La película que muestra la violencia hacia las mujeres de realities como 'La isla de las tentaciones'
El reencuentro de los concursantes del reality show La isla de las tentaciones el pasado 10 de marzo tuvo un 26,9% del llamado share que mide las audiencias televisivas. Es decir, 1 de cada 4 espectadores estaban viendo el programa en el que varias parejas son separadas y tentadas por una serie de hombres y mujeres con la finalidad de que sean infieles. Si uno mira el desglose por franja de edades el dato es aún más abultado. Un 37,9% de los jóvenes de entre 13 y 24 años vieron de media la última temporada de este show que luego alimenta de personajes el resto de programas de Telecinco, la cadena que lo emite.
Casi todos ellos tienen asegurados unos cuantos directos tras la finalización del show, y aquellos que han dado más juego —que suelen ser los que se han puesto los cuernos o los que han protagonizado alguna polémica— suelen tener más futuro con visitas a otros realities como Supervivientes o convertidos en personajes para las revistas y programas del corazón. La mayor parte de los protagonistas son jóvenes de cuerpos musculados y mujeres que cumplen con todas las normas que dictan los cánones de belleza habituales.
La presión hacia su cuerpo, especialmente al de las mujeres, se amplía desde que hace ediciones varias clínicas de cirugía estética aprovechan esas nuevas celebridades efímeras para promocionarse. Los jóvenes pasan, con apenas 20 años, por clínicas para cambiarse el rostro, ponerse pechos o someterse a otros cambios estéticos para seguir en el candelero de la fama y para mantener la belleza que les ha hecho ser famosas.
La isla de las tentaciones no es el único programa del estilo. Una de las franquicias más rentables de Netflix es Too hot to handle. En este reality, jóvenes del mismo perfil que el del programa de Telecinco, en esta ocasión solteros, deben permanecer célibes hasta su término. Cada interacción física supone la pérdida de dinero del bote acumulado. Ha habido ediciones en cada país y una de las últimas en llegar ha sido la de España, que bajo el nombre de Jugando con fuego se ha vendido con el reclamo de que es en la que los concursantes han perdido más dinero. Es decir, en la que más sexo ha habido.
Para los jóvenes estos programas son vistos como catapultas rápidas y fáciles a la fama y a un estatus social que desean y que les es inalcanzable, y es en ese fallo del sistema, en esa imposibilidad de salir de otro modo de la precariedad, donde coloca su cámara la cineasta Agathe Riedinger en su estupenda ópera prima Diamante en bruto, que tras competir en Cannes en 2024 llega este viernes a las salas. Lo hace contando la historia de una joven de 19 años, de un barrio con alta exclusión social y cuya obsesión es la belleza y ser famosa a través de las redes sociales, algo que cree que puede llegar gracias a un reality show llamado… La isla de los milagros.
Una estupenda película que no juzga a su protagonista, que no cae en condescendencias ni en miserabilismos, sino que intenta entender. Eso sí, sin restar crudeza a un relato que escuece al mostrar la otra cara de esos programas. Ver a una joven de 19 años gastando su dinero en modificar su cuerpo y que un médico se aproveche de esa situación para sacar dinero es justo lo que no se suele ver en la televisión, pero que es una consecuencia directa de estos espectáculos.
Quería denunciar el sistema que produce esos reality shows, pero también el desprecio de clase y la hipersexualización de las mujeres que se produce dentro de ellos
La cineasta confiesa que el inicio de su película nace de querer “denunciar el sistema que produce esos reality shows”, pero también “el desprecio de clase y la hipersexualización hacia las mujeres que se produce dentro de esos programas”. Por eso quiso incluso “celebrar a las candidatas”, porque eso le ayudaba a “plantear muchas preguntas feministas sobre el uso del cuerpo y la belleza, especialmente en nuestro tiempo”.
Agathe Ridinger se preguntaba si su protagonista era “una mezcla entre el resultado de mandatos patriarcales muy antiguos que exigen que una mujer sea bella para valer algo, o si es que ella también usa su belleza, su atractivo, su apariencia y su imagen para ascender socialmente como muchas otras mujeres lo han hecho antes que ella”. “Considero que esta pregunta es especialmente importante en nuestra sociedad actual, en la que el culto a la imagen, el culto a la persona, a la belleza… son cada vez más importantes debido a las redes sociales. Pero las redes son la herramienta. Todavía hoy tenemos que sufrir para ser bellos y esa violencia aún es aceptada en el inconsciente colectivo. Mi protagonista cree que la belleza puede ser un arma para salir de su clase”, explica la directora.
En Francia ve que la cosa va a peor año tras año, y eso en parte es por la “accesibilidad a la cirugía estética, la popularización de la explotación de los cuerpos y el hecho de que ahora chicas muy jóvenes empiecen a tener cuentas de MyM y Only Fans por ejemplo, y se sientan protegidas por el hecho de tener una pantalla para poder ganar dinero con sus propios cuerpos”. “Esto está sucediendo a edades cada vez más tempranas y de una manera cada vez más extrema, y eso también es una respuesta a la ansiedad general y a las dificultades sociales que encontramos. En todos los países las cosas se están volviendo más radicales. Los problemas se están volviendo más radicales, por lo que las soluciones también se están volviendo más radicales. Y la trivialización de todo esto lo que resulta aterrador”, subraya.
Uno de los aciertos de la realizadora es no mirar por encima del hombro a su joven protagonista. Tenían claro que “no se iba a sexualizar a un personaje que, de por sí ya está hipersexualizado y, sobre todo, no la iba a convertir en un fetiche”. “Había que decidir cómo colocar el cuerpo en el marco y qué luz íbamos a colocar sobre él. Se trata de la representación misma del personaje. También queríamos mostrar su imperfección, su humanidad, y para eso trabajamos la piel, sus imperfecciones cutáneas, la oleosidad de su cabello, mostrar su camiseta mal ajustada, la etiqueta que sale de sus vaqueros…”, describe.
La otra clave fue “mostrar toda esa violencia” sin caer en un exceso de dramatismo. “Es un personaje que cree en ese sueño. El miserabilismo era una trampa que podía caer en ella de forma gigantesca. Igual que no sexualicé su cuerpo, no hice una caricatura ni me recreé en eso y para ello el trabajo del equipo de decoración e iluminación fue clave. No queríamos resaltar algo en la imagen que dijera al espectador, ‘mira la miseria que hay en este lugar’”, añade. De momento el tema de la belleza seguirá centrando su interés, porque de sus dos proyectos en desarrollo uno es una serie con Rebecca Zlotowski sobre lo que llaman “trabajadores de la belleza”.
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