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La abstención gallega ya no es lo que era

Un colegio electoral en Lugo

David Lombao

En apenas dos años, el electorado gallego estará llamado a las urnas en cuatro ocasiones para renovar la composición de los parlamentos europeo, español y gallego y la de los ayuntamientos. En el inicio de este largo ciclo electoral, la sombra de la abstención fluctúa sobre los partidos políticos en general y sobre las formaciones del ámbito de la izquierda en concreto, en cuyo seno la posibilidad de una baja participación es vista como sinónimo de permanencia del PP al frente de las instituciones por la desmovilización del electorado progresista. Esto sucede en un contexto en el que, al menos hasta los años en los que la crisis económica golpeó con mayor virulencia, los datos dicen que la abstención dejó de ser un hecho diferencial de Galicia respecto al resto del Estado.

“Siempre ha existido el discurso de que la abstención era mayor en Galicia y esto se achacaba a cuestiones dispares”, explica el experto en análisis electoral Carlos Neira. “Desde la cultura caciquil al tiempo meteorológico, la distancia a los colegios electorales o el hinchado de los censos electorales por falta de depuración” eran factores que implicaban un mayor desapego de la población gallega por las urnas. A esto, detalla, se vino añadiendo la “nebulosa administrativa” que supone el voto de la emigración. Pero esto cambió desde mediados de la década pasada, cuando “abstención y participación se igualaron” casi “perfectamente, excepto en elecciones puntuales”. “Aquel discurso histórico ha caído en desuso” y “lo que habría que ver ahora es si hay cambios en la situación de la post crisis”.

Un vistazo a los datos confirma la explicación del experto. Si bien es cierto que desde la recuperación del derecho al sufragio, a finales de los años setenta, nunca votó en Galicia más del 70% del censo, no lo es menos que desde comienzos de los noventa en ningún proceso electoral, con excepción de las elecciones europeas, la abstención pasó del 40%, excepto en las autonómicas de 2012, las de la segunda victoria del PP de Alberto Núñez Feijóo en plena crisis, cuando optó por no acercarse a las urnas más del 45% de las personas que tenían derecho a hacerlo. Los comicios a la Eurocámara siempre han sido caso aparte y en tres de las cinco ocasiones en que se han celebrado la abstención se situó por encima del 50%.

Históricamente, las elecciones en las que la población gallega participa más activamente son las generales, considerados comicios “de primer orden” entre la población, en palabras de Neira. “Por mucho que les interese a las fuerzas propias del país o al nacionalismo, las elecciones autonómicas no dejan de ser de segundo orden para el promedio de la gente”. En esta línea, los porcentajes de abstención más bajos de Galicia se produjeron en elecciones generales: las de 1996 (28,6%, primera victoria de Aznar) y las de 2004 (29,03%, primera victoria de Zapatero). Comicios como estos fueron procesos electorales “de mucha tensión”, señala el experto, y contribuyeron a que los niveles de participación gallegos tendieran a converger con los del Estado.

Evolución de la abstención en Galicia

Dos grupos clave para ganar

El comportamiento electoral de la población gallega respecto a la abstención no solo se ha modificado cuantitativamente, sino que también ha experimentado un cambio de protagonistas en la última década. Para Carlos Neira. la primera muestra clara de este fenómeno se produjo en las elecciones municipales de 2007, cuando el PP –que le hacía oposición al bipartito en el Parlamento de Galicia– “consigue recuperar algunas ciudades”, y su intensidad fue mayor en 2009, cuando Feijóo logra que la derecha retorne a la Xunta. “Había una abstención estructural en determinadas elecciones”, sobre todo en las autonómicas, de un electorado “urbanita y de derechas que rechazaba el PP de Fraga, el PP rural”. Estos electores “no participaban con Fraga, pero sí lo hicieron con Aznar en las generales o con Feijóo en las autonómicas”.

Así las cosas, este “voto extra” que, procedente de las ciudades, contribuía a rebajar las tasas de abstención gallegas, ha dejado de ser “el voto progresista y joven que mantenía gobiernos progresistas” en los ayuntamientos y en la Xunta, para pasar a ser un voto eminentemente conservador y “españolista”. La abstención, por lo tanto, igual que no es un trazo definitorio de Galicia en el conjunto del Estado, tampoco lo es de la población de aldeas y villas respecto al resto del país gallego. “Según se mueva la participación de esos dos grupos”, “el voto urbano progresista y joven” y el voto urbano más conservador, habrá más o menos posibilidades de que, por ejemplo, haya una mayoría de izquierdas en Galicia. “Si participan los dos”, las tasas de participación y abstención de Galicia y del Estado tienden a igualarse.

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