La ley y su semilla
Con el barullo de Barcelona, la verdad ha sido reemplazada por el discurso de los medios de comunicación. De tal manera se ha conseguido que la opinión pública confunda el mapa con el territorio.
Mientras las calles se encendían, Pablo Casado aprovechaba la coyuntura para manipular el lenguaje y proponer “Revolución fiscal” en su programa político. Una paradoja; otra más de las tantas que se gasta la derecha. Porque la fiscalidad de la economía global que defiende Pablo Casado siempre tendrá tendencia reaccionaria. Nunca revolucionaria. Nunca será una economía de la que se puedan beneficiar las clases más desfavorecidas.
Lo que Casado propone es más viejo que su falsa sonrisa, es decir, que los mercados locales, los que establecen su relación comercial en la distancia corta, sigan siendo absorbidos por los mercados nacionales y estos, a su vez, por el mercado global. A pesar de no ser algo nuevo, el mensaje de Pablo Casado es digerido por los medios y luego expulsado como algo novedoso junto a las imágenes de Barcelona, a la noche, mientras los fuegos iluminan el humo negro de la penúltima barricada.
Huele a churrasco de neumático en llamas y la lucha por la independencia -aspiración legítima de los pueblos- ha quedado convertida -por obra y gracia de los medios- en una batalla entre nacionalistas cuyo único atributo diferenciador es el tamaño de sus banderas. Y ya se sabe que donde hay banderas, el pensamiento queda reducido a un trapo. Algo parecido a esto último dejó dicho Santiago Auserón en una entrevista reciente. En estos días, Auserón saca libro y la noticia bien merece su aparte.
El trabajo se titula Semilla del son (Libros del Kultrum) y es un libro donde recopila piezas acerca de su relación con la música de la negritud. Para ello, Auserón emplea una sintaxis precisa. Lo ha escrito con alto grado académico, pero sin perder por ello la sencillez del buen contador de historias. En su aspecto fabuloso, Semilla del son es lo más parecido a un inventario donde las mujeres-pájaro viajan a bordo de lanchones junto a soneros cubanos y otras criaturas fantásticas.
En Semilla del son, Auserón consigue que el mito de la negritud se haga carne, sin perder de vista el rumbo que tomó su expresión musical cuando llegó a nuestra tierra. Es oportuno recordar que en los años 50 del pasado siglo, las orquestas cubanas que actuaban en Barcelona pusieron la paja con la que la gitanería hizo lumbre al compás de la rumba catalana ¡Cuchíbiri, cuchíbiri! Antes de que se explorasen los mapas, la negritud había conquistado su territorio sonoro en Barcelona. La rumba catalana ventilaba con su ritmo las calles más populares y Santiago Auserón lo cantó sin complejos en La negra flor , tema que incluía un personal guiño a Peret.
Después de décadas investigando acerca de la cubanía y de su proyección en los espacios acústicos de nuestra lengua, Santiago Auserón nos acerca en su libro hasta figuras como Compay Segundo, compositor que fue mundialmente reconocido tras el documental Buena Vista Social Club, donde su director, Win Wenders, consigue hacer brillar a un gratuito Ry Cooder mientras deja resbalar gemidos de slide por el mástil de la guitarra eléctrica, como si se tratase de una masturbación perezosa a su propio ego.
Cuestiones aparte, Compay Segundo ya era conocido antes de tal reconocimiento, gracias a la presentación que de él nos hizo Santiago Auserón en el recopilatorio de igual título que el libro que ahora se publica.
El recopilatorio fonográfico Semilla del son traía una canción de Compay titulada Chan Chan y cuya letra sonaba así:
De Alto Cedro voy para Marcané
Llego a Cueto voy para Mayarí
El éxito internacional le llegó a Compay cuando su música se globalizó con ayuda de unos medios financiados por el capital gringo, y que actuaron dejando el significante vacío de significado o, lo que es lo mismo, de legitimidad. Dicho con palabras de Auserón, unos medios que sirvieron para mostrar “un relato poco acorde con la dignidad de los soneros”. Por si no quedase claro, Auserón remata sus críticas al 'Buena Vista Social Club' de forma contundente: “En todo el proyecto predominaba el olor del dinero”.
Es lo que tiene el mercado global, cuya autoridad económica no permite la independencia; no admite la relación comercial en distancia corta, sino todo lo contrario. Lo único que la globalización mercantil permite es la esclavitud, a poder ser, a larga distancia.
De ahí que Pablo Casado mueva la etiqueta de su traje al son que más enfría, dando a entender que la fiscalidad se calienta con los falsos fuegos de su sonrisa. Auserón da con la clave cuando nos cuenta historias de viejos soneros que chasquean los dientes; filos de belleza mellada que asoman en sus bocas, y que muestran el misterio barroco del lenguaje hecho canción.