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8 de marzo, Día Internacional de la Mujer: Caretas fuera

Un momento de la manifestación feminista de este domingo en Santiago

Ricardo Hurtado Simó es doctor en Filosofía y profesor de Enseñanza Secundaria

Sobran los motivos para manifestarse el 8 de marzo y hacer una huelga masiva. Que las mujeres sufren una discriminación transversal es evidente: salarios inferiores a los de los hombres, techo de cristal, mayor tendencia al bullying en las aulas, ciberacoso en redes sociales, micromachismos invisibles, jóvenes convertidas en objeto de consumo a través de la publicidad y los medios, abusos de todo tipo, prejuicios, estereotipos y violencia psicológica, física y verbal.

Esta enumeración de sufrimientos y agravios podría dilatarse mucho más en el espacio, pero se materializa en pocos pero abrumadores datos. Desde el uno de enero de  2003, 931 mujeres han sido asesinadas, cada mes se producen unas 13000 denuncias por violencia de género en toda España y, hasta la fecha, el Sistema de Seguimiento Integral de Casos de Violencia de Género tiene los expedientes de 497.937 casos. Resumiendo, las cifras son contundentes.

Casi medio millón de mujeres han denunciado ante la justicia haber sufrido violencia de género y la media de asesinatos al año está en 62. El peso cuantitativo de estos datos supone una losa cualitativa irrebatible. ¿Qué diríamos si estas cifras fueran fruto de atentados terroristas? ¿Si las principales víctimas fueran cargos políticos, guardias civiles o inocentes turistas que disfrutan de un concierto o un paseo turístico? Sobrarían los motivos para hacer huelgas y masivas manifestaciones en cada pueblo y ciudad. Los partidos políticos se solidarizarían sin cesar y colgarían de los Ayuntamientos pancartas recordando tan doloroso e injustificable sufrimiento.

Sin embargo, la violencia machista resulta ser un goteo constante que, por rutinario y poco sorprendente para una ciudadanía adormecida, apenas ocupa unos pocos segundos en los telediarios e informativos más vistos cada día.  No todas las muertes son iguales y resulta evidente que un feminicidio vale menos que un asesinato fruto de la intolerancia política o religiosa. Hasta en esto se produce una discriminación, pues las mujeres son infravaloradas y despreciadas en su muerte.

Creo probado y argumentado con suficiencia la necesidad de hacer esta huelga, huelga que no solo implica a las mujeres sino también a los hombres porque como dijo acertadamente la filósofa Simone de Beauvoir, “El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres”. Nosotros somos los principales culpables de la injusta situación en la que se encuentran las mujeres y, al mismo tiempo, somos los principales artífices para la solución, porque el poder y la tradición siguen estando en manos de los hombres y vivimos en una cultura hecha por y para hombres.

Lo sorprendente viene ahora. Esta huelga, que al tiempo que necesaria llega tarde, se ha encontrado con el rechazo de destacados partidos políticos y organizaciones religiosas. La derecha más tradicional, machista y reaccionaria se quita la careta para no traicionar sus principios y, lo que es más triste, no hacerlo a muchos de sus seguidores. Feminismo radical y mal interpretado, momento inoportuno (para ellos una huelga siempre lo es) o, como ha indicado el Presidente del Gobierno, como mujer se aporta mucho más trabajando que no haciéndolo como motivo de protesta.

Asimismo, la versión remozada y efervescente marca blanca de la derecha tradicional, considera que la huelga del ocho de marzo es elitista, intencionada y, en palabras de Inés Arrimadas,  anticapitalista y hace un flaco favor a la causa de las mujeres. Llamando a las cosas por su nombre, el Partido Popular y Ciudadanos hacen frente común contra la lucha por la igualdad de género.

A esta alianza política no le podía faltar el ineludible barniz religioso, siempre ligado a la discriminación y el machismo. Al mismo tiempo que la huelga del 8 de marzo se iba cociendo poco a poco, las máximas autoridades de católicos, evangélicos, judíos y musulmanes dejaban en un segundo plano sus evidentes diferencias en torno a la Verdadera fe para emitir un contundente comunicado contra las  ofensas a la religión.

En esta ocasión, los carnavales se sitúan en su punto de mira; disfraces irreverentes, letras satíricas y mordaces contra los prejuicios y tradiciones religiosas son una ascendente escalada de ofensas a los sentimientos religiosos, una provocación intolerable, dicen.

Las religiones exigen respeto y reclaman leyes más duras contra la tolerancia; menos libertad y más censura, en definitiva. Y, como suele ser habitual, ni una palabra sobre el 8 de marzo, ni un atisbo de complicidad o solidaridad con las mujeres, lógico también.

Para ellas, el feminismo no es más que una ideología de género, una laicista creación subversiva que pretende romper la familia y atribuirle a la mujer un sitio que no le corresponde. Solo un obispo se ha pronunciado con determinación a favor de la huelga, algo que le honra, si bien es cierto que bajo el argumento de que “hay que defender sus derechos, porque la expresión máxima de la mujer está en la Virgen María, que es madre”. No dejemos que quienes se quitan la careta solo cuando no tienen otra opción conviertan el 8 de marzo en una simple comparsa. Salgamos a la calle. La vida es un carnaval.

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