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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Los fueros nacionales de Fernando VII

El lehendakari, Iñigo Urkullu, en el Parlamento Vasco

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Me pregunto cuánto tiempo duraría en su cargo un presidente del Gobierno si reclamara en el Congreso de los Diputados volver a los tiempos de Fernando VII para garantizar mejor la soberanía nacional de España. Pero, como Euskadi es diferente, algo muy parecido es lo que propuso el lehendakari Urkullu en el último debate de Política General: volver a los tiempos del absolutismo para recuperar la “soberanía originaria” que España arrebató a los vascos tras el fin de las carlistadas y así poder llegar al ansiado “concierto político” entre Euskadi y el Estado español.

No deja de asombrar esa extraña, y recurrente, manía del nacionalismo de afrontar el futuro del país marchándose al pasado más remoto y más manipulable que puede encontrar. Si quería unas referencias solventes para impulsar un mejor autogobierno, podría haberse referido al Estatuto de Autonomía, que es el que constituyó a Euskadi como país y le dotó de instituciones comunes con plena operatividad. Pero nuestro lehendakari prefirió ir bastante más atrás, olvidándose de Euskadi y diluyéndolo en el caldo confuso de las foralidades territoriales; unas foralidades que, como es sabido, tienen vida propia, son conflictivas y provocan crisis de país tan gordas como la derivada del debate de la Ley de Territorios Históricos, en tiempos de Garaikoetxea.

Los mitos arrastran mucho en el nacionalismo; y más cuando, en su seno, se está librando una lucha feroz de legitimidades entre PNV y EH Bildu, para decidir quién de los dos acaba quedándose con el caserío de nuestros ancestros

Pero ya nos ha dicho el presidente del PNV, Andoni Ortuzar que lo que se reclama con el mensaje de Urkullu es que “nos devuelvan lo que teníamos” antes de 1839. Aunque no nos aclara qué es lo que teníamos que fuera más y mejor que lo que ahora tenemos con nuestro actual marco de autogobierno. ¿Cabe más o menos en el actual Estatuto que en nuestros antiguos fueros? ¿Teníamos en el primer tercio del siglo XIX más o competencias que ahora para autogobernarnos? ¿Disfrutaba entonces la sociedad vasca de más o menos democracia, más o menos  derechos, más o menos libertades que en el presente? ¿Había más bienestar con el viejo sistema foral? ¿Proporcionaba aquel sistema los servicios públicos puestos en marcha por las instituciones autonómicas? ¿Reconocía derechos básicos como el de la Educación, la Sanidad, el acceso a la vivienda, la Renta de Garantía de Ingresos…? ¿No tendremos hoy, en cantidad y calidad, bastantes más cosas que las que supuestamente nos quitaron hace dos siglos?

Y, sobre todo, ¿alguien cree de verdad a estas alturas que el autogobierno vasco se garantiza mejor dentro de un régimen autoritario que en el seno de una España democrática? La pregunta es puramente retórica. Doy por hecho que los actuales dirigentes del PNV, con el lehendakari a la cabeza, son lo suficientemente inteligentes como para creerse lo que propagan. Pero es que los mitos arrastran mucho en el nacionalismo; y más cuando, en su seno, se está librando una lucha feroz de legitimidades entre PNV y EH Bildu, para decidir quién de los dos acaba quedándose con el caserío de nuestros ancestros. 

De ahí que sus actuales dueños, además de cuidar con moderno pragmatismo de las cosas del comer, se reserven también como garantía de identidad, ese tiempo legendario, tan irreal como el Basajaun, y en el que seguramente no creen, pero que les viene muy bien para seguir conservando el poder. La nación foral de la que habló el lehendakari Urkullu hace ya seis años, sigue siendo un chicle que puede estirarse a discreción. El pegamento que, con algo de ingeniería constitucional, ayude a sostener esa “Euskadi en rojo, verde y blanco” con que sueñan, o dicen soñar, los jeltzales. Eso sí, después de jurar y perjurar, que la Constitución (de la que ahora reclaman la disposición adicional sobre los derechos históricos) no va con ellos.

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