Guillermo Carazo rinde el mejor homenaje a su abuela Facunda con un fotolibro sobre su alzhéimer
“Las abuelas deberían ser eternas” es una frase que muchísimas querríamos habernos tatuado, o llevamos tatuada –literal o figuradamente–, porque su impacto en nuestras vidas es efectivamente eterno, por su influencia, por las tantísimas preguntas que nos respondieron, lo que nos cuidaron, lo que descubrimos de su mano, las veces que vinieron a buscarnos, las tardes que pasamos en el parque con ellas, las meriendas que nos prepararon y alguna que otra bronca que nos echaron. Siempre con razón.
Son eternas porque tienen la capacidad de trascender y acompañar hasta cuando la vida nos obliga a intercambiar los papeles, de niños a cuidadores, el paso de la inocencia a la consciencia más completa de que nos necesitan, hasta cuando no nos recuerden, hasta el último de sus preciados días.
“Este es un fotolibro que mi nieto ha hecho sobre mí”, es la frase, escrita a mano, que abre Facunda (ediciones comisura), el fotolibro en el que Guillermo Carazo ha reconstruido la historia de su abuela, y con ella la de su familia, marcada por su alzhéimer, que encarna a su vez la memoria de todo un país. El comunicador visual y periodista ha construido un volumen único, delicado y pequeño en cuanto a forma, pero inmenso en cuanto a intimidad, que permite ahondar poco a poco en la vida de una mujer, siendo a la vez la suya propia. Y la de tantas familias, tantos lazos familiares, tantas injusticias perpetradas en el hogar de quienes nos criaron, de a quienes más queremos, de a quienes debemos en gran parte ser como somos, con quienes tenemos el recuerdo de haber llorado por primera vez, como le pasó a este comunicador visual y periodista.
Guillermo Carazo firma una obra de arte, por supuesto, pero también un ejercicio de sinceridad que conmociona porque habla de muchos. En él ha puesto imagen y texto a la añoranza de unos ojos que, debido al alzhéimer, dejaron de mirar igual, de orientarse igual, de reconocerse y reconocer igual. Y no solo por rendir homenaje a su Facunda, sino también por hablar de lo que duele, de lo incómodo por muy habitual que sea. Se dice –a ciencia cierta– que las herencias rompen familias, pero antes que estas, las rompen los cuidados. Por eso este libro tiene un componente tan universal, sin perder un ápice de belleza, habla y luce desde dentro para quedarse en lo interno, en lo que nos marca, en lo que conocemos, realidades con las que convivimos, en dolores que identificamos, añoranzas que querríamos no entender, realidades que experimentamos.
“Las abuelas te confiesan cosas que no le cuentan a tu madre”, reconoce Guillermo Carazo al remontarse al origen de este personal proyecto. Su abuela estuvo muy presente en su crianza, y esto hizo que, en realidad, documentara su vida “desde siempre”. Fue en la pandemia, en una etapa más notoria del alzhéimer de su abuela, en la que tomó más consciencia del “relato” que quería registrar: “Empecé a hacerle más fotos, a grabarla, a seguir creando un archivo, compartir las cosas que me decía”.
El plan por aquel entonces no era que todo ese material acabara tomando forma de libro, pero lo acabó siendo. Un tesoro de “arqueología doméstica”, como él la define, que arranca con una fotografía de su abuela que se repite para pasar de una imagen borrosa a una nítida, haciendo contrapeso con los recuerdos que a su abuela cada vez le cuesta más experimentar. Facunda es un ejercicio de memoria con el que Carazo ha encontrado la manera de contrarrestar una enfermedad que opera precisamente de forma contraria.
Antes que la herencia, los cuidados
Los cuidados son uno de los grandes protagonistas del libro, porque además de documentar la vida de su abuela, este periodista ha abierto las puertas de su casa, que podría ser la de tantos, para también contar cómo es el entorno de esta mujer. En concreto, de su madre y su tía, que son quienes más se han hecho cargo de Facunda. Ellas son las grandes ‘presentes’ de un libro que también aborda las ausencias, siendo las más notorias las de sus tíos, varones, que obviaron el cuidado de su madre.
“Decidí no preguntarles nada, porque qué les iba a decir, ¿por qué no pasasteis más tiempo con la abuela? No era el camino, no era constructivo ni real. Yo quería contar nuestra historia, y eso ya iba a reflejar cosas que me han caído a mí, como ser más desapegado de la familia, porque he tenido muchos tabúes con ciertos tíos”, comparte. Carazo ha dejado que sea el testimonio de la geriatra de Facunda el que hable por ellos, en uno de sus informes, en los que relata una visita en la que la abuela apareció con uno de sus hijos.
“Reconoce que él no se ocupa de las citas y papeles de su madre. Tampoco aporta medicación actualizada y desconoce qué está tomando, si ha habido cambios. Su madre con deterioro cognitivo no es valorable a través de ella saber la medicación actual. Tiene una cuidadora que se ocupa de ella, pero que no pasa a la consulta porque el hijo no quiere, a pesar de que la madre insiste en que entre”, escribió la doctora, y plasma el comunicador visual en su libro.
Quién cuida a nuestros mayores
Carazo relata la historia de una familia que es a la vez la de tantas otras, por en quién recaen estos cuidados, fuera de los círculos congénitos. En el caso de Facunda, fueron quince las cuidadoras que fueron contratadas de forma irregular. Menos una, procedían de Latinoamérica, con una media de treinta y cinco años. En los once años que recurrieron a ellas, “una estuvo casi tres. Tras ella, solo una superó el año de continuidad. Ninguna había recibido formación específica para trabajar con personas con demencia”. Carazo explica que esta limitación estuvo marcada por los recursos económicos de su familia, y motivo de discusión entre los hijos de Facunda “en la que nunca existió consenso ni una situación especialmente favorecedora para la empleada”.
Todas ellas asumieron lo que define como situación de 'neoesclavitud', que lamenta porque es “una economía sumergida”. Y, más allá de lo relativo a sus condiciones laborales, tampoco era el mejor contexto para Facunda y su enfermedad. “En las primeras etapas fue un problema porque tenía a una persona desconocida cada pocos meses en su casa, su zona de seguridad, y se veía obligada a compartir con ellas su intimidad y sus cuidados. Cuestión que provocó diversas situaciones en las que reaccionó con violencia verbal contra la persona cuidadora y contra nosotrxs, su familia”.
Carazo relata que en aquellos primeros meses, Facunda expresaba “inseguridad hacia su situación económica”, y que pensaba que le estaban “robando el dinero del banco y cosas de la casa”. Una noche desembocó en un episodio por el que terminaron prescindiendo de dos de las personas que acabaron cuidando de su abuela, porque una de ellas “creyó oportuno que tomase el fármaco antipsicótico una de las noches en las que metió en su habitación”. Algo que descubrieron por una cámara que tenían colocada en la casa para saber cómo estaba Facunda.
La última tortilla de patatas
El fotolibro es crudo y muy directo, sí, pero también luminoso. Y precisamente por eso funciona como homenaje, emotivo, sincero y bello. Una belleza que está en los textos, pero sobre todo en las fotografías. En especial, la que tomó sin saber que acababa de ser testigo de la última vez que vería a Facunda cocinar tortilla de patatas. También es emotivo por su continua reflexión, entre otros temas sobre el aprendizaje sobre los silencios y gestiones dentro de las familias, el margen de mejora, sobre asuntos que acabarán atañéndonos a todos, porque llegará el día en el que toque invertir los papeles con nuestros mayores, empezando por nuestros abuelos, y sobre todo siguiendo por nuestros padres.
“Ojalá la siguiente generación no la caguemos tanto. Yo soy hijo único y llevo mucho tiempo hablando con mi madre y mi padre sobre qué querrán hacer. Ellos siempre me dicen que no quieren ser una carga. Y yo sé que es una decisión que no se puede tomar ahora, pero lo lógico es que en algún momento te acabes volviendo dependiente”, afirma. Es verdad que en el caso de Facunda a esta dependencia se le suma una enfermedad tan cruel como el alzhéimer, que ha llevado a que su abuela sea “un caparazón de lo que fue”, y que esto ha implicado que en sus más de diez años de malestar: “Hay pocas que impliquen este tipo de duelo en vida”.
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