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Ruido y silencio

Pau Riba, el hippie definitivo

Fotografía de archivo de Pau Riba.

Montero Glez

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En los años setenta, los focos contraculturales de nuestro país se concentraban en Sevilla y Barcelona, ciudades a la vanguardia musical de la época. 

Mientras en Madrid se seguía bailando el twist, la psicodelia de finales de los 60 impregnaba locales como Dom Gonzalo en Sevilla, un bareto tipo pub que fue semilla del underground sureño. En Barcelona, grupos como Om, Máquina! o Música Dispersa hacían mover las melenas al ritmo de los caleidoscopios. Fue época de lisergia, hippies y rock progresivo, tiempo de flores y humo de incienso donde destacó un hijo díscolo de la burguesía catalana. Hablamos de Pau Riba. 

Hace unos días murió y apenas se ha hecho noticia de su pérdida. El telón de hielo informativo solo se ha dejado traspasar por la información referente a la guerra en Ucrania, algo que resulta significativo, pues Pau Riba fue un pacifista declarado; el último hippie que quedaba. Un tipo incombustible que hizo el primer unplugged discográfico de nuestro país antes de que se pusiera de moda lo de grabar discos desenchufados. Además se lo hizo cantado en catalán. 

El disco se tituló “Jo, la Donya i El Gripau”, y fue toda una declaración de principios en los que la psicodelia californiana se combinó con el folk mediterráneo. Pau Riba lo grabó en Formentera, en una casa donde la luz y el agua no llegaban. Con tan pocos recursos para hacer una grabación, Pau Riba tiró de Nagra, un cacharro que se utilizaba para grabar las voces en el cine. La producción corrió a cargo de otro hippie, un joven que venía de fotografiar a Hendrix en la Isla de Wight y que, con el tiempo, se convertiría en el productor musical con más gusto que ha dado este país. Hablamos de Mario Pacheco. 

Los años no cambiaron a Pau Riba, todo lo contrario. El Pau siguió igual, criticando a la burguesía y a la sociedad de consumo desde su posición rebelde. Tal vez por eso nunca fue un músico a tener en cuenta en las radiofórmulas y en los programas televisivos donde el playback falsificaba la voz en directo. A un tipo valiente, como Pau Riba,  le quedaba muy lejos todo aquello. Otros compañeros de viaje coquetearon con la mercancía, pero el Pau se mantuvo firme, como una barrita de sándalo que se va haciendo humo y solo se agota con el tiempo. 

Ya puestos, hay que recordar su paso por el cine haciendo de él mismo como componente de la Orquesta Club Virginia para la película del mismo nombre, y donde compartió cámaras y acción con Quique San Francisco, Antonio Resines, Jorge Sanz y una de esas actrices que cada vez que salen en pantalla consiguen convertir en magia el cine. Hablamos de Emma Suárez.  

Para quien no lo sepa, hay un documental dirigido por Manuel Iborra, el mismo director de la película, y que se titula “La Club Virginia”, donde se cuentan las peripecias del rodaje treinta años después. En la banda sonora, otro de los músicos de referencia de aquella época, Santi Arisa, canta algunos temas. 

Ahora, que la vida de Pau Riba se ha consumido igual que una barrita de incienso, es posible ver en todo esto una alegoría del pacifismo. Porque los tiempos hippies han de volver; es una necesidad recuperarlos para tomar de nuevo los caminos que dejaron abiertos gente como Pau Riba, como Sisa, como Santi Arisa o como los Smash en aquellos días de viejo color en los que Madrid fue la periferia cultural de España y el meollo estaba en Sevilla y en Barcelona.  

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