna (Jessie Buckley) y Ryan (Jeremy Allen White) son una pareja 'al uso' que viven juntos, se quieren, se preguntan qué tal el día, cenan a la misma hora y se quedan viendo la televisión antes de irse a dormir. Ellos se hicieron el test en su momento y, tras haber dado positivo, se instauró, sobre todo en él, la sensación de que 'ya no había nada que hacer'. Su idilio funciona y la rutina lo copa todo. Se hace con todo el imperio. Pero Anna, cuando atiende a sus verdaderos sentimientos, empieza a darse cuenta de que quizás no todo vaya tan bien como parece, y que incluso para ella no sea suficiente.
Para intentar ponerle remedio, empieza a trabajar en el Instituto del amor, donde forma a parejas cada vez más desesperadas para comprobar si de verdad son compatibles. El examen final del curso es el citado test en el que han de arrancar las uñas de sus pacientes. Pero la experiencia en el centro no solo le va a aportar ejercicios que probar en casa, allí conoce a Amir (Riz Ahmed), cuya química y pulsión irá sembrando en ella un gran dilema, y muchas dudas. ¿Y si la máquina se equivoca?
Nikou plantea este escenario con sobriedad, más miradas que lo dicen todo que diálogos y una austeridad que conducen a experimentar la película desde el estómago. Y con los puños cerrados para proteger esas uñas que, en el largometraje, tienen un singular 'poder': “Elegí las uñas como prueba del amor porque siento que ahora la gente va a buscar el amor a través de sus teléfonos, que a su vez son la extensión de nuestros dedos porque es con lo que los sujetamos. Y también son lo que usamos para aceptar o descartar perfiles en las aplicaciones de citas”.
A su vez, comprobó que las uñas son “lo único” que protege los dedos: “Sin ellas, los dedos estarían más vulnerables, como cuando te estás enamorando”. En el proceso descubrió que cuando salen manchas blancas en las uñas se debe, entre otras causas, a problemas de corazón y que hay un cuento brasileño que dice que estas indican el número de veces que te vas a enamorar en la vida. “Tomamos todo esto y lo convertimos en algo dramático. Queríamos trasladar el dolor del amor a un dolor físico”, afirma.
Eso sí, si este test existiera en la realidad, su recomendación tajante sería no someterse a él. “Deberías seguir tu corazón. El amor es algo instintivo. No es algo que podamos analizar. Simplemente lo sentimos. Lo que intentamos decir en la película es que no es algo que sientes una vez y ya está. Tienes que trabajar en ello cada día. Necesita que se le preste atención porque es la única manera de conseguir que tanto nosotros como nuestras parejas nos sintamos plenos. Pero es una emoción tan complicada que tampoco puedo decir que exista una única manera de hacerlo”, reconoce.
El cineasta aclara que su película no es un alegato en favor de la existencia de las almas gemelas. De hecho, revela que es algo en lo que a medida que se ha ido “haciendo mayor”, cree menos. Contra la teoría de que exista ese alguien con quien vayamos a pasar el resto de nuestras vidas, reivindica que lo que hay que hacer es: “Buscar a personas que nos sorprendan y nos hagan sentirnos más fuertes”.
Una prueba así podría utilizarse en otros contextos como procesos de selección en empresas. El director no tiene claro que de existir en la realidad, se aprovechara para tal fin, pues considera que el amor es el gran motor y algo que, quieras o no tener pareja, preocupa a todas las personas por igual. “No sé si su creador se haría realmente rico. Quizás sí”, valora riendo. De hecho, aprovecha la entrevista para aclarar que la soltería está menos representada en su largometraje, no porque la condene o deje de lado, sino porque no quiso poner el foco en ella.
Cate Blanchett, productora
En los créditos de Esto va a doler figura Cate Blanchett, en su debut como productora ejecutiva. Director y actriz se conocieron en el Festival de Venecia, donde hablaron de trabajar juntos. Nikou tenía ya este guion entre manos, pero ya había elegido el reparto y no le quedaba ningún papel para la intérprete. Ella decidió apoyar el proyecto desde la producción. “Tiene gran instinto”, comenta sobre su faceta tras las cámaras. ¿Habrá papel para ella en su próxima película? El cineasta no lo confirma, pero sí avanza: “Estamos hablando de cara a futuro”.
Blanchett no pudo acompañarle en la presentación del filme en el Zinemaldia, por la huelga de guionistas y actores de Hollywood, que el director aprovecha para reivindicar. En especial sobre la necesidad de regular la Inteligencia Artificial, que ha sido una de las puntas de lanza de las protestas. “Entiendo que sea una de sus mayores luchas porque para mi es algo demencial”, sostiene y asegura que no se plantea utilizarla en sus películas. Lo dice enseñando su teléfono, que es de los que tienen tapa y no tiene tecnología smartphone: “Si todavía tengo este móvil tan antiguo imagínate lo lejos que estoy de usar la IA”.
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