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The Guardian en español

Una biblioteca rodante para refugiados nos recuerda que necesitan algo más que techo y comida

La biblioteca rodante creada por Laura Samira Naude y Esther ten Zijthoff, lista para recibir a los lectores.

Julian Sheather

Mientras trabajaban como voluntarias en campos de refugiados en Grecia, Laura Samira Naude y Esther ten Zijthoff se dieron cuenta de que la gente necesita algo más que un techo y comida: quieren estudiar, trabajar por su futuro y tener un propósito en la vida. Naude y Zijthoff querían encontrar un sitio silencioso en medio de la incertidumbre, donde los refugiados pudieran aprovechar el tiempo en lugar de simplemente pasarlo. Las voluntarias decidieron lanzar Educación Comunidad Esperanza y Oportunidad (Echo, por sus siglas en inglés) y montar una biblioteca sobre ruedas.

Sus amigos en Londres y Bélgica reunieron los fondos y pusieron a punto una vieja furgoneta, con estantes y ordenadores con acceso a Internet, y la llevaron a Grecia. Las voluntarias luego consiguieron libros en árabe, kurdo, persa, griego e inglés, y poco a poco fueron llenando los estantes antes de la inauguración, en noviembre pasado. Ahora tienen unos 1.300 libros, incluyendo los que guardan en un depósito porque no caben en la furgoneta, y reciben un promedio de 115 lectores por semana. Hasta ahora han prestado 904 libros.

“También hemos perdido muchos libros por el camino, pero es inevitable que algunos se pierdan, sobre todos los libros para aprender un idioma. Se los prestamos y luego conseguimos otra copia para cubrir la demanda”, afirma Zijthoff.

Los visitantes de la biblioteca pueden sentarse dentro de la furgoneta o en bancos fuera, aunque todo depende del clima, asegura Zijthoff: “Durante el invierno tan gélido que tuvimos en Tesalónica, a veces hacía más frío en las tiendas de campaña que en la furgoneta, y la gente entraba sólo para calentarse”. Ahora, en verano, el calor dentro es insoportable, así que organizan sesiones nocturnas. “A veces se han organizado fiestas dentro de la furgoneta, pero intentamos que las sesiones de biblioteca sean lo más silenciosas posible”, dice.

Cuando las autoridades no les permiten entrar a los campos de refugiados, aparcan la furgoneta fuera y hacen correr la voz dentro, aunque muchas veces la gente hace oídos sordos. Aquellos que entran a la biblioteca quedan encantados: los niños dicen que se sienten como en casa. Un profesor de economía sirio utilizó la biblioteca para traducir su trabajo al inglés y jóvenes afganos tomaron clases informales de inglés. Los que se marchaban del campo donaban a la biblioteca sus propios libros.

Zijthoff y Naude tienen muchas expectativas para el futuro. Por ahora están las dos trabajando a tiempo completo en la biblioteca, con la ayuda de un par de voluntarios más, y no cobran ningún salario.

“Cuando lanzamos el proyecto, teníamos el sueño de montar más bibliotecas móviles en distintas regiones de Grecia”, relata Zijthoff. “Estamos buscando personas que quieran replicar el proyecto, pero muchos voluntarios y organizaciones, no sólo de Grecia sino también de Serbia, Italia, Palestina y el Líbano, nos dicen que la propuesta funcionaría de maravilla. Así que, aunque no seamos nosotras quienes lo organicemos, esperamos que el concepto se extienda”.

Traducido por Lucía Balducci

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