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OPINIÓN

España enferma a las personas migrantes

Migrantes construyen alojamiento improvisado junto a Las Raíces, Tenerife

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Estamos enfermando personas. En vez de acogerlas, de sanarlas, España enferma a las personas migrantes que llegan a nuestra frontera sur. ¿Cómo? Con una acogida nefasta, con falta de información y alternativas y con una insuficiente atención médica y psicológica que mina su salud mental día a día. Hemos institucionalizado la vulneración de los derechos de las personas migrantes y, particularmente, como Médicos del Mundo ha podido observar, del derecho a la salud de quienes acceden a Europa por Canarias o Melilla. Es una ineficacia crónica, sin factor sorpresa. Las crisis migratorias siempre  nos pillan en bañador, recibiendo a otros turistas, con los deberes sin hacer.  

Una acogida que enferma 

Makha llegó a Tenerife tras ocho días de trayecto, cocinando en la patera y echando muertos al mar. El último trabajo que tuvo en su país fue como pescador, pero hacía tiempo que salían a faenar y los barcos volvían vacíos. “Nos han robado hasta el mar”, explica. Así que cogió uno de esos barcos y vino a buscarse la vida.  

De un país desarrollado, con una frontera terca y desigual, cabe esperar que al menos las condiciones de acogida que se dan a las personas que vienen exhaustas de un peligroso viaje sean dignas. Error. No es que no sean dignas, es que son tales que muchos migrantes prefieren abandonar los recursos habilitados y vivir en la calle. 

¿A qué condiciones sociosanitarias se enfrentan las personas que han llegado a nuestro país y que viven en un recurso de acogida? Comen mal, la comida es muchas veces insuficiente o directamente incomestible, como denuncian muchos migrantes en los diferentes macrocampamentos del Plan Canarias. En algunos casos, como en los hoteles habilitados durante la pandemia en el sur de Tenerife, comían tres bocadillos al día: mañana, tarde y noche. Que levante la mano quien haya estado fuera de casa y no haya visitado el baño en días. Esta dieta deriva en estreñimiento, dolor de estómago, diarrea, vómitos. Puedes protestar por la comida, muchos lo han hecho, pero la respuesta es: ahí tienes la puerta. 

¿Dormir? “Solo de puro agotamiento”, nos comenta un joven marroquí. ¿Han estado en la playa sobre la loneta de una hamaca y han necesitado levantarse al rato por el dolor de espalda? Miles de migrantes duermen en esterillas suspendidas en dos hierros, una sobre la otra, sin espacio para sentarte siquiera desde hace meses. El hacinamiento de las carpas que comparten hace que la noche sea un continúo tumulto de voces, de falta de espacio, de insomnio permanente porque las condiciones físicas y psíquicas de los acogidos hieren y desvelan. Insomnio, dolores de cabeza, dolores de espalda, brotes de sarna. 

¿Al menos estarán limpios? Younes, un joven marroquí que ha pasado por varios recursos, dice que consiguió unos calzoncillos y un pantalón tras semanas en España. En la mayoría de los macrocampamentos de Canarias cada uno lava su propia ropa con un poco de champú y esperan a que se seque, muchas veces sin una muda de cambio. Las duchas y baños son insuficientes, hacen largas colas para ducharse con agua fría y ni en una ni en dos ocasiones las aguas residuales han inundado los lavabos. Las carpas habilitadas en V Pino en Melilla superaron todos los límites de lo humanamente tolerable y generaron un riesgo altísimo de salud pública: tres baños y una ducha para más de 200 personas que no eran debidamente limpiadas ni desinfectadas y un sistema de aguas fecales inadecuado, que se filtraban en las carpas donde dormían las personas migrantes. La insalubridad como regla. Hongos, sabañones, enfermedades dermatológicas. 

Resulta evidente que la acogida que damos a nuestros vecinos migrantes les enferma ¿Y les curamos después? Pues la atención sanitaria es insuficiente y existe una clara infradotación de recursos humanos. Hay centros como el de Las Raíces en Tenerife que cuentan con dos médicas para 1.700 personas, totalmente desbordadas –y con serias dificultades de encontrar personal de enfermería por la presión asistencial–. Ha habido otros recursos con solo 2 horas semanales de atención sanitaria, como los hoteles habilitados en las islas. Así, en demasiadas ocasiones la atención se demora varias semanas e incluso meses, con el consiguiente riesgo para la salud de estas personas.  

Además, uno de los problemas más graves que hemos detectado es la desinformación que padecen respecto a su estado de salud. Muchas personas no reciben sus informes y si los reciben lo hacen sin traducción ni explicación alguna. Cabe sumar la falta de intérpretes o traductores. Otra vulneración más. 

Por último, y no menos relevante, cabe señalar la actual situación de pandemia, que también ha afectado a la salud de los migrantes que han llegado a la Frontera Sur. En muchas ocasiones, la pandemia ha supuesto una merma de sus derechos. ¿Cómo mantener la distancia en un centro hacinado? ¿Son tu burbuja las 1.700 personas con las que convives? Un joven senegalés nos cuenta en un perfecto español que encadenó más de dos meses de cuarentenas en un centro en la isla de El Hierro. Cuando terminaba un aislamiento, llegaba una nueva patera, y vuelta a empezar.  

Estas condiciones no son la respuesta a una crisis migratoria, es una crisis del sistema de acogida. 

Una salud mental maltratada 

Cuando Mohamed, un chico de 17 años con rastas y mirada aturdida, desembarcó de la patera que le trajo a las Islas Canarias, estuvo dos días sin saber si seguía en el mar o no, en un estado de semiinconsciencia. Pero, ¿qué pasa con la salud mental? Que sigue siendo un tema tabú, que nos lo guardamos para nosotros, que tenemos miedo a que nos traten de locos, así que Mohamed no dijo nada. 

El deterioro generalizado que hemos podido observar en la salud mental de las personas que llegan a Frontera Sur resulta francamente alarmante. Estas personas sienten frustración por no saber orientarse: cuánto tiempo estarán en el recurso en el que viven, cómo gestionar los papeles que necesitan, etc. Sin actividades socioculturales y educativa que hacer, rumian sus pensamientos una y otra vez a lo largo del día. Les duele la carga de estar aquí varados sin poder trabajar y enviar algo de dinero a sus familias, que es para lo que han venido, y por el contrario tener que depender de pedir ayuda a sus allegados para poder sobrevivir en un centro o en la calle un día más. 

El declive de su salud mental deriva en el abuso de psicotrópicos para calmarse y poder conciliar el sueño. Hemos observado autolesiones e intentos de suicidio. No ver sentido a un encierro sin alternativas, sin información para entender el contexto, a la espera de la nada. A todas las preguntas, por respuesta: mañana. Y mañana nunca llega. 

Tras una dura jornada de trabajo con chicos que viven en la calle, un joven senegalés nos sigue hasta el coche para pedirnos algo que no quiere que sus compañeros oigan: una crema para las rodillas, un dolor causado por correr. Puede que le parezca una excentricidad en medio de tanto dolor, pero es un acto lleno de resiliencia y dignidad, no sentir dolor al hacer lo único que le mantiene en pie. Correr, evadirse. 

La alternativa: la calle 

La alternativa a todas las enfermedades causadas por el sistema de acogida español y europeo es la calle. Un lugar ya de por sí enfermo. Es la única opción que han encontrado cientos y cientos de personas al maltrato de la acogida. 

Younes esconde su timidez bajo un hilo de voz y su integridad tras un muro de hormigón en un descampado de Gran Canaria, donde vive desde hace demasiadas semanas. Para vivir en las calles de Las Palmas achicó agua de la patera donde vino, con garrafas cortadas por la mitad, durante seis días. Younes dice que el mar nos iguala ante la muerte, pero que lo que encontró al llegar aquí fue mucho peor. Asegura que cada paso del proceso migratorio desde que llegó a España ha sido peor que el anterior.  

Ahora se resguarda en un solar sin edificar, donde para acceder hay que saltar el muro que lo cerca. Metido junto a dos amigos en un contenedor de obras en una zona con riesgo de desprendimiento de la montaña, pasaron días sin comer, ducharse y beber hasta que un vecino vio a Younes pidiendo agua en la calle. Ahora este vecino, Samuel, con su salario mileurista, hace de comer una vez al día a los tres jóvenes, les lava la ropa una vez a la semana y les invita a un helado sin necesidad de hablar el mismo idioma. 

Y esa es la respuesta más humana que hemos observado en esta investigación sobre la salud de las personas migrantes: los vecinos y vecinas que llegan donde la Administración no lo hace. Organizados por un grupo de Whatsapp, cocinando en casa para dos o tres personas más a diario. Cuidando de ellas dignamente hasta el final. Es por eso que Manuela lleva cada semana un ramo de flores a 15 cuerpos que yacen en el cementerio de Agüimes. 15 personas que perdieron la vida cuando intentaban que esta fuera mejor. “Mientras que yo viva, a estos vecinos no les faltará unas flores frescas y una oración”, apunta.

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