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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Las peluquerías atienden una avalancha de tintes mientras ultiman sus medidas de seguridad: “No nos han dado margen”

Ángeles vuelve después de dos meses a la peluquería 'A tu aire', en Madrid

Mónica Zas Marcos

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Esmeralda no puede apartar la vista del móvil. Es domingo a última hora y, mientras espera a que desinfecten su local con ozono, recibe trece mensajes y alguna que otra llamada más. Todas ellas son de clientes habituales o de personas que han visto en su página que este lunes retoma su actividad con citas previas, como dictó Sanidad hace tres días, lo que arrancó el contrarreloj para acondicionar la peluquería en menos de un fin de semana. “Me pican las manos de limpiarlo todo con lejía”, dice risueña.

Donde antes había botes de laca o bandejas con pinzas ahora lucen desinfectantes de tamaño medio, batas sanitarias de “un amigo que trabaja en el hospital” y toallas plastificadas. La balda en la que se apilan las demás está medio vacía, puesto que algunas están siendo desinfectadas o lavadas antes de llevarlas de vuelta al establecimiento. “Ya lo hacía a diario antes de la Covid, pero ahora con más razón”, asegura.

Además, el carrito que normalmente sirve para rulos y peines ha sido reconvertido en una EPI con ruedas: mascarillas, guantes de látex y más desinfectantes, dispuestos con cuidado como si estuviesen en un escaparate. “Quiero que genere tranquilidad entre las clientes”, reconoce Esmeralda.

La mayoría de personas que contactan con ella le piden una lista detallada de las medidas de seguridad que ha tomado en Peluquería A tu aire y, aún así, muchas no esconden sus recelos: “Prefiero que no vengan a que lo hagan con miedo”, asegura sincera. Y así se lo hace saber a quienes siguen intranquilos tras sus explicaciones: “Han sido días difíciles y lo entiendo, pero lo han sido para todos. No necesito más estrés del que ya me genera este arranque”.

Casi a las diez de la noche aparece Pablo, encargado de la limpieza con ozono. Lleva más de una hora de retraso porque en un solo domingo ha tenido que tratar centros de acupuntura, varios gimnasios y tres peluquerías. La de Esmeralda, en el barrio de Batán, al sur de Madrid, es la última de la jornada. Sus cuarenta metros cuadrados la convierten en un hueso fácil de roer después de dos días saturado de locales grandes.

“Ayer y hoy han sido un descontrol”, cuenta enfundado en un traje de buzo que les proporcionó el Ayuntamiento de Madrid antes de la pandemia. Ahora, se los rifan ante la dificultad de conseguir buen material por su cuenta.

Mientras, la dueña de la peluquería sigue respondiendo a mensajes; la agenda de la semana está prácticamente llena. De pronto, se asoma un vecino por la puerta y le pregunta si ya ha conseguido un datáfono. “Espero que llegue esta semana”, dice ella, pues los vendedores no han podido darle una fecha ante la escasez. “Vale, entonces me espero hasta que lo tengas”, contesta él.

También está pendiente de unas mamparas de metacrilato para la caja y para el espacio entre los sillones: “El problema es que cuestan 300 euros cada una y ahora no tengo liquidez”, confiesa, esperando que la gente se muestre comprensiva con el momento.

Ese es el caso de Ángeles, la primera clienta del lunes, que llega puntual a las diez y media de la mañana para peinarse: “Las canas me las he ido apañando en casa estos días. A mis 68 años no podía esperar a que abrieran”, dice entre risas. “Confío en ella, sé que lo tiene todo muy limpio y que vamos a estar solas”, comenta sobre las medidas de la desescalada. Esmeralda solo atenderá a dos más para asegurarse de que le da tiempo a esterilizar todo entre unas y otras. A lo largo de la semana, irá recibiendo más material, incluyendo el datáfono.

Además de por seguir las normas, es una medida que toma por ella misma, pues tuvo cáncer de mama hace dos años y, aunque dejó la quimioterapia y está recuperada, su doctora la considera persona de riesgo frente a la COVID-19. Pese a todo, ha abierto el negocio segura de su decisión y de que necesita volver a la normalidad cuanto antes: “Con miedo no se puede vivir. El miedo es lo que te mata”, asevera entre el sonido del secador.

Tampoco niega que sea una disposición empresarial. “Mi casera me ha cobrado los dos meses de alquiler del local enteros aunque yo no ingresara ni un duro”, lamenta. El parón durante mes y medio ha provocado un receso en las cuentas de casi 4.000 euros, además de haber perdido la temporada de lo que en el gremio llama la BBC, “bodas, bautizos y comuniones”. Esta “necesidad” de abrir, sin embargo, no aplica a todos sus compañeros, que reclaman una bajada del IVA al 10% para dinamizar el negocio antes de retomar la actividad.

También piden la aprobación de los ERTE flexibles, ante la amenaza de pérdida de más de 16.000 puestos de trabajo. Esmeralda está sola y no ha tenido ese problema, pero sus compañeras de Herbal Peluqueros, por la zona de Laguna, sí. Solo se han incorporado la mitad de las trabajadoras de las diez que están en plantilla. “No nos han dado ayudas de ningún tipo”, dice una de ellas mientras pinta unas mechas.

Plásticos en las sillas, mascarillas y guantes es todo lo que han podido conseguir de cara a este lunes. “Vas a las farmacias y te dicen que no quedan. ¿Y qué hacemos entonces? No podíamos esperar más”, dice otra. Por eso, aunque van a seguir las indicaciones de Sanidad, han decidido atender a un buen número de clientes en la primera semana. “En tres horas he hecho seis cabezas. Haz la cuenta”, espeta una tercera trabajadora.

“Lo teníamos todo planificado para el día 11. No nos han dado margen de maniobra ni para organizarnos entre nosotras”, reclama la encargada. Mientras, en la puerta se atisba una cola de clientas -la mayoría de tercera edad y todas con cita previa- pese a que todavía quedan siete sentadas dentro, lo que corresponde al 30% de la capacidad de Herbal Peluqueros.

En Absalon, cerca de Aluche, una cinta roja corta la entrada a clientes, mirones y periodistas. Dentro, la esteticien aguarda sentada en su escritorio mientras que la peluquera atiende a una única chica joven. “Vamos a toda pastilla, lo siento”, dicen sin poder responder a más preguntas. Hoy, las profesionales trabajan a la velocidad de Eduardo Manostijeras para rentabilizar al máximo la apertura, aunque sea a base de citas previas.

“No sabes lo que la he echado de menos”, confiesa Ángeles a la salida del local de Esmeralda. Al fin y al cabo, como reclama la Alianza de peluquerías, es un sector al que hay que cuidar por su labor “tanto a nivel higiénico como de refuerzo del ánimo y de la psicología de los ciudadanos en un momento clave”. “Yo, desde luego, pienso volver cada semana como hacía antes”, promete la clienta.

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