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Isabel Bonig, entre Thatcher y Atila

Andreu Escrivà

Isabel Bonig es quizás el miembro más inteligente de un Consell en descomposición, una corte paralizada que ahora ejerce tan sólo de palmero monocorde de Alberto Fabra. Y eso que –no hay que olvidarlo- la castellonense fue una apuesta personal de Francisco Camps. Por detrás de la orgía de anticatalanismo y analfabetismo en la que el consell se extasía actualmente –pensando quizás que con la calentura del momento se nos pasarán todos los males- emerge una figura que ha intentado no enfangarse en un lodazal sin salida posible, la de la Consellera de Infraestructuras, Territorio y Medio Ambiente. Sí, en su momento, durante el show del tripartito, utilizó toda la artillería anticatalanista –por vergonzante que fuese- de la que la proveyó el PP, pero ahora se mantiene al margen de un debate no sólo estéril, sino que muestra la poca altura intelectual de quienes lo instigan (y a veces, de quienes caen en el parany que les tiende gente como Serafín Castellano).

Lo que hace a Bonig diferente del resto es que ella se autoproclama de derechas en cuanto tiene ocasión. Lo dice y lo repite con una sonrisa y voz vehemente en el pleno de les Corts Valencianes. Y disculpen, pero yo prefiero a alguien honesto que venga de cara, que a farsantes y cobardes como Alberto Fabra, que intentan maquillarse con una socialdemocracia deslavazada y tramposa y no son más que vampiros neocons, lacayos que exprimen las instituciones para beneficio de sus amigos. Isabel Bonig dijo en sede parlamentaria que “La protección nos lleva al desastre” (el día 13/03/2013, en respuesta a una interpelación del diputado de Compromís Juan Ponce), y lo que es más importante, se lo cree.

Y es que si no, no se explica que fuese ella quien cambiase la figura de “director-conservador” de parque natural a “dinamizador”, un colador agujereado a propósito para filtrar a amigos y afines en cargos supuestamente técnicos. Si no, no se explica que haya sido ella la que haya desmantelado la red de espacios protegidos, dejándolos bajo mínimos. Si no, no se explica que haya sido ella la que haya desistido de la declaración del PN de Sierra Escalona, cuyo Plan de Ordenación de los Recursos Naturales se tramitó en 2006 y sigue sin aprobarse mientras el espacio natural se degrada. Si no, no se explica que haya triturado a una empresa pública como VAERSA, que se ocupaba de nuestro medio ambiente, y haya dejado en la calle a centenares de trabajadores en un ERE que los tribunales han dictaminado que, además de injusto, es ilegal. Si no, no se explica que sea ella quien quiera privatizar el bosque a marchas forzadas –siguiendo la estela de Arias Cañete- con un Plan Forestal (PATFOR) no soluciona los principales problemas de nuestro monte, y que además no cuenta con la dotación presupuestaria adecuada. Si no, no se explica que sea ella la que venda –regale- plantas de residuos rentables, en un ejercicio diáfano de transferencia de patrimonio público que genera beneficios a manos privadas, para enriquecimiento de unos pocos.

Isabel Bonig, un auténtico panzer dialéctico en la tribuna de oradores, llegará sí o sí allá donde se ha propuesto, porque sabe dónde quiere ir. Pero tras la inspiración thatcheriana subyacen maneras de Atila, convirtiendo en yermo todo aquello que toca. Estamos peor que hace un año y que hace casi tres, cuando fue escogida. Estamos incluso peor que con el Conseller sandía, González Pons, e incluso que con Rafael Blasco, el personaje más turbio de la política valenciana en los últimos treinta años; estamos peor que con Cotino, cuyo desinterés en la materia no fue óbice para profundizar en una nefasta gestión con numerosos agujeros negros; estamos peor que con García-Antón, que con Modrego, incluso que con la ya lejana Conselleria de Mig Ambient (sic).

¿Que por qué estamos peor? Porque al desastre que perpetró el PP y la extinta UV se le suma la obcecación de Bonig a la hora de implantar una gestión que encaje con su visión neocon: la desregularización total de todo lo que tenga que ver con el medio ambiente. Muy probablemente, además, por cuestiones más ideológicas que de (presuntos y oscuros) tejemanejes con ánimo de lucro, como Rafael Blasco, quien lideró y gestó –no se nos debe olvidar- la burbuja inmobiliaria en el País Valenciano, la explosión de los PAI y la locura urbanística. Bonig tiene asuntos que debe esclarecer (como los 18.000 euros gastados en entradas para corridas de toros con partidas que no estaban destinadas a ello), pero no da la impresión de que su acción política esté motivada por intereses personales.

Isabel Bonig quiere ser Margaret Thatcher, pero nunca dejará de ser Atila. El trabajo de quienes la sucedan debe ser replantar, cuidar y proteger no su legado, sino lo que le sobrevivió. Devolvernos a los valencianos lo que pudo escapar de sus pies de cemento y hierro.

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