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EN LA FRONTERA NORTE (1)

El muro invisible entre España y Francia: devoluciones en caliente en plena Europa

Agentes de la Policía Nacional de Francia detienen a un autobús en el peaje de Biriatou

Iker Rioja Andueza / Miguel M. Ariztegi

Es martes 31 de julio en la zona fronteriza de Irún-Hendaya. Militares con uniforme de gala de España y Francia se preparan a media tarde para el solemne traspaso de soberanía de la pequeña isla de los Faisanes, un condominio único en el mundo en el que durante seis meses al año ondea la bandera rojigualda y durante el resto del tiempo la tricolor. La buena vecindad dentro de la gran Europa se escenifica con la interpretación de los himnos de ambos países. El islote inhabitado, de 3.000 metros cuadrados, brota en medio del río Bidasoa, la muga natural. A ambos lados, dos puentes permiten el tránsito internacional, el de Santiago y el de Behobia. Un poco más al Este hay un tercer paso por autopista, el peaje de Biriatou. Es una más de las fronteras invisibles del espacio Schengen. ¿O no? Desde 2015 este punto es también un muro igualmente invisible para migrantes y refugiados provenientes de África u Oriente Medio. Noche tras noche, día tras día de este verano un goteo de jóvenes –y otros no tanto- ven roto su sueño al toparse con el ‘ne pas passer’ de la Policía Nacional francesa, a la que no le tiembla el pulso con rechazos en frontera y ‘devoluciones en caliente’ que dejan a decenas de ellos vagando por las calles de Irún lejos de casa y lejos de su destino.

Aemad tiene 40 años y es refugiado palestino. A más de las tres de la mañana entra a una gasolinera en busca de dos cafés, uno para él y otro para un compañero más joven que le espera cuidando del improvisado campamento que han montado en la plaza de la feria de muestras, Ficoba. Desde el surtidor 1 se ve Francia a simple vista. Tan cerca y tan lejos al mismo tiempo.

Saluda educado. Comprende algo de inglés y de francés, emplea alguna palabra en castellano, pero se presta a conversar con la ayuda del traductor automático de Google. Entró a Melilla el 16 de julio. Sus gestos son suficientes para dar a entender que lo hizo saltando. Dibuja imaginariamente una valla de una altura considerable. Muestra enseguida su pasaporte palestino, de tapa negra, y una cartulina roja con su fotografía. Es solicitante de asilo de manera oficial. Aunque el documento parezca sacado de una época pretérita, tiene validez legal.

Sin embargo, la letra pequeña indica claramente que ese documento no es válido para cruzar fronteras, aunque él insiste en que le vale para llegar a “Belgique”. Compró un billete de autobús en Madrid con destino a Centroeuropa, pero no pasó de Biriatou.

En la noche de entrada del mes de agosto el tráfico es fluido en el peaje internacional, con una decena de carriles por sentido. En dirección norte dos furgonetas de la Policía Nacional de Francia esperan tras las cabinas de pago. Coches y camiones circulan con normalidad delante del operativo.

Pero a lo lejos llega un autobús. Son aproximadamente las 00.15 horas. El autocar activa las luces de emergencia. Media docena de funcionarios, pertrechados con chalecos reflectantes, ordena al chófer que abra la puerta. Algunos de los policías acceden al interior para solicitar la documentación a ciertos viajeros.

Es una rutina que se repite con asiduidad. Sobre todo en las noches de los martes, de los jueves y de los sábados. Son días en que compañías internacionales hacen servicios desde Algeciras, Madrid o Lisboa hasta Burdeos o París, si no más al Norte. Muchos de sus usuarios son migrantes que se van subiendo en las distintas paradas de la ruta. Otros autobuses pasan el peaje con normalidad, como el de un equipo de fútbol castellano.

Antes de la 1.00 las autoridades francesas ya han invitado a varias personas a bajarse de los vehículos en que viajaban. No son admitidos en Francia por carecer de documentación en regla y tendrán que quedarse en España. Un funcionario explica que el fin de semana 100 personas fueron mandadas de vuelta. Las llegadas al Sur de España inciden directamente en el incremento de los flujos migratorios 1.000 kilómetros más arriba.

Una de las personas afectadas es Aemad, que lleva tres días en Irún esperando su oportunidad para pasar sin ser detectado. Eso sí, un autobús blanco idéntico al suyo del sábado es parado también el martes. Curiosamente, la estadística muestra que las “readmisiones” en España en el paso de Irún-Hendaya se han desplomado. También en la zona de Cataluña. Oficialmente, según información enviada por el Gobierno al Senado que publicó este periódico en julio, Francia vetó a 391 extracomunitarios en 2017 por 932 hace dos años en aplicación del protocolo pactado por ambos países en Málaga en 2002.

Los datos y la realidad de las calles de Irún no concuerdan. Más teniendo en cuenta que se ven controles franceses de manera continuada. El Gobierno de Emmanuel Macron ha reforzado su ‘frontera Sur’ incluso con antidisturbios. Fuentes policiales hablan de vigilancia de 24 horas en un punto de teórica libre circulación dentro del espacio Schengen. También se patrullan los trenes. “La primera imagen al bajar del Topo [el Cercanías de Gipuzkoa que cruza la muga] es una metralleta”, ironiza un empleado de seguridad de la gasolinera en la que Aemad toma café.

“Ahora hacen otras cosas. Se han sacado de la manga la figura del rechazo en frontera y hacen muchísimas más devoluciones. Son fórmulas pensadas para las fronteras exteriores pero no para el espacio Schengen”, protesta el funcionario consultado por este periódico, que conoce el día a día del paso fronterizo. Francia también se toma con flexibilidad el plazo máximo de 4 horas desde la llegada al territorio para proceder a la expulsión. Ha llegado a trasladar a migrantes que ya estaban en Burdeos o incluso más al norte hasta España.

El punto de inflexión fueron los atentados yihadistas en París ocurridos a lo largo de 2015. Francia decidió incrementar al máximo la seguridad, lo que incluyó el refuerzo de los controles en las fronteras a pesar de los acuerdos de libre circulación de Schengen. Policías españoles que trabajan en la frontera comentan en privado que España acepta tácitamente esta forma de proceder, aunque a la inversa esos rechazos, estadísticamente, son muy inferiores. En la parte española de los puentes de Santiago y Behobia, de hecho, los controles en la noche de este martes los realiza la Guardia Civil y no el cuerpo competente en Extranjería, la Policía Nacional, que tiene sus patrullas aparcadas en la comisaría del centro de la localidad.

¿Y qué ocurre con las personas rechazadas en frontera? La Policía francesa las traslada a sus dependencias y les entrega un formulario semicompletado que han de firmar. Marine Dehaas, de la ONG francesa La Cimade, ha detectado que en esos documentos han ‘desaparecido’ “varias menciones” a un derecho llamado ‘le jour franc’ que sí consta en documentos similares que se han utilizado en otros puntos de entrada al Hexágono. Ese derecho concede 24 horas antes de la devolución en aras para tener plena información del procedimiento, poder llamar a la familia, a un letrado o al consulado y para disponer de tiempo para realizar, en su caso, una solicitud de asilo. Dehaas reconoce que el Gobierno de Macron plantea eliminar ese derecho en la reforma migratoria que se ultima, “pero mientras esa regulación no ha sido adoptado aún, se ha de entender que sigue vigente”. Ve especialmente preocupante que no sea aplicada de manera “automática” con menores de edad, informa Iciar Gutiérrez.

En Irún la expulsión es cosa de pocos minutos. A lo sumo horas. “Los sueltan allí mismo”, señala el operario de la gasolinera del puente de Santiago. Su gesto lo imita un transportista cerca del paso de Behobia. En ambos casos, las autoridades francesas acceden a suelo español para realizar estas entregas. Mayores de edad o menores de edad. Mujeres u hombres. No hay excepciones. “El 23 de diciembre encontramos a una señora guineana de 63 años que venía de Madrid con su maleta llena de regalos para su nieta. Iba a celebrar la Navidad”, cuenta un testigo.

Aemad, pese a haber conocido de primera mano esta realidad, sigue soñando con ‘Belgique’. Preguntado por los motivos de su insistencia, su mirada se ensombrece. Saca el móvil y enseña una casa destrozada por lo que parece la explosión de una bomba. Explica que ha dejado en la franja de Gaza a su mujer Fátima y a sus cinco hijos. Ya no tienen hogar, sino ruinas, y quiere empezar una nueva vida. ¿Podrá saltar este muro invisible?

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