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La música como legado encendido: Clara y Pere Fiol reimaginan la canción popular catalana

Clara, Pere y Joan Fiol, ante el público en Can Prunera.

Alberto Lliteras

Mallorca —

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Por el jardín de Can Prunera no solo corre el aire. También circulan canciones y la memoria de un pasado vivo, ahora encendido. El museo de estilo modernista de Sóller se convirtió este sábado en el patio íntimo de la familia Fiol, que ofreció un concierto irrepetible bajo un cielo que parecía escuchar. Clara (Palma, 1995) y Pere Fiol (Palma, 1964) —hija y padre, voz y guitarra— interpretaron, dentro del ciclo Nits de Libèl·lula que ofrece el espacio cultural, canciones populares en catalán que, como en tantas casas mallorquinas, han acompañado a generaciones enteras. Temas de Lluís Llach, Maria del Mar Bonet, Serrat, Sílvia Pérez Cruz o Raimon resonaron con una sensibilidad renovada: nos llevaron al pasado, sí, pero desde una mirada actual, íntima y luminosa. Una “ventana a la intimidad”, como ellos mismos lo describieron. Les acompañó Joan Fiol (Palma, 2002), el pequeño de la familia, al violonchelo, completando una estampa que más que un concierto fue una celebración de raíces compartidas.

La velada comenzó con palabras cálidas de Miquel Rullán, gerente del museo, que nos recordó que “todos (el conjunto del equipo que trabaja en el museo) somos una familia musical”. El repertorio fue un viaje emocional por canciones en su mayoría en catalán y que han acompañado la historia sentimental de Mallorca y de muchas familias: Me’n vaig a peu (Joan Manel Serrat), Amor particular (Lluís Lach), Curro el palmo (Joan Manel Serrat), A Margalida (Joan Isaac) o Melodía de arrabal (Carlos Gardel) se deslizaron en nuevas versiones que no pretendían reinventar, sino revivir. “La música que conforma nuestro bagaje se ensancha cada día”, decía Clara, “y nuestro dúo nace de esa confluencia”. Con Amor particular recordó que Llach la dedicaba al público y ella también lo hizo el sábado. Con A Margalida evocó la figura de Margalida Bover y la memoria de Salvador Puig Antich. Y en Melodía de arrabal, una canción que cantaba de pequeña sin saber qué era una “paica” (en referencia a la letra de la canción que dice que “en la primera cita, la paica Rita me dio su amor”), mostró cómo las palabras pueden arraigar antes de ser comprendidas.

Clara Fiol observa con delicadeza la interpretación de Pere y Joan Fiol

Entre juegos, raíces y tela granate

Un centenar de personas fueron testigos de algo único: música hecha con amor, en el sentido más doméstico, profundo y sencillo de la palabra. Y las canciones no eran covers, sino reencarnaciones. Por su parte, Clara, en ese juego de interpretación libre, encontraba su verdad. “No tengo la intención de dejar huella, ni tampoco de reproducir los temas tal cual. Es como un juego”, explicaba antes del concierto. Y ese juego fue hermoso. Como lo fue la fisonomía de los asientos. Las sillas, de un granate suave, estaban dispuestas sobre césped fresco, enmarcadas por cañas de bambú que acotaban el espacio escénico con una sobriedad exquisita. El vestido granate de Clara parecía prolongar la hilera de sillas color carmesí que llevaban hasta ella. Era casi una metáfora visual: las sillas eran el camino; ella, el destino. Pere, con camisa beige y rayas verdes, y Joan, discreto y elegante con camisa gris azulada, completaban el cuadro familiar.

Sobre el escenario, una pérgola natural de enredaderas parecía abrazar a los artistas, como si la propia vegetación quisiera formar parte del concierto. En algunos momentos, el leve crujir de las hojas y el canto tímido de los pájaros integraban la escena de ese atardecer mediterráneo, aunque sin la humedad que lo caracteriza.

Un instante del concierto en el jardín del museo modernista de Sóller

Una creación personal y una sobremesa compartida

En Verderol, composición propia, Clara (que estudió canto jazz en el Taller de Músics de Barcelona y se ha interesado por la música tradicional) mostró su versión más despojada. Sola sobre el escenario, sin más acompañamiento que sus palmas y su voz, fue capaz de parar el tiempo. En la parte final de la canción se apartó lentamente del micrófono, en un gesto simbólico que finalizó la pieza como quien cierra una puerta sin hacer ruido. Con todo, no todo fue evocación. La joven introdujo desde el primer momento una dimensión política y ética: “No quiero que durante este concierto haya ninguna nota, ninguna palabra que no os transporte al pueblo palestino”. La memoria, para Clara, no fue solo nostálgica, sino que sirvió como elemento incómodo y activo, adaptado al presente.

Al interpretar Curro el palmo, la intérprete reflexionó en voz alta sobre la cosificación de la mujer en la música. Reivindicó el derecho a cantar piezas que rozan lo problemático, siempre que se acompañen de una mirada crítica y de la voluntad de no normalizar lo que narran, no esquivando los conflictos, sino transformándolos. También hubo dedicación musical a su madre, llamada Ana, y que ese día celebraba su santo.

Asistentes de una gran velada de música en directo
Clara Fiol, escondida entre la maleza preparada para salir a actuar

Clara y Pere comparten no solo el amor por la música, sino también su origen. “Hemos compartido muchísima música en casa, y de eso se ha alimentado gran parte de lo que somos como músicos”, comentaba Pere antes del concierto. Una complicidad que uno se imagina acaso nacida de sobremesas, de vinilos compartidos o de cassettes que acompañaban los trayectos en coche. Y eso se notaba. Y es que tal vez no hay ensayo o práctica musical que pueda fabricar el tipo de entendimiento que ocurre cuando una hija ha observado durante años las manos de su padre sobre una guitarra. De esta forma, Clara confesaba que este dúo con su padre es probablemente el proyecto más íntimo de todos los que ha hecho: “Es una Clara que no suelo dejar salir a menudo delante de desconocidos”. Aunque ahí estaba, valiente y luminosa, abriéndose al público con generosidad en un concierto que fue lo que fue: un regalo fugaz, una joya doméstica expuesta por una noche al aire libre. Una casa, la de los Fiol, donde la música no es una profesión, sino un idioma.

'Hemos compartido muchísima música en casa, y de eso se ha alimentado gran parte de lo que somos como músicos', comentaba Pere antes del concierto

Uno de los momentos más emotivos de la tarde-noche tuvo lugar en la interpretación de Bona nit blanca roseta (popular ibicenca), cuando Clara se apartó y dejó que fueran Pere y Joan quienes acompañaran instrumentalmente al público, una voz al unísono que cantó la pieza como si estuviera en una sobremesa compartida. Un momento colectivo, íntimo y mágico a la vez.

Notas tomadas durante el concierto.

Composición musical a partir de un poema de Gabriel Ferrater

Me’n vaig a peu, De mica en mica (Joan Manel Serrat) y Alfonsina y el mar (Mercedes Sosa) sonaron llenas de matices. Clara cantaba con los brazos abiertos, como si quisiera acariciar al público con las palabras. Pere, paciente y metódico, trazaba los acordes con una serenidad que solo los años pueden regalar. Y Joan, el pequeño de la casa —violonchelista recién graduado y especializado en música antigua— se unió en momentos puntuales con una presencia discreta, pero potente, en piezas como Oración del remanso (Jorge Fandermole) y Res de mi, esta última compuesta por la propia Clara a partir de un poema de Gabriel Ferrater.

“Se trata de una cosa muy sencilla, pero también muy pura y hecha con conciencia”, afirmaba Pere (que inició sus estudios de guitarra clásica en el Conservatorio Superior de Madrid) días antes del concierto en Can Prunera. Y no podría haberse descrito mejor. No hubo fuegos artificiales, ni artificios. Sólo música hecha con ternura y compartida sin miedo. Joan, el más joven, se integró con una naturalidad admirable. Así, Clara bromeaba: “Si coincidiéramos más a menudo, este concierto sería todo un trío, y sería mejor”. Pero precisamente el hecho de que no coincidan con frecuencia fue lo que dio a esta noche su carácter irrepetible.

Padre e hija, desvelando parte de su identidad.

Una escultura viva

Durante el concierto hubo espacio para una pequeña disonancia musical: una copa del público cayó al suelo en medio del concierto y su cristal resonó como si quisiera sumarse brevemente al arreglo de música. Una de las trabajadoras del museo la recogió con la misma delicadeza con la que Clara, Pere y Joan trataban cada nota. Mientras, el bis, Vestida de nit (Sílvia Pérez Cruz), fue la guinda perfecta. Los tres Fiol sobre el escenario, bajo una estructura de enredaderas que parecía una escultura viva, firmaron una noche para el recuerdo. Por último, al salir del jardín, todos supieron que habían estado en un lugar especial. Entonces, los silencios también cantaron y una bicicleta en movimiento y enmudecida cerró la noche a la salida del museo.

Una bicicleta enmudecida pasa por delante de Can Prunera, finalizado el concierto
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