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El libro que defiende la ciudad utópica en la que todas las piscinas son públicas

Dos mujeres en el bordillo de una piscina de Gines (Sevilla)

Laura García Higueras

11 de julio de 2023 22:43 h

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“Nadie se arrepiente de un baño de una piscina. Es imposible salir y decir 'no me debería haber metido'”. La periodista Anabel Vázquez es firme en su defensa del “magnetismo” que desprenden estos espacios gracias al poder del agua y su evocación a la infancia. “Buscamos esa sensación de libertad, de juego y de verano infinito”, comenta con este periódico tras haberse sumergido en la historia y su vínculo con ámbitos como la sociología, el urbanismo, el arte y el feminismo; y haberlo plasmado en su personalísimo ensayo Piscinosofía (Libros del KO).

En el libro reflexiona sobre lo 'democráticas' que son las piscinas en todo lo que concierne a lo que ocurre en su interior, donde reina el equilibrio. “Podrías bañarte en muchos lugares, ya sea el hotel más majestuoso o la alberquita más humilde. Una vez dentro del agua, todas las piscinas son la misma. Puede entrar en ellas una estrella de cine o una joven miope, que todas las personas sienten lo mismo al mojar sus pies o al bucear. El agua iguala”, expone como tesis. Distinto opina que es lo que sucede más allá de los bordillos: “Ahí las diferencias se hacen muy palpables, las de clases, las culturales”.

“Buceando todos tenemos la misma necesidad de luchar contra la fuerza del agua y, si no respiramos bien, nos hundimos. Me ha faltado un poco la exploración de la relación del cuerpo con la piscina y en verano. Al principio somos todos muy pudorosos”, reconoce, “la operación bikini es catastrófica, ha hecho mucho daño”.

La naturaleza de las piscinas permite imaginar la serie de encuentros inesperados y extraños que podrían darse dentro de una, mezclando personalidades de diferente clase, popularidad, oficio y nacionalidad. O, por qué no, acogiendo eventos como una sesión del Congreso de los Diputados o la procesión de debates electorales que dieron comienzo este lunes con el cara a cara entre Sánchez y Feijóo. “¿Te imaginas? ¡Qué maravilla! Ahí todos los políticos serían también iguales, por suerte o por desgracia. Se infrautilizan como escenario, pero las piscinas eliminan muchas máscaras. Igual estaría bien hacer una entrevista a un candidato dentro del agua”, plantea.

En su biografía, Vázquez explica que de pequeña quiso ser “exploradora, gimnasta, Edith Head, ministra de Cultura y Karen Blixen”. Ha pasado tiempo desde que soñara con hacer carrera en el ministerio, y hoy asegura que lo sería “dependiendo de quién gane” los comicios. La periodista sostiene que, pese al “distanciamiento” reciente de la clase política, “es un trabajo maravilloso si se hace desde el bien común y la honestidad, en el que hay mucha creatividad y posibilidades de hacer la vida mejor”.

No recuerdo una escalada de censura como la que estamos viviendo en época democrática

Anabel Vázquez Periodista y escritora

Eso sí, define los recientes casos de censura perpetrados tras los pactos de PP y Vox como “un drama”. “Igual que las piscinas son eternas, la humanidad y las sociedades tienen que ir siempre hacia adelante, y no ir perdiendo todo lo que vayamos ganando. Eso sí que las hace peores. No recuerdo una escalada de censura como la que estamos viviendo en época democrática”, advierte, “el próximo ministro de cultura lo tiene muy difícil porque hay que proteger todos los derechos”.

El baño como derecho

Para cumplir con sus objetivos, Vázquez estudió Ciencias de la Información en la Universidad de Sevilla, Escenografía y un Máster en Humanities and Social Thought en la Universidad de Nueva York. Desde entonces, ha trabajado en entidades que le han llevado desde el Museo de Arte Moderno a Loewe, además de escribir artículos en diferentes medios.

Ahora la escritora aprovecha sus páginas para reivindicar las piscinas públicas. Para ello cita la tesis que expone Jorge Dioni en su ensayo La España de las piscinas, en el que sostiene que “el urbanismo crea ideología y que las piscinas, como las rotondas, hablan de un modelo de país que favorece el individualismo y la competitividad, y que conduce a ciudades dispersas a burbujas autosuficientes y aisladas”.

Una coyuntura que para la autora pone de manifiesto lo siguiente: “Son construcciones completamente políticas y la decisión de construirte una arrastra mucho posicionamiento ante tu semejante”. “La mitad de la humanidad estaría muy descontenta si todas las piscinas fueran públicas. Yo estaría muy feliz porque todo el mundo tiene que tener derecho a poder refrescarse en verano. No digo a poseerla, pero algo estamos haciendo mal si en un país como España y con el calor que hace, no todo el mundo, independientemente de su renta, pueda darse un baño a un precio razonable”, sostiene.

“No estamos hablando de un capricho frívolo. Necesitamos más piscinas igual que necesitamos más parques, más bancos en las calles, más fuentes, más sombra. Igual no es la prioridad, pero harían las ciudades mucho más agradables”, suma Vázquez. En el libro apunta, además, sobre cómo esto afecta a los colectivos más vulnerables: “En el futuro habrá piscinas, pero deben ser compartidas”.

Para la autora, los lugares que protagonizan su Piscinosofía son, junto al cine, “los pocos espacios que nos quedan en los que somos nosotros conectados con algo superior. Hay que proteger esos espacios de libertad total porque ahí está el descanso”. Como acertadamente describe en el ensayo: “Un minuto flotando es un ansiolítico, como estar en un vuelo transoceánico en el que los problemas quedan en el lugar de partida y se recogen en el de destino”.

Las piscinas como epicentros de historias

La escritora ha aprovechado el libro para rescatar figuras como Esther Williams, una nadadora que, con 17 años, era la más rápida de Estados Unidos. Fue seleccionada para participar en los Juegos Olímpicos de Helsinki de 1940; pero a la que el estallido de la Segunda Guerra Mundial le llevó a abandonar la competición y empezar a trabajar como modelo y en espectáculos acuáticos.

“Era una época en la que EEUU necesitaba mucha pasión, el país estaba necesitado de brillo, lentejuelas, piscinas. Ella era una atleta olímpica a la que reclutaron como protagonista de un género que se inventó casi para ella: los musicales acuáticos”, describe Vázquez. Llegó a rodar 25 para la Metro-Goldwyn Mayer, siendo Escuela de sirenas de Busby Berkeley uno de los más sonados.

“Sufrió muchísimo porque las condiciones eran horrorosas. Se pasó años dentro del agua, hasta estando embarazada de muchísimos meses, con ropa pesada, maquillada con productos que dañaban la piel. La esclavizaban, la obligaban a saltar desde unas alturas increíbles, se lesionaba... Pero ella mantenía su sonrisa de oreja a oreja”, afirma. En sus páginas recoge la leyenda que ha dejado para la posteridad sobre cómo eran sus jornadas: “Se dice que entre tomas, dormía pequeñas siestas con los pies en el bordillo y la cabeza flotando en el agua. No sé si su vida fue triste, pero sí que fue agotadora”.

Entre tanto, Williams fue clave a la hora de animar a las mujeres a nadar y popularizar la natación sincronizada. Consciente de la importancia de saber nadar, llegó a grabar una serie de vídeos llamados Swim, Baby, Swim para que padres y madres pudieran enseñar a sus hijos. Igualmente, lanzó su línea de baño y fundó su propia compañía de construcción de piscinas.

Otra mujer que cuenta con su propio capítulo es Julia Morgan, que fue pionera y desafió convenciones como estudiar arquitectura y convertirse en 1889 en la primera mujer arquitecta en ser admitida en la Escuela de Bellas Artes de París y lograr una licencia para construir en California en 1904. Uno de sus múltiples diseños fue el de la primera piscina feminista de la historia, el Berkeley City Club.

Este fue resultado de la unión de 12 clubes de esta ciudad californiana que querían concentrar sus actividades en una casa en la que pudieran reunirse, cenar, divertirse y compartir. El edificio fue encargado en 1929, el club fue inaugurado un año después y estuvo activo hasta 1963, cuando comenzó a admitir también a hombres. Tiempo después, se convirtió en un hotel en el que, a día de hoy, cualquiera de sus huéspedes puede nadar en su piscina. “Construyó como 700 edificios, era una adicta al trabajo”, declara la escritora sobre su artífice.

Otro de los aspectos que destacada Vázquez sobre sus alabados escenarios es su “eternidad”: “Una piscina es pasado, presente y futuro. En ellas se pueden hacer cuatro cosas: tomar el sol, mirar al de enfrente, nadar un poco, charlas con quien vayas... Estoy convencida de que dentro de 30 años se hará lo mismo. Es bonito lo atemporal que te permite hacer una piscina”.

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