Este blog se ocupará de las series más influyentes del momento, recomendará otras que pasan más desapercibidas y rastreará esas curiosidades que solo ocurren detrás de las cámaras.
'El día de mañana': de la novela a la serie de televisión
Aunque el tiempo pase, hay anécdotas que siguen siendo útiles en debates de pura actualidad. En 1985, Jean-Jacques Annaud rodaba El nombre de la rosa en las inmediaciones de Frankfurt. La expectación ante el film era tal que el realizador vivía con miedo a que le acribillasen por traicionar el espíritu de una novela que había vendido millones de ejemplares en todo el mundo. Así que sintió que debía invitar a Umberto Eco, el autor del original, al rodaje para supervisar su adaptación. Eco, sin embargo, se desentendió completamente: “Debes traicionarme”, le dijo el célebre pensador italiano sin rubor alguno, “pues para adaptar un libro siempre es necesario traicionar al escritor”.
Con cada nueva adaptación resurge el debate entre quienes prefieren guardar las esencias de un libro y ver su relato traducido en imágenes palabra por palabra, y quienes defienden que una obra audiovisual se rige por códigos y lenguajes distintos a una literaria. Adaptar siempre es un ejercicio arriesgado en el que el director se convierte en un trapecista que debe balancearse para no caer del lado de la traición ni del lado de la adaptación sin identidad propia.
En esta ocasión, el trapecista es Mariano Barroso, el realizador y también guionista encargado de adaptar El día de mañana. La nueva serie original de Movistar +, estrenada el 22 de junio, se basa en la excelente novela homónima de Ignacio Martínez de Pisón y adaptarla no era tarea fácil.
Cómo adaptar la voz narrativa
El día de mañana sigue las andanzas de Justo Gil – interpretado en la serie por un brillante y polifacético Oriol Pla –, un personaje más bien gris y del que sabemos poco pero que descubriremos dejó una profunda huella en las personas que se cruzaron en su camino. Un joven de la España rural que llegó a Barcelona en los años sesenta sin una mísera moneda en los bolsillos, pero que se convirtió en un confidente de la policía franquista, llevando una doble vida a la caza de opositores políticos al régimen.
La novela de Martínez de Pisón se narra en primera persona, pero no desde la voz de Justo sino desde la de múltiples personajes que cuentan, a lo largo de sus páginas, cómo le conocieron, qué significó para ellos y cómo cambió sus vidas. Es una novela polifónica en la que cada capítulo resulta una suerte de confesión que configura un puzle generacional en torno a un protagonista que nunca habla por sí mismo. También, sobre una juventud con ansias de progresar y unos estamentos que se prodigaban en cortarles las alas.
Mariano Barroso, sin embargo, opta por un camino bien distinto y, a su vez, de profundo respeto por la exitosa obra original. En lugar de convertir la serie en la historia de Justo, pone a los personajes que le rodean delante de la cámara como si les estuviese entrevistando. Ellos cuentan cómo conocieron al protagonista de la serie, cómo vivieron lo que acontece en ella. Y lo hacen mirando a los ojos al espectador.
Esas pequeñas entrevistas no son el grueso de la acción, sino que aparecen y desaparecen de la historia para resignificar lo que vamos viendo. Para dotar a la narración llena de giros y secretos de El día de mañana de un ritmo tan estimulante como complejo.
Reinterpretar y respetar
“Digamos que buscaba reinterpretar aquella época a la luz de la nueva información. La certeza de la existencia de aquel chivato lo cambiaba todo retrospectivamente: nada de lo que entonces había ocurrido era tal como él creía que había sido”, dice uno de los personajes principales de la novela más o menos a mitad de El día de mañana.
Eso, justamente, parece definir lo que quiere hacer Barroso cuando adapta el texto de Martínez de Pisón: reinterpretarlo en lugar de adaptarlo al pie de la letra. Utilizar los recursos de los que dispone para ofrecer una lectura novedosa y a su vez respetuosa de la novela. Esta vez, sin embargo, dotada de un dinamismo que se vehicula por un montaje muy hábil al presentar los puntos de vista de sus personajes y una ambientación cuidadísima que cambia radicalmente con la época y reta al espectador a renovar lo que espera ver en cada episodio.
A su vez, Barroso enmienda la plana a lo que construye constantemente. Si esperas ver un thriller, pronto descubrirás que la serie no lo es del todo. Si quieres ver un melodrama, en el segundo episodio descubrirás que te equivocaste, y si quieres ver un retrato de época te sentirás constantemente interpelado por las opiniones que los personajes sueltan hablándote de tú a tú.
El día de mañana convierte al que era lector en parte activa del relato. Transforma al espectador en testigo. De ahí que uno se sienta más inmiscuido cuanto más se desarrolla la serie: puede que, de tanto mirar, te conviertas en cómplice.
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