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Si Beethoven levantara la cabeza…

Carles Marco

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La actual fascinación por la robótica y los ordenadores lleva a creer a muchos que algún día estas máquinas podrán superar al hombre en varias cuestiones hoy todavía inaccesibles: la creatividad, las emociones, la posibilidad de imperfecciones azarosas, la capacidad de dudar en un sentido reflexivo generador de hipótesis, la imaginación, las decisiones o las intuiciones que son procesadas inconscientemente… Hay quienes piensan que al tiempo lo harán. Otros –es mi caso- somos muy escépticos, amén de que cabría matizar muy bien qué entendemos que significan todas esas cuestiones enumeradas. En todo caso tendríamos que esperar un larguísimo tiempo. Lo que sí que sabemos que no se podrá nunca hacer es crear a posteriori una obra inacabada de un artista. Sin embargo, y aprovechando que se cumple el 250 aniversario del nacimiento de Beethoven, un equipo de expertos en musicología e inteligencia artificial –liderados por Matthias Röder y Ahmed Elgammal- han compuesto la Décima Sinfonía de Beethoven. Dicha supuesta sinfonía la han basado en unas escasas doce notas que Beethoven esbozó en un manuscrito. Con el apoyo de la empresa Deutsche Telekom, introdujeron en la memoria de un ordenador dichas notas con todas las obras del Sordo y crearon un algoritmo que dicen que ha completado su Décima Sinfonía. El estreno, con la Orquesta Beethoven de Bonn, se esperaba el pasado 28 de abril, como plato fuerte de la conmemoración, pero la emergencia sanitaria por el coronavirus ha obligado a posponerlo. Subidos a la ola de la revolución digital los autores de esta impostura han declarado, con toda la arrogancia del mundo, que “Beethoven no se habría opuesto a un avance como este porque él mismo fue un visionario de su tiempo”.

Es obvio que esto ha sido una maniobra de marketing de la empresa que lo ha financiado –Deutsche Telekom- y una apropiación y falsificación indebida de los autores del proyecto. Pensemos que numerosas obras de clásicos ya sufren una inevitable variación de lo que pretendía el compositor de turno pues cuando la crearon, muchos instrumentos no eran exactamente iguales de los actuales, y eran tocadas por menos instrumentistas y masas corales que la “interpretación” que hoy escuchamos. Además está la lectura que cada director de orquesta hace de cada obra convirtiéndola en “distinta”: basta escuchar las versiones que de las sinfonías de Beethoven hacían Toscanini versus Furtwängler para poner ya reticencias a qué era lo que estaba exactamente en la cabeza del genio de Bonn, y si éste las habría aprobado. Concluyamos pues que todas las obras sufren una irremediable “manipulación”, quedan “remozadas” con el paso del tiempo. Y es lógico por otra parte. Pero aquí no podemos hablar de fraude.

Lo que es una impostura, un intempestivo anacronismo y una falta de respeto a Beethoven es decir que lo compuesto por un ordenador es su Décima Sinfonía. Es imposible saber cómo hubiese acabado Beethoven dicha sinfonía. Son muchos los factores biográficos y temperamentales que influyen en el momento que un artista crea una obra hasta ponerle punto final. Son muchos los ímprobos esfuerzos y cambios que el autor prueba hasta tomar una decisión. Por otro lado el procesamiento de la música está distribuido por todo el cerebro en sus dos hemisferios interconectados, y tanto en las zonas de sus diferentes cortex, como en zonas de su interior y en el cerebelo. Gran parte de la capacidad de procesamiento del cerebro procede de esta enorme posibilidad de interconexión, y gran parte de ella deriva del hecho de que los cerebros son ‘máquinas’ de procesamiento paralelo mientras que un ordenador es un procesador que trabaja en serie, como en una línea de montaje que maneja cada pieza de información cuando llega a la cinta de transmisión, efectuando alguna operación en ella y haciéndola continuar luego por la línea para la operación siguiente.

El cerebro musical puede trabajar muchas cosas al mismo tiempo, superpuestas y en paralelo. Todos los estímulos que recibe pueden confluir con infinitas resoluciones posibles. Cada neurona de las 86 mil millones que tenemos está conectada a otras neuronas, normalmente entre mil y diez mil más. El número de combinaciones se hace tan grande –superior al número de partículas conocidas de todo el universo conocido- que es improbable que lleguemos a entender nunca todas las conexiones posibles y lo que implican. A más a más, estas redes neuronales se entretejen, reorganizan y actualizan permanentemente. Esta neuroplasticidad del cerebro conlleva la imposibilidad de predecir qué pensamientos y emociones pueden surgir en cada momento. A mi juicio, digan lo que digan algunos informáticos, los ordenadores están a años luz de la complejidad cerebral humana que crea una sinfonía: le falta, entre otras virtualidades, la capacidad de emoción, ambición y sorpresa. Ningún ordenador puede recomponer una sinfonía y menos con un esbozo de doce notas. La creatividad musical de los grandes genios es algo misterioso y no replicable. Son miles los matices sutiles de timbre y longitud de nota para transmitir los muchos matices emotivos distintos de la experiencia humana. De hecho, múltiples obras musicales –como la “Sinfonía Sorpresa” de Haydn- violan nuestras expectativas respecto a la dirección melódica, el contorno, el timbre, el ritmo, la intensidad… todo al mismo tiempo. Esa es la genialidad de la que solo es capaz un gran compositor: nunca un ordenador.

Por ello, pretender haber realizado la Décima Sinfonía para homenajearle en los 250 años de su nacimiento es un flaco favor a Beethoven. Con un punto de soberbia y aprovechándose de su nombre, los bien pagados por la empresa Deutsche Telekom, se han metido en camisa de once varas mancillando al genio con su falsificación. Recordemos que Cervantes escribió la segunda parte de El Quijote perplejo de que, bajo pseudónimo, se publicase un segundo tomo conocido como Quijote de Avellaneda con numerosas alusiones y críticas a la mediocre versión de Avellaneda. Algo parecido, si no peor, han hecho recomponiendo la Décima Sinfonía. Eso nunca será la décima sinfonía porque la mente del Sordo era muy personal, intransferible e inimitable. Si Beethoven levantara la cabeza…

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