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La guerra por la estatua del general Baquedano incendia Chile

El monumento al General Manuel Baquedano en llamas, durante una protesta contra el gobierno del presidente chileno Sebastián Piñera, en Santiago de Chile.

Peio H. Riaño

20 de marzo de 2021 21:11 h

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Durante año y medio lo rayaron, disfrazaron, pintaron, intervinieron en él y, finalmente, lo quemaron. El monumento al general Manuel Baquedano (1823-1897), en la Plaza Italia de Santiago de Chile, rebautizada por la ciudadanía sublevada como Plaza Dignidad, ha sido vandalizado sin descanso, cada viernes, desde el estallido de las protestas el 18 de octubre de 2019, en un intento de reconversión simbólica del lugar.

El 8 de marzo, tres días después de rodearla con neumáticos y prenderle fuego, los manifestantes llegaron con una radial de batería autónoma a los pies de la estatua ecuestre de bronce, que honra desde 1928 la actuación del militar en la Guerra del Pacífico (entre 1879 y 1884, Chile luchó contra los aliados Perú y Bolivia). Sacaron la herramienta y durante unos minutos atacaron los tobillos de las patas delanteras de Diamante, el caballo del militar. Uno de los cortes quedó a dos centímetros de rebanar la pata por completo. La escultura de dos toneladas y media de bronce, que el escultor Virginio Arias (1855-1941) había fundido en Francia, quedó a punto de desplome. Hasta entonces no habían conseguido derribarla ni con sogas. 

“El monumento no tiene daño estructural y aquí hay terremotos fuertes. Toda construcción en Chile se hace para que no se caiga y los monumentos que se caen es porque están mal hechos. Esta escultura es una fundición perfecta”, asegura a este periódico uno de los técnicos implicados en el desplazamiento y bienestar de la estatua, que prefiere no desvelar su nombre.

Con las patas malheridas y el peligro de desmoronamiento, el Consejo Nacional de Monumentos (CNM) -que en enero de 2020 ya había recomendado su retirada preventiva para proteger el monumento y los riesgos de su posible volcamiento- se movilizó de urgencia para salvar la escultura. El plan diseñado por los técnicos con la supervisión de Consuelo Valdés, ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, consistía en actuar el viernes de madrugada, aprovechando el toque de queda que recluye a la población durante la pandemia de la COVID-19, y descabalgar la escultura de su pedestal para llevársela para su restauración. 

“No teníamos más tiempo, estábamos limitados a las horas del toque de queda y hubo que ejecutar un plan de urgencia para rescatar la escultura. Apenas cinco horas. Lo más rápido era separar la escultura de su base de bronce, unida al pedestal de piedra. Retirarla con la base habría sido mucho más complicado y lento. Decidimos cortar bajo las pezuñas del caballo y llevárnosla sin base para restaurarla. Todo salió tal y como estaba previsto”, explica a este periódico el mencionado técnico involucrado en la operación de salvamento. Los restauradores elaboran en estos momentos el diagnóstico de los daños, en el que ya se señalan capas de pintura, golpes de martillo en la pata trasera izquierda, en la pierna izquierda del jinete, la cola del equino y el sable. 

Valentina Rozas-Krause, profesora de Historia del Arte en la Universidad de Michigan, critica la nocturnidad con la que fue retirada la pieza, “sin proceso ciudadano, sin presenciarlo, sin compartirlo”. Para la investigadora sobre monumentos públicos, anular a la ciudadanía en la extracción de la estatua fue un acto tan violento como quemarla. Cuenta que la salida de Baquedano es la prueba del nuevo símbolo que se está constituyendo en la plaza, epicentro de las manifestaciones desde el 18 de octubre de 2019. 

Una ciudad para todos

“Es una oportunidad otros relatos no representados en el espacio público, como la mujer y el pueblo mapuche. Ahora debemos pensar cómo vamos a diseñar la nueva ciudad. Debemos participar todos de una construcción no autoritaria. Porque no es un problema de esta escultura, sino del diseño de una ciudad, que debe ser más igualitaria”, añade.

Para Valentina Rozas-Krause, los monumentos no son capaces de resolver conflictos, sino de silenciarlos. Por eso dice que los procesos de memorialización son tan importantes, sobre todo en países como Chile, porque en ellos víctimas y ciudadanos construyen un relato común. “Pueden ser mecanismos de reconciliación, pero no de propaganda política”, explicó Rozas-Krause en un evento organizado este miércoles por el Instituto de Estética de la Facultad de Filosofía de la Universidad Católica. 

El director de este instituto es Ronald Harris y asegura que “en diversos países del mundo se han derribado estatuas en sintonía con el cuestionamiento a la oficialidad y a las instituciones”. En el contexto chileno, añade, “es necesario considerar que muchas esculturas hacen referencia al mundo militar y, debido a las experiencias traumáticas asociadas a la institución, se han visto desprestigiadas en el espacio público”. Harris también es partidario del debate público para definir las figuras homenajeadas en el futuro. “La historia está cambiando y la leemos de acuerdo a afinidades y sensibilidades actuales. Cada generación tiene derecho a modificar los héroes que se reconocen en el espacio público”, sostiene.

El Ejército de Chile no opina lo mismo. Tras el incendio de la figura, emitió un comunicado en el que definió a los manifestantes como “antisociales”, “cobardes desadaptados” y “antichilenos”: “Los cobardes desadaptados que cometieron este acto indignante y repudiable para todos nuestros compatriotas son antichilenos”. Les acusa de “ignorantes” de la historia y de los logros de Baquedano.

Sin embargo, la pelea por el símbolo ha superado al mismo símbolo original, transformado en nuevos significados. Es algo que no había ocurrido hasta el momento en otros procesos de conflicto monumental como el derribo de la estatua de Sadam Husein, las miles de Lenin tras la caída del Muro, el general confederado Robert E. Lee, el esclavista Edward Colston o Cristóbal Colón.

El subsecretario de Patrimonio Cultural, Emilio de la Cerda, en enero de 2020, declaró que el Ministerio de las Culturas ha sido “enfático” al señalar que “el patrimonio cultural es dinámico”. “Cada generación puede someter a revisiones, a debate o a nuevas miradas los bienes simbólicos, pero esa acción se debe hacer por la vía de un diálogo tolerante y respetuoso de la institucionalidad vigente, y no a través de la violencia. Rechazamos cualquier tipo de daño ejercido sobre los bienes públicos, que son parte del alma, de la memoria y de la historia de la sociedad”, dijo De la Cerda. Y reconoció daños en 230 monumentos nacionales en el último año. Valentina Rozas-Krause cuestiona el alma de los monumentos de bronce y de piedra, así como que sean la historia del país. Cree que desmonumentalizar no es perder la memoria y que los actos iconoclastas no eliminan necesariamente la memoria, sino que la transforman. 

Batalla de símbolos

El monumento a Baquedano fue inaugurado -algo más de cuatro décadas después de los acontecimientos que homenajea- por el dictador Carlos Ibáñez (pero aprobado por el Gobierno de Emiliano Figueroa), y se ha convertido en un punching ball golpeado por dos fuerzas que leen el símbolo de manera diferente (e irreconciliable). El escritor Rafael Gumucio escribió el día después de las llamas una columna de opinión, en The Clinic, en la que aseguraba, con ironía, que el incendio fue el “acto más bello de lo que ha ido ocurriendo todos los viernes” en la plaza: “Quemar algo que no se quema es la metáfora perfecta de lo que ha devenido el estallismo”.

A Gumicio, autor de Nicanor Parra, rey y mendigo (Literatura Random House), le parecen “patéticos” tanto manifestantes como Ejército, y apunta que en esa resignificación del monumento y del espacio público Baquedano se ha convertido en Pinochet, en los milicos, en las torturas, en la oligarquía y en las injusticias sin fin “de las que somos siempre víctimas y nunca responsables”. 

Las metáforas no dejan de sucederse in situ con cada movimiento de los manifestantes y sus réplicas gubernamentales. Mientras los restauradores realizan su trabajo -durante varios meses-, el Gobierno ha ordenado levantar un muro de acero de tres metros -y protección policial-, alrededor del pedestal decapitado, para encerrar la estatua cuando regrese reparada. Hasta entonces el vacío también alterará el sentido del símbolo.

La imaginación ciudadana también se ha desatado con esta medida del presidente Sebastián Piñera y los resultados pueden verse en el perfil de Instagram de la asociación Monumentos Incómodos, cuya portavoz es Magdalena Novoa, doctora en Arquitectura y profesora de la Universidad de Illinois Urbana-Champaign, y se muestra contraria a la restauración de la escultura, porque es volver a instaurar una representación cuestionada por una parte de la ciudadanía.

“Necesitamos desarrollar mecanismos de participación ciudadana para la construcción de la memoria pública y profundizar en el debate de la desmonumentalización de la ciudad. Debemos pensar estos monumentos en museos y no en el espacio público, donde violentan y borran otras historias de nuestro territorio”, explicó Novoa en el encuentro del Instituto de Estética. Habría sido una buena ocasión desplazar la estatua vandalizada al Museo Histórico de Santiago de Chile, como reflejo de un momento histórico único, en el que la presión de la ciudadanía fue capaz de derogar la Constitución de Pinochet

En el enfrentamiento entre monumento y reivindicación, el arte es una víctima de las víctimas usada por los intereses políticos y de la reacción que provocan. Los primeros lo usan para garantizar su inmortalidad, los segundos para acabar con un símbolo injustificable en el presente. El arte puede ser garante de ideologías trasnochadas sin pretender ser eterno.

La artista Catalina Mena, que acaba de inaugurar una instalación en el Museo de Bellas Artes de Santiago de Chile sobre la violencia contra las mujeres, se siente dolida cuando el patrimonio es violentado. “No me parece que nadie tenga derecho a creer que su postura ideológica deba ser la predominante y que se sienta con derecho a vandalizar el monumento”, indica. “El escultor de dicho monumento proviene del campo, viaja con una beca a París, sobresale y todo ello gracias a sus méritos y perseverancia. Al violentar la escultura, se violenta su trayectoria y obra. Lo triste es que creo que los que hacen esto ni siquiera saben que tras un monumento como éste hay un artista”, añade Mena. 

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