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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Prieto y Aguirre: padres fundadores de Euskadi

Portada del libro 'Vidas cruzadas'

José Luis de la Granja / Luis Sala

La expresión padres fundadores puede referirse a un país, una ideología o un movimiento. Indalecio Prieto y José Antonio Aguirre no fueron los creadores de sus partidos políticos, el PSOE y el PNV, fundados por Pablo Iglesias y Sabino Arana; pero sí fueron los padres de un país, Euskadi, que nació institucionalmente el 1 de octubre de 1936 con la aprobación del primer Estatuto de autonomía por las Cortes republicanas, como había anunciado Manuel Irujo unos años antes: “la existencia del Estatuto es tanto como la existencia de Euzkadi”, porque “el Estatuto es el reconocimiento de nuestra personalidad ante España y ante el mundo”.

Fue entonces cuando Euskadi pasó de ser un proyecto ideológico a convertirse en una realidad jurídica y un sujeto político. Y los padres indiscutibles de dicho Estatuto fueron Prieto y Aguirre, no solo por ser el presidente y el secretario, respectivamente, de la Comisión de Estatutos, sino sobre todo porque ellos fueron quienes consensuaron su texto definitivo en vísperas del golpe militar que provocó la Guerra Civil y negociaron la forma de nombrar al primer lehendakari iniciada ya la contienda. El buen entendimiento personal entre ambos líderes en 1936 fue imprescindible para la entrada en vigor del Estatuto y, fruto de ella, la constitución del primer Gobierno vasco de la historia, conocido como el Gobierno de Euzkadi.

Hay que recordar que Prieto había sido la “bestia negra” (la expresión es suya) del nacionalismo vasco desde la Monarquía de la Restauración y que él y Aguirre fueron “acérrimos enemigos” (palabras también de Prieto) apenas cinco años antes, en 1931, por el proyecto de Estatuto de Estella, con su célebre Concordato vasco, descalificado por Prieto como “Gibraltar vaticanista”. Todo ello lo superaron, pese a su rivalidad política, en aras de conseguir la autonomía de Euskadi, que solo era posible si el Estatuto era “una obra de concordia y transigencia”, como apuntó Prieto. Así sucedió en 1936: primero con su entente cordial con Aguirre en las Cortes en vísperas de la guerra y después con la alianza política y militar del PNV y del Frente Popular, que lideraban, contra los sublevados, alianza encarnada en el Gobierno de unidad vasca del lehendakari Aguirre.

Desde entonces el respeto y la simpatía fueron constantes en la relación entre estos dos hombres, que fueron amigos durante los veintitantos años que vivieron desterrados en Europa y América, como prueba su rica y abundante correspondencia, que acabamos de publicar en el libro Vidas cruzadas: Prieto y Aguirre (Biblioteca Nueva). En ella son frecuentes expresiones como “mi querido amigo” o “le saludo con el afecto de siempre”.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Prieto y Aguirre volvieron a estar enfrentados políticamente por exigir el lehendakari la llamada “obediencia vasca” a los consejeros socialistas de su gabinete, algo que Prieto rechazó y que está en el origen de la grave crisis que vivió el Gobierno vasco en 1943. Con todo, cuando Prieto pasaba por Nueva York, no faltaba la comida con Aguirre en el restaurante Jai Alai, y lo mismo en las visitas de Aguirre a la casa de Prieto en Ciudad de México.

La sintonía personal facilitó su nuevo pacto político, cuando Aguirre apoyó decididamente el llamado “Plan Prieto”: su intento de pactar con los monárquicos de don Juan de Borbón para derrocar la dictadura de Franco y restaurar la democracia en España y la autonomía en Euskadi, porque para ambos democracia y autonomía iban juntas desde 1936. Ese intento, que llegó a plasmarse en el Pacto de San Juan de Luz (1948), fracasó y dio paso a la triste década de 1950, cuando el régimen franquista fue reconocido internacionalmente; de ahí que nuestros dos personajes tuvieran que morir en el exilio.

Buena muestra de su amistad fue el emotivo artículo que Indalecio Prieto dedicó a Aguirre a raíz de su repentino fallecimiento en París en marzo de 1960. En esta semblanza necrológica, titulada 'José Antonio y su optimismo', elogió “su simpatía personal, ciertamente arrolladora, y su ingénita bondad”, resaltó sobre todo “su inquebrantable optimismo” y concluyó con estas palabras: “Todos acaban de sufrir una pérdida irreparable”. Cabe afirmar lo mismo cuando dos años después, en febrero de 1962, murió Prieto en la capital azteca. El lehendakari Jesús María Leizaola fue entonces el encargado de escribir la semblanza de Prieto: “un socialista cuyas cualidades personales le dieron durante toda su vida (…) una excepcional envergadura”. Y terminaba así: “Descanse en paz el socialista bilbaíno, sin cuya mención no será posible escribir la historia política de España en el siglo XX”.  

La historiografía está de acuerdo a la hora de valorar las figuras de Prieto y Aguirre: fueron no solo los líderes más carismáticos del socialismo y del nacionalismo vascos, respectivamente, sino también los políticos y estadistas más relevantes de la Euskadi del siglo XX, a cuyo autogobierno contribuyeron de forma decisiva, por ser los artífices tanto de la Euskadi autónoma en la Guerra Civil como de los Gobiernos vascos del exilio. Por eso, su legado histórico ha sido el pactismo, esto es, el pacto político entre fuerzas diferentes que tienen en común la defensa de la democracia y la autonomía. Pacto que continúa vigente en la Euskadi del siglo XXI.

*José Luis de la Granja y Luis Sala son historiadores

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