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Bochornoso espectáculo

El secretario general del PSOE, Miguel Ángel Gallardo, en una imagen de archivo

Irene de Miguel

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No sé ustedes, pero yo llevo unas semanas, por no decir meses, bastante abochornada con las decisiones, actitudes y planteamientos de la clase política. No sé si seré una rara avis en medio del parlamentarismo extremeño, pero este juego de ajedrez que hemos visto en los últimos días dentro del Partido Socialista me ha parecido lamentable. Lo bochornoso es que no se hayan puesto coloradas las mentes pensantes que idearon la estrategia de entrada del secretario general en la Asamblea.

Entiendo perfectamente que Gallardo quisiera estar dentro del “templo de la palabra” (parafraseando su propia expresión para referirse a la Asamblea). Es lógico que el líder de una formación, que entiendo que aspira a ser candidato en las próximas elecciones, quiera contraponer modelos y confrontar directamente con la presidenta de la Junta de Extremadura. Como digo, es algo perfectamente entendible, pero los tiempos y las formas están dejando mucho que desear.

Hubiera sido más comprensible que hubiera entrado en la Asamblea justo cuando se convirtió en secretario general el pasado año. Sin embargo, lo ha hecho días después de conocer su imputación dentro de la causa de enchufismo del hermano de Pedro Sánchez, alimentando así el relato de que lo hace para estar aforado, y por tanto, dilatar más la causa.

¡Es bastante torpe por su parte! Y más cuando Vox no ha tardado ni un minuto en registrar una propuesta en la Asamblea, que es imposible que salga adelante porque necesita ⅔ de la Cámara, para eliminar los aforamientos. Espero que la extrema derecha haya calculado bien, que de aprobarse podrían juzgarlos también a ellos por delitos de odio, y créanme que de eso van serviditos.

Pero a lo que iba, que los tiempos mal, pero en formas peor. Para que Gallardo entrara en la Asamblea, una diputada ha tenido que dimitir y cuatro personas han tenido que renunciar a su acta. ¡Cinco personas en total! El salseo político, como suponen, está servido, y más cuando un día después de conocer qué diputada dimitía, que por cierto fue su jefa de gabinete en la Diputación, nos enteramos que sería la nueva subdelegada del gobierno de Badajoz. Aunque el cargo le duró poco porque minutos después de comunicar el cese a la que hasta ahora ostentaba el puesto, el PSOE se enmedó a sí mismo, y dio marcha atrás en la operación.

Total, que ahora Maricruz Rodríguez se ha quedado, como vulgarmente se dice, “compuesta y sin novio”. Lo lamentable es que nadie duda que los socialistas pagarán sus servicios prestados y le encontrarán un “asidero” donde agarrarse.

Y esto es precisamente lo que a mí me abochorna. Que el PSOE, al igual que el PP, utilicen las instituciones como agencias de colocación, sin ningún rubor y ninguna vergüenza. El bipartidismo sigue creyendo que las instituciones les pertenecen por derecho y que pueden quitar y poner a su antojo.

Esto que a mí me ruboriza no es nada nuevo. Aquí, en Extremadura, lo llevamos sufriendo décadas. El caciquismo y las redes clientelares son el pan nuestro de cada día. ¿Quién no conoce a un primo enchufado? ¿Quién no sabe de uno al que le ha colocado su cuñado? ¿A quién no le han pedido el voto a cambio de un puesto de trabajo? Si hasta los churreros pueden convertirse en chóferes oficiales, sin pasar por ningún proceso de selección.

Así, cuando al PSOE o PP les quitan “sus” instituciones, y llegan personas con ganas de trabajar y mejorar la vida de, por ejemplo, sus vecinos y vecinas, nos encontramos con casos como el de Alberto Cañedo en Carcaboso, donde los socialistas consiguieron que se le juzgara e inhabilitara por otorgar una célula de habitabilidad a una familia. O en Jerez de los Caballeros, donde no dudaron ni un minuto en utilizar a una tránsfuga para recuperar la Alcaldía que habían perdido en las urnas.

Sin embargo, estoy convencida de que estas prácticas no solo me avergüenzan a mí. Creo que la ciudadanía en las urnas jugará también su propia partida de ajedrez, y hará jaque mate al caciquismo.

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