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ENTREVISTA Jorge Urdánoz, profesor de Filosofía del Derecho y de Ciencia Política

“Desde que la derecha se lanzó a hacer carne del tema catalán, hay más y más catalanes que quieren irse”

Jorge Urdánoz.

Inés P. Chávarri

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Jorge Urdánoz (Pamplona, 1971) es profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Pública de Navarra y Profesor de Ciencia Política e Historia de las Ideas Políticas en la UNED. Bajo su dirección se ha celebrado entre este miércoles y jueves el curso ‘Problemas actuales de la democracia en España’, dentro de la programación de los Cursos de Verano de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU). Uno de sus campos de estudio son los sistemas electorales y es un ferviente defensor del voto igual. Colabora en varios medios de comunicación, entre ellos, elDiario.es.

En uno de sus últimos artículos publicados en elDiario.es, deseaba que los indultos a los líderes del procés llegasen pronto. El Consejo de Ministros los aprobó este martes y ayer, los políticos independentistas salieron de la cárcel.

Es una alegría por motivos elementales de justicia, en cuanto que creo que se trata de personas que no merecían haber visto la cárcel desde dentro. Y es una muy buena noticia para la concordia en este país y para rehacer esa idea de nación española que tiene que incluir incluso a aquellos que quieren irse. Lo que se está haciendo desde la derecha y desde ciertos sectores del PSOE es expulsarles. Es una política nacionalista española que lo que provoca es una expulsión de los sectores nacionalistas catalanes. Lo que hay que hacer es superar tanto el nacionalismo españolista como el catalanista y buscar vías de acuerdo que se plasmen en un nuevo acuerdo. 

Esa política, ese argumentario, ¿es un tiro en el pie?

Desde que la derecha se lanzó a hacer carne del tema catalán, hay más y más catalanes que quieren irse, que quieren dejar de pertenecer a España. Es un problema gravísimo para el que yo no veo que la derecha tenga ni una estrategia, ni un planteamiento de fondo. Ni siquiera los intelectuales de la derecha, donde hay gente muy válida. Veo a todos presos de una especie de mezcla de constitucionalismo y nacionalismo español y no acaban de distinguir qué es una cosa y cuál otra. Me gustaría que por parte de la derecha alguien pensara más allá de las siguientes urnas y más allá de las entrañas. Entiendo que si eres nacionalista español te parezca casi una traición que haya alguien que se quiera ir, pero lo tienes que encajar políticamente y tienes que darle una salida a esa aspiración. Es legítimo te guste o no.

¿Ve posible una solución?

Llevamos desde Ortega y Gasset hablando de la conllevancia. Ortega no es santo de mi devoción pero en el fondo tenía razón. No hay una solución en el sentido de que a partir de ahora podamos decir: “Hemos solucionado el problema”. Hay una convivencia que va a dejar, quizás, a mucha gente insatisfecha pero que nos permite progresar. Claramente, eso ocurrió a partir de 1978 con los estatutos de autonomía y con la integración de las nacionalidades. Y ahora hay que reforzar ese pacto. Por definición, un pacto no va a dejar contento a todo el mundo, pero hay que intentar buscar uno nuevo que por lo menos nos dé otros 20, 30 o 40 años de convivencia y de progreso. Eso es perfectamente posible. La política es el arte de hacer posible lo que a priori no lo parece y tenemos que apostar por eso.

Habría que cambiar la Ley Electoral, sin ninguna duda. Es desigual y nos da una capacidad desigual a los ciudadanos de influir en la esfera de lo político, y eso es radicalmente antidemocrático.

Dentro de la programación de los Cursos de Verano de la UPV/EHU dirige el curso 'Problemas actuales de la democracia en España'. ¿Por qué esta propuesta?

Edito una colección de libros junto con Cristina Monge que acercan a la ciudadanía algunos de los principales temas políticos de actualidad. Y este curso es esa colección transformada en curso. Además, siempre está bien reflexionar sobre los problemas de la democracia española, que son inagotables. 

Y dentro de esa lista inagotable, ¿cuáles son para usted los más acuciantes?

Voy a empezar por un no problema. Somos una democracia avanzada, somos un país privilegiado. Me gusta señalar esto. Tenemos una autocomprensión de nosotros mismos, tanto en España como en Europa o en Estados Unidos, muy negativa y yo creo que hay que poner en valor todo lo que hemos conseguido. En primer lugar, hay que dejar clarísimo que este es uno de los países privilegiados en el orden mundial. Eso no supone, lógicamente que no tengamos problemas. El primero claramente es el de la textura nacional, la configuración, ese nuevo pacto del que hablábamos con Catalunya. Es muy grave que la mitad de los catalanes quieran formar otro estado y tenemos que solucionarlo. Además, hay un problema evidente de corrupción y de desprestigio de lo político. Los políticos están completamente desprestigiados y eso está ligado a que la ideología que nutre a los partidos, que surge en los siglos XIX y XX, se ha quedado un poco obsoleta. Los partidos siguen como estructuras que luchan por el poder, y aunque contraten a publicistas y agencias, la gente detecta que ahí no hay savia, que no hay vigor ni autenticidad. Y por último, los problemas económicos, el paro juvenil con lo que eso implica, por no hablar de la pandemia.  

¿Cómo se tendría que haber dado respuesta desde lo político a la pandemia?

Hubo muchos analistas, muy al principio, durante las primeras semanas, que dijeron que la pandemia iba a cambiar la configuración actual, que lo iba a modificar todo, que iba a ser un antes y un después, y no ha sido así. Ha sido un drama, un tortazo para toda la sociedad pero no creo que haya transformado en profundidad las estructuras anteriores. Ha sido un bache en el camino, pero seguimos en la misma dinámica en la que nos encontrábamos anteriormente. Una dinámica en la que la principal, digamos, explicación a lo que ocurre en el mundo da por descontada una configuración del mundo por países, por naciones, que de alguna manera la globalización está superando poco a poco y que ojalá se acabe disolviendo en una sociedad sin naciones. La pandemia ha podido empujar un poquito en esa dirección, pero no extraordinariamente, porque seguimos pensando en términos nacionales. Eso es muy triste porque todos deberíamos empezar a pensar en términos globales. Y eso lo uno a la pérdida del vigor ideológico de los partidos. La socialdemocracia, la democracia cristiana, el comunismo o el anarquismo podrían tener sentido para determinado país europeo en el siglo XX, pero ahora, ¿dónde vas con esos aparatos ideológicos?

¿Ni siquiera cree que se haya podido reforzar la idea de Europa en la ciudadanía?

Podría haber ocurrido, porque se daban todas las condiciones, un problema global que solo globalmente se podía afrontar, pero no veo que haya habido una suerte de giro en la percepción de la ciudadanía ni de los políticos. El escenario es idéntico al que podía estar vigente en 2018. No hay nuevos movimientos, ni nuevas movilizaciones. En ese sentido, ante la crisis, la Unión Europea, gracias a Dios, no ha reaccionado como lo hizo en 2008, pero yo no veo un cambio sustancial de estructuras, ni muchísimo menos de mentalidad, que es a lo que a mi juicio hace falta.

Uno de sus campos de especialización son los sistemas electorales y es un acérrimo defensor del concepto voto igual, ¿habría que cambiar la ley electoral?, ¿Cómo?

Habría que cambiarla, sin ninguna duda, porque es desigual, nos da una capacidad desigual a los ciudadanos de influir en la esfera de lo político, y eso es radicalmente antidemocrático. Me da una pena inmensa que PP y PSOE, que se dicen partidos democráticos, por interés no modifiquen este tipo de cuestiones. ¿Cómo llegar a conseguir el voto igual en España? Es complicado, es la pescadilla que se muerde la cola. Los partidos más votados son los que podrían cambiar la Constitución, pero a su vez son los que se benefician del sistema y no quieren modificarlo. 

La sociedad, principal perjudicada, ¿es consciente de la importancia de este concepto?

No, porque no les ha interesado a los grandes partidos. No ha habido una presión social demasiado nítida, aunque sí la hubo durante el 15M. Uno de los aspectos más llamativos es que [los grandes partidos] te digan que son demócratas pero que a la vez justifiquen que tu voto no sea igual. Se están contradiciendo de una manera tan palmaria que eso a la gente le produjo un sentimiento de rechazo y de indignación. Eso es entre otras cosas lo que significó el 15M. Es cierto que ahora está un tanto de capa caída, pero de alguna forma sigue estando en la sociedad y es una buena señal que los ciudadanos tengan las cosas claras y que por lo menos en el terreno de lo ideal, la gente sepa lo que es una democracia.

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