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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Vamos a contar mentiras, tralará

El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, ofrece una rueda de prensa en el Congreso tras su consulta con el Rey para la propuesta de candidato a la Presidencia del Gobierno.

Javier Arteta

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Empiezo a creer que es cierto que “por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas”, como reza la conocida canción infantil. Las complicadas relaciones de las derechas españolas con la verdad me han hecho pensar que todo puede ser posible, más allá de la fantasía. Es posible decir que un partido, Vox, es de extrema derecha, y que con él no se puede ir ni a la vuelta de la esquina; y pactar, un mes más tarde, con ese mismo partido, para desalojar a la izquierda de ayuntamientos y Comunidades Autónomas, o no permitirle gobernar, aunque haya ganado elecciones. No hay contradicción alguna. Hay verdades preelectorales y verdades postelectorales. Y las dos gozan de la misma validez.

Las verdades que maneja Ciudadanos son aún más imprevisibles y mudables, porque las suele cambiar, no por cuestión de principios, sino por lo que dice la última encuesta publicada. A Ciudadanos los principios le funcionan hasta que se da cuenta de que tiene otros y, finalmente, acaba haciéndose el despistado, por ver si cuela. A estas alturas de la película, Ciudadanos debe de ser el único partido que no se ha enterado de que va a gobernar el Ayuntamiento de Madrid en compañía de Vox. El sólo mantiene los compromisos firmados con el PP. Aunque el PP confirme que firmó otro documento con los de Abascal, concediendo a éstos últimos concejalías de Gobierno. Un documento al parecer secreto que la ultraderecha amenaza con dar a conocer, si PP y Ciudadanos tratan de ningunearle.

Pero Ciudadanos actúa como quien se cree lo suyo, desentendiéndose de lo que hace su socio principal, aunque de esas maniobras dependa que Vox le permita gobernar. Lo cual me recuerda algo sorprendente que, en tiempos de oscuridad, podía leerse en la vieja Enciclopedia Álvarez. Me refiero a la sugerencia de que los crímenes de la Inquisición española contra los disidentes religiosos de la época no fueron en realidad crímenes de la Inquisición. Al fin y al cabo, como la Enciclopedia precisaba, “es digno de hacer notar que, cuando era preciso ejecutar alguna sentencia, los reos eran entregados a los poderes civiles” (lo que se conocía como el “brazo secular”). De esta manera, la Iglesia católica se lavaba las manos, porque los crímenes los cometían otros.

Salvando las distancias que afortunadamente nos separan de la España de los Reyes Católicos y sucesores, Ciudadanos ha encontrado en el PP su brazo secular que le libera de remordimientos éticos. El partido de Rivera no tiene culpa alguna de lo que haga el de Casado cuando abandona su lecho conyugal para irse con otro y hacer con él cosas feas. Ellos van a lo suyo, a estar en el Gobierno municipal. ¿Y cómo no van a hacerlo, si hasta Macron les ha felicitado por su política de pactos? Lo ha dicho Rivera sin cortarse un pelo, en una de esas verdades de quita y pon que tuvo que embaularse apresuradamente, ante el desmentido contundente de los portavoces del Eliseo.

A juzgar por lo que está ocurriendo en ese gran escaparate de la España salvada para la unidad de España, que es el Ayuntamiento de Madrid, los pactos de las derechas no pasan de ser un vodevil interminable, con gente entrando y saliendo de habitaciones donde ocurren cosas que no se quiere que se sepan. Y lo que se quiere ocultar es que, sin Vox, Ciudadanos y PP no son nada. Y unos se excusan diciendo: “Yo no he sido. A mí que me registren”. Los otros amenazan: “¡A que lo cuento todo!”. Y a unos y otros, forzados a entenderse para “descarmenizar” Madrid, no les queda otra que mentir con descaro para contener los escrúpulos de sus respectivas parroquias.

Y aunque sólo sea por razones propagandísticas, quizás sea Vox el que más se acerque a la verdad de lo que está sucediendo. A fin de cuentas, no han sido Abascal y Ortega Smith los que han dulcificado sus mensajes. Han sido sus actuales compañeros de viaje los que han asumido el discurso, y buena parte de las exigencias, de la extrema derecha. De ahí los pactos a dos que son también a tres; de ahí la vergonzosa opacidad de aquello que se pacta y no se quiere mostrar; de ahí los chantajes de quienes aspiran a ser reconocidos a todos los efectos por sus compañeros de la derecha como un partido normalizado; de ahí, finalmente, que el engaño, la ocultación y la mentira se normalicen también como instrumentos de acción política.

Mienten y mienten y vuelven a mentir. El sistemático recurso a la mentira utilizado por los partidos de la derecha está a la altura de la involución política y la regresión social que persiguen. Esa involución política y social que permite calificar de puta a una ministra del Gobierno de Sánchez; o que impulsa al presidente del grupo parlamentario de Vox en el Parlamento de Andalucía, Francisco Serrano, a escribir que la sentencia definitiva del Tribunal Supremo sobre los delincuentes sexuales de la Manada es una clara agresión a la heterosexualidad y a “las relaciones libres entre hombres y mujeres”; razón por la cual será únicamente la prostitución la que garantice la relación sexual más segura entre ambos sexos.

La verdad es que a uno le entran sudores fríos con sólo imaginar que el aquelarre de las derechas enfrentadas, pero mancomunadas frente a la izquierda, se estuviera produciendo como aperitivo a un Gobierno de coalición para España, pensado únicamente para desalojar a Pedro Sánchez de la Moncloa. Cuesta pensar, por poner un ejemplo, que lo que las derechas van a hacer con el Madrid Central no fuera más que un pálido ejemplo de las políticas medioambientales que aplicarían, si pudieran sumar, en el conjunto del país. Al servicio de los intereses privados, por supuesto. ¡Menos mal que, de momento, nos hemos librado de esta amenaza general! Porque, si fuera esa la España del futuro inmediato, tendríamos todos que ir pensando en meternos debajo de la cama, para que no nos localicen.

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