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“La Iglesia vasca se ha dejado querer por ETA para tender puentes”

Pedro Ontoso

Maialen Ferreira

Un año después de que ETA anunciase su disolución, el periodista y sociólogo Pedro Ontoso (Barakaldo, 1956) publica Con la Biblia y la Parabellum obra que recoge su investigación y testimonios acerca del papel que desempeñó la Iglesia vasca durante más de cuatro décadas de existencia de la banda terrorista ETA. En una entrevista con Eldiarionorte.es, Ontoso ha asegurado que el libro “no es un juicio sobre la Iglesia”. Aunque en él se habla “de muchos episodios en los que la Iglesia está”, no “se le desautoriza”. Ha señalado, que se trata de “una mirada”, ya que “una vez que han callado las armas, es el momento de sacar historias, algunas que están más ocultas”. Para Ontoso, ha sido tal el protagonismo de la Iglesia vasca en la historia de la banda terrorista, que “merece hablar de ello”. 

¿Cómo surgió la idea de un libro que relacione a ETA con la Iglesia vasca? 

Esto no es flor de un día, esto arranca desde hace casi más de 25 años yo había hecho ya periodismo, estaba también en Sociología, buscaba una tesis doctoral que pudiera unificar los dos estudios. Entonces me interesaba mucho la idea del componente religioso de ETA, la actitud de la Iglesia en ese momento cómo se posicionaba frente a la violencia –entonces se llamaba violencia, no se llamaba terrorismo- e indagar un poco en esa dirección. 

¿Cómo describiría el papel de la Iglesia en cuanto a la legitimización de la violencia de ETA y la mediación con la banda? 

De alguna forma en la época del franquismo, la Iglesia es un factor de resistencia. Aquí hay una Iglesia antifranquista, es un clero que ha perdido la guerra, una parte de la población vasca también ha perdido la guerra. España hablaba de cruzada, porque todavía también había un componente religioso y, sin embargo, aquí había una represión tremenda. Entonces hay un refugio en la Iglesia por la parte de la oposición. La Iglesia también cede sus locales a ese movimiento de oposición, e incluso también recoge un poco la defensa del euskera, y ahí se forma una ligación importante.

Hay movimientos, por ejemplo, Acción Católica tiene aquí una versión vasca que es la Herri Gaztedi, de gente de mundos rurales, de caseríos, en el que hay muchos jóvenes y monitores, en el que hay una invitación a pasar a la acción, al compromiso. Al final se cruza una línea y ya no sólo es la acción en defensa del pueblo vasco, sino incluso de morir por el pueblo vasco. Ahí tiene lugar un caso muy importante y terrible, que fue el secuestro y asesinato de un industrial que era Ángel Berazadi, el cual el comando que lo secuestra y asesina en Itziar, Gipuzkoa, era gente que proviene del Herri Gaztedi, que ha mamado esa teoría de catolicismo de compromiso a ultranza. Luego hay una secularización muy potente de sacerdotes en la Iglesia sobre todo vizcaína pero también guipuzcoana. Entonces aquí lo que es la religión y la política, han ido de la mano durante mucho tiempo. 

El libro comienza con la historia de Alessio Casimirri, quien creció en el seno de una familia cristiana, pero acabó lanzándose al activismo más radical. ¿Suele ser común ese patrón? ¿A qué se debe? 

En ese capítulo que yo relato un poco el fanatismo de las Brigadas Rojas en Roma, porque yo estuve ahí un tiempo. Un tema que en su día a mí me impactó mucho, fue el asesinato de Aldo Moro. Cuando aparece el cadáver ahí en Via Caetani, en un sitio estratégicamente bien situado, en un triángulo muy evocador, por un lado, donde está la Iglesia de los Jesuitas en Roma, está la Democracia Cristiana, que en ese momento era el movimiento político más potente en Roma, y está el Partido Comunista de Italia. Se hablaba de la mafia, se hablaba de los servicios secretos y eso me recordaba mucho al País Vasco. Todos los días pasaba por donde apareció el cuerpo de Aldo Moro y eso evocaba un poco cómo en aquel momento hubo un compromiso histórico entre el Partido Comunista y la Democracia Cristiana, bendecido por el Vaticano y, sin embargo, las Brigadas Rojas lo trucan. 

Aquí también ha habido muchos intentos de compromisos históricos en Euskadi, de hacer pactos transversales entre lo que es el nacionalismo y el socialismo o la derecha y, sin embargo, tanto ETA como sus cómplices también ha intentado impedir ese tipo de transversalidad, es como un juego de espejos. Entonces, muchos de los componentes de las Brigadas Rojas provenían de ambientes cristianos donde había un compromiso muy potente y de ese compromiso se pasa a la acción política y de esa acción política se pasa a la violencia y el terrorismo. Muchas veces esos brigadistas se arrepienten en las cárceles, como ocurrió también aquí en Euskadi y lo hacen gracias a la labor de personas muy importantes de la Iglesia. 

Entre los religiosos relacionados con la banda terrorista, en su libro habla de Eustakio Mendizabal, un monje benedictino que se convirtió en un mítico jefe de ETA ¿Cuál fue su historia? 

Quizá sea un poco la historia más paradigmática, porque él dejó los hábitos y cambia la Biblia por la Parabellum y se convierte en un pistolero muy sanguinario. Incluso se convierte en un ejemplo para muchos jóvenes, que en esos momentos le ven como una figura a seguir que, si hay que dar la vida por el pueblo, se da la vida por el pueblo. Luego él muere en un enfrentamiento con la policía en Algorta, en Getxo, y eso todavía le da un áurea de un mártir, de un caído por su pueblo que ha dado la vida por el pueblo. Hay unos ambientes eclesiásticos que defendían todavía esa heroicidad, que eran resistentes a lo que creían que había que resistir. Entonces ese puede ser el más paradigmático, pero hay otras personas que también pasan incluso ayudar a comandos de ETA. 

¿Como quiénes? 

Por ejemplo, en el año 69, cuando un comando de ETA es interceptado por la policía, aquí en el Casco Viejo de Bilbao, uno de ellos sale herido y a punta de pistola secuestra un taxi con el taxista dentro. Se van hacia Vitoria y a la altura de Orozco le dispara y mata a ese taxista. Entonces busca refugio donde cree que se lo van a dar, es decir, en la Iglesia, y la Iglesia se lo da. Buscan un sacerdote, el sacerdote busca una red que le pueda ayudar, buscan a un médico que le pueda curar, y buscan a gente que le pueda pasar al otro lado de la frontera. En ese momento las hijas de ese taxista se sienten desamparadas. Sí que eran casos aislados pero muy importantes en los que la Iglesia estaba ahí. 

¿Se podría decir que de alguna forma ETA utilizaba a la Iglesia vasca como escudo o como aliada? 

Sí, efectivamente. Yo creo que dentro de lo que ha sido la actividad de ETA y la relación con la Iglesia, ahí ha habido un cálculo político por parte de Herri Batasuna, el movimiento de la izquierda radical. La Iglesia tenía un discurso muy potente de penetración en la sociedad vasca y lo que hiciera la Iglesia podía tener consecuencias. De hecho, en varias ocasiones tanto ETA como la izquierda abertzale salen a reprender a los obispos por posiciones que consideran que no las habían hecho bien.  

¿Por ejemplo? 

Cuando en 2001 la Iglesia vasca convoca en Vitoria, en Armentia, un acto por la paz 50.000 personas se juntaron diciéndole a ETA que ya lo dejara, que se marcharan. Entonces ETA saca en su boletín una crítica a la Iglesia diciendo que está perdiendo su papel de mediadora. Cuando ETA asesina a Miguel Ángel Blanco, el concejal del Partido Popular en Ermua, al cabo de un año los obispos de Bilbao sacan una pastoral, un documento alabando un poco la relación espontánea de la sociedad frente a ETA y entonces la izquierda abertzale saca un comunicado avisando a la Iglesia de que “ojo”, que están perdiendo su neutralidad.

El comunicado decía algo como “ustedes no apuntan soluciones, están apuntalando el conflicto” y que puede llegar el momento en el que nadie necesite de la Iglesia para explorar nuevos caminos. Entonces, la izquierda abertzale y ETA tenían el cálculo político de mantener a la Iglesia como una entidad que pudiera tender puentes y la Iglesia en ese sentido se ha dejado querer. Cuando a la Iglesia se le ha dicho “oiga, usted puede mediar, puede acercar aquí a las partes” pues la Iglesia dicho que sí. La Iglesia no negociaba, pero sí que acercaba un poco a las partes. 

Entonces, la Iglesia parecía estar de parte de los dos bandos. 

No, pero es cierto que la Iglesia vasca definitivamente ha llegado tarde y con muy poca contundencia al sufrimiento de las víctimas de ETA. Es verdad igual, que como la sociedad vasca, pero a la Iglesia le llamaban el ADN del Evangelio, del buen samaritano, sin embargo, ahí les costó. Sí que estaban con víctimas, pero lo hacían un poco de manera interna, sin publicidad. En aquel momento lo que interesaba era que tuvieran gestos públicos con las víctimas para que se sintieran arropadas y así la gente entendiera que eran víctimas inocentes.

Pero, por ejemplo, también en el tema de los funerales pues les costó mucho porque había una praxis de que los obispos pudieran ser instrumentalizados o manipulados con fines políticos, entonces era mejor no meterse en líos y no acudir. ¿Qué pasa? que al hacer eso la jerarquía al no estar ahí en los funerales perdió significación pública, eso de alguna forma fue haciendo ahí una vejación y cuando la Iglesia tenía que haber liderado ese sentimiento de arropo de las víctimas, pues no lo hizo. Lo hizo tardíamente a finales de los 90 o a principios del 2000, cuando piden perdón, pero el movimiento anterior era de lejanía hacia las víctimas.  

¿La Iglesia vasca temía a ETA? 

No sé si se puede decir así. Sí se juntaba con las víctimas y se juntaba con las comunidades, eso distorsionaba un poco la posición de la Iglesia y afectaba un poco a su imagen. Sí que es verdad que nunca han atentado contra la Iglesia directamente. Sí que ha habido capellanes castrenses que estaban en unidades de la Guardia Civil o el Ejército, que cuando ha habido un atentado a una patrulla o a un convoy de las fuerzas de seguridad del Estado, ha habido capellanes que han sufrido heridas muy graves.

El atentado que más rozó a la Iglesia fue un atentado que fue contra un familiar del que fue obispo de San Sebastián y ahora es emérito. ETA lo secuestró y lo ejecutó debajo de San Juan de Gaztelugatxe, ese sitio tan idílico que ahora sale en Juego de Tronos y la gente va. Allí ETA ejecutó a esa persona, que era un familiar, y tardó en reivindicarlo porque se enteraron de que era un familiar de la Iglesia. Entonces, cuando se enteraron hasta se asustaron ellos, y no era la Iglesia, era cercano. Luego, la propia Iglesia, era muy difícil mantener el tipo en pueblos pequeños.

En el 84 en Portugalete, Bizkaia, hubo una operación policial en Barakaldo y allí murió un chaval de 20 años, Iñaki Ojeda, que era miembro de ETA. Hubo un funeral en su honor en la iglesia de Santa María de Portugalete y yo creo que ha sido la eucaristía más rápida que ha habido en la historia de la Iglesia porque no se llegó a repartir ni la Comunión, porque en un momento determinado el sacerdote dijo “este chico que ha muerto” y entonces todos empezaron a decir que no había muerto, que lo habían asesinado. Tuvo que subir un concejal de HB al púlpito para pedir calma, entonces hubo que hacerlo exprés, acabar cuanto antes. También hubo un excura que era bertsolari, Xabier Amuriza, que hizo unos versos un poco elogiando... Estaba todo muy mezclado. De todas formas, la Iglesia no ha estado directamente en el punto de mira de ETA porque eso se hubiera vuelto como un boomerang.  

¿En qué sentido? 

Porque atentar contra la Iglesia hubiera generado una contundencia extrema de posicionamientos del mundo de la Iglesia y de la propia sociedad vasca muy identificada con la Iglesia, que de alguna forma hubiera crujido las estructuras de la organización. Era tanta la ascendencia de la Iglesia en el País Vasco, había tanta vinculación con la historia, con la cultura, con la identidad, que el atentar contra la Iglesia hubiera sido un revulsivo tremendo.  

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