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The Guardian en español

Los descendientes de supervivientes y víctimas de la masacre racista de Tulsa: “La pérdida es incalculable”

La ciudad de Tulsa, Oklahoma, en llamas durante la masacre racial en la noche del 31 de mayo al 1 de junio de 1921.

Noa Yachot

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A comienzos de este mes, los tres supervivientes conocidos de la masacre de Tulsa, de 1921 testificaron ante el Congreso sobre el mundo que perdieron cuando una multitud de residentes blancos prendió fuego a su próspero vecindario. “El barrio en el que me acosté esa noche era rico, no solo en términos económicos, sino también culturales, comunitarios y de patrimonio”, dijo Viola Fletcher, que visitaba la capital estadounidense por primera vez a sus 107 años. “En pocas horas, todo eso desapareció”.

Después de haber sido borrada deliberadamente de la memoria nacional durante casi un siglo, en muchos sentidos la historia de la masacre es ahora más visible que nunca: está en los medios de comunicación, en la cultura popular e incluso en el Capitolio estadounidense.

Pero esta historia y la cuestión de quién tiene derecho a contarla siguen estando en disputa. Esto es así hasta en la propia Tulsa, donde la población negra dice que las conmemoraciones oficiales por el centenario han ocultado sus efectos que persisten en su comunidad y no han involucrado de manera adecuada a los descendientes de los supervivientes y las víctimas.

En el proyecto Red Summers hemos querido escuchar directamente de los descendientes el impacto de la masacre a sus familias en 1921 y cómo les afecta hoy en día. De sus respuestas se desprenden varias cuestiones. Una de ellas es la consigna del silencio que ha rodeado durante tanto tiempo la masacre. De hecho, la mayoría de los lectores que respondieron dijeron que no habían escuchado nada al respecto hasta bien entrados en la edad adulta. Otra es el sentimiento de orgullo de estar vinculados a un lugar histórico para el progreso de la comunidad negra. Y otra es la gran pérdida, por los familiares asesinados y desplazados, la comunidad borrada y la riqueza destruida, una riqueza que podría haber cambiado el rumbo de generaciones enteras. Estos son sus testimonios.

“No supe de la masacre racista hasta los 40”

Barbara Barros (65 años, escritora y educadora jubilada)

Mis abuelos, mi tía y mi tío fueron supervivientes de la masacre. Mis abuelos eran propietarios de tierras y de negocios. No supe nada de la masacre racista hasta bien entrada en la edad adulta, quizás a los 40.

Mi abuela, Daisy Scott, era caricaturista del periódico Tulsa Star. Dibujaba caricaturas que representaban la injusticia racial de aquella época, y lo más curioso es que sus ilustraciones encajan perfectamente con las injusticias que siguen sufriendo las personas negras a día de hoy. Mi abuelo, Jack Scott, era boxeador profesional y uno de los hombres que fueron al tribunal a proteger a Dick Rowland [el joven limpiabotas negro cuyo arresto detonó la masacre]. ¡Era un hombre muy valiente!

La masacre ha afectado a nuestra familia en el plano de la riqueza generacional. Mis abuelos tenían un terreno en Greenwood Place que fue arrebatado por la ciudad de Tulsa para construir la Universidad de Oklahoma. Esa tierra podría haber permanecido a nombre de mi familia y podríamos habernos beneficiado de ella. La tierra nunca se deprecia y podría haber provisto de un mejor punto de partida a nuestros familiares.

“Mi bisabuelo no pudo recuperar lo que perdió”

Teague Stradford-Dow (76 años, diseñadora de moda y profesora)

Soy bisnieta de J.B. Stradford y tataranieta de su padre, Julius Caesar, nacidos en la esclavitud, que les negó un apellido. Se puso el apellido Stradford. Julius inculcó a su hijo los valores de la educación y la ética. Por eso, J.B. Stradford se concentró en educarse, se graduó en Derecho de la Universidad de Indiana y se convirtió en defensor de sí mismo y de los demás.

En 1881, J.B. se matriculó en el Oberlin College, en Ohio, donde conoció a su primera esposa, Bertie Wiley. Después de su graduación, se mudaron a Kentucky. Trabajó como director universitario y fue propietario de una barbería. Después de presenciar un linchamiento en Kentucky, se fueron a Indiana. J.B. abrió otra barbería y también una tienda de bicicletas. Cuando se enteró de las oportunidades de negocios y del crecimiento de los municipios negros en Oklahoma, decidió mudarse allí en 1905. Bertie murió inesperadamente poco antes de la mudanza.

J.B. llegó a Tulsa el 9 de marzo de 1905, y, ocho meses después, unos perforadores de petróleo encontraron un pozo importante no muy lejos de la ciudad. Tulsa se convirtió en una ciudad en auge y la mano de obra negra era abundante y muy demandada.

Cinco años después de su llegada a Tulsa, conoció y se casó con su segunda esposa, Augusta L., en 1910. Sus proyectos independientes incluían el Hotel Stradford, la joya de su corona, el 301 de la calle N. Greenwood, junto a otras propiedades considerables en alquiler, terrenos y un edificio de apartamentos. Se estima que el imperio de J.B. Stradford valía más tres millones de dólares antes de 1917.

Después de 23 años en Oklahoma, los disturbios raciales de Tulsa cambiaron el paisaje de lo que era el “Wall Street negro”, Tulsa y los muchos logros de mi bisabuelo.

Al tratar de proteger a Dick Rowland, se dijo que mi bisabuelo fue uno de los instigadores de los disturbios y fue arrestado. Con pocos recursos, pudo escaparse e ir donde estaba su hermano, en Kansas. Desde ahí fue a encontrarse con su hijo, abogado, en Chicago. Ya en Chicago, mi bisabuelo no pudo recuperar lo que había perdido en la masacre del “Wall Street negro”, pero fue propietario de una tienda de dulces, una barbería y un salón de billar antes de morir. Falleció en 1935, con 74 años, amargado por las pérdidas y los horrores que tuvo que presenciar y soportar.

Los descendientes de J.B. Stradford llegamos a ser jueces, médicos, músicos, artistas, diseñadores (entre los cuales me encuentro yo), emprendedores y activistas. Reconocemos nuestra herencia africana y continuamos con el legado de superación y crecimiento personal mediante la constancia, tal como se nos enseñó. En 1996, 75 años después de la masacre racista de Tulsa, J.B. Stradford fue exonerado de todas las acusaciones de aquel entonces.

“La pérdida es incalculable”

Jon Stuart Adams (64 años, empleado del Gobierno federal)

Algunos de mis parientes no muy lejanos fueron tanto supervivientes como víctimas de los disturbios racistas de Tulsa. Mi tío bisabuelo, Andrew Chesteen Jackson (Dr. A.C. Jackson), fue asesinado por matones blancos adolescentes. Le dispararon en el estómago y se desangró: murió el 2 de junio de 1921. Su padre, el capitán T.D. Jackson, cabalgó durante cinco días para poder enterrar a su hijo en Guthrie. El capitán Jackson no quería que su hijo sufriera la misma humillación final que la mayoría de las otras víctimas y sus familias; la mayor parte de las personas negras fallecidas fueron arrojadas al río Arkansas. Se decía que los ciudadanos blancos amenazaban con matar y destruir sus negocios a los dueños de funerarias negros si enterraban a cualquier víctima de la masacre.

Otros parientes sobrevivieron a los disturbios. H.A. Guess, mi bisabuelo y un importante abogado de Tulsa, se escondió en su gallinero mientras su esposa, Minnie Mae, se escondía debajo de la casa con sus hijas. Su hijo cogió el arma de su padre y corrió al centro del pueblo para unirse a la pelea. Estaban a punto de prender fuego a su casa cuando un ciudadano blanco amenazó con denunciar a los potenciales criminales. Si las cosas hubieran sido de otra manera, no estaría compartiendo esta historia con ustedes.

La pérdida ocasionada por los disturbios es incalculable. El doctor Jackson estaba en la cima de la grandeza. Si hubiera seguido vivido, podría haber inventado tratamientos revolucionarios contra enfermedades infecciosas. Salvó a mi tía Wilhelmina de la escarlatina cuando ella tenía ocho años. No se sabe cuántas vidas podría haber salvado en Tulsa, incluidas la de los ciudadanos blancos. Los miembros de mi familia que sobrevivieron quedaron traumatizados y desconsolados, mi tía no soportaba mirar la foto del doctor Jackson que tenía en casa. El resto sufrió muchísimo el trauma durante el resto de sus vidas. Unos 45 años después, la viuda del doctor Jackson, Julia A. Jackson, visitó a mi familia en Washington. Todavía estaba traumatizada y con el corazón roto por su muerte.

Mi familia nunca ha hablado de los disturbios. Ni yo ni mis hermanos supimos nada de esta horrible tragedia hasta que fuimos adultos. Quizás era demasiado doloroso para hablar de ello. Nuestros hijos acaban de enterarse de esta desgracia, y desean saber más. Ahora mismo, mi familia está dispuesta a no dejar ni un cabo suelto en nuestra investigación sobre las vidas del doctor Jackson y de otros familiares. Estamos empeñados en crear una huella digital de la vida del doctor Jackson, para intentar comprender cómo vivió, más que cómo murió. Para rendirle homenaje, hace unos años colocamos una lápida en su tumba en Tulsa.

Hay una conexión entre ese desastre y las luchas antirracistas de hoy, desde la controversia en torno al lugar de nacimiento de Barack Obama a los enfrentamientos letales de nuestros jóvenes con las fuerzas del orden. Ninguno salimos ilesos de Tulsa, ninguno saldremos ileso de estos sucesos recientes tampoco.

“La matanza se omitió en los libros de texto”

Jacqueline Weary (61 años, asesora de seguros jubilada)

Tengo 61 años. Vivo en Tulsa, Oklahoma, en una casa construida por mi abuelo, el difunto John Reggin Emerson Sr. Fue un empresario importante que compró y desarrolló grandes extensiones de tierra en Tulsa durante la década de 1920. Nacido el 22 de febrero de 1885 en Tennessee, John era el segundo hijo de Jerry D. y Sallie Emerson. La familia Emerson dejó Tennessee y migró a Arkansas, y más tarde a los Territorios Indios, en el actual condado de Logan, en Oklahoma. Fue allí donde la familia fundó su comercio en 1888. Su tienda abastecía a los granjeros de la zona y a la creciente ciudad cercana de Guthrie.

Después de que su padre fuera asesinado cumpliendo su deber como carcelero en Guthrie, John pensó que su familia tendría mejores oportunidades en la nueva ciudad de Tulsa, en pleno desarrollo. John construyó, desarrolló y se convirtió en el dueño del Hotel Emerson, en la Avenida Greenwood.

Mientras se producía la masacre en la madrugada del 31 de mayo de 1921, John y su hija se refugiaron bajo las vías del tren. Cuando sintieron que era seguro salir, regresaron a su hogar en un hotel en ruinas. Había sido saqueado. Tras la masacre, John construyó un segundo hotel que tenía escaparates para negocios al nivel de la calle y habitaciones en el piso superior. También fundó la compañía de taxis Bluebird en 1924. John expandió sus activos financieros con la construcción de más de 140 viviendas en la región metropolitana de Tulsa. También fue el dueño de una gran explotación ganadera. Tuvo cinco hijos.

John Reggin Emerson Sr. fue homenajeado a título póstumo por la North Tulsa Heritage Foundation en 2001. Sus aportaciones antes y después de la masacre racista fueron claves para el desarrollo inicial de Tulsa y su reconstrucción después.

Yo me he enterado de la matanza en los últimos 15 años. Fue omitida de los libros de texto y estuvo prohibido hablar de ella durante décadas.

La riqueza negra que existía antes de la masacre de 1921 ya no se encuentra en Tulsa. El norte de Tulsa, donde reside la mayoría de la población negra, ha sido un desierto alimentario desde hace más de una década. La esperanza de vida es mucho menor para los negros que para los blancos. No hay hospitales. Para ver cómo ha afectado la masacre a nuestra comunidad, basta con mirar el norte de Tulsa.

“La discriminación racial sigue destruyendo Tulsa”

Kristi Williams (activista comunitaria y presidenta de la Comisión de Asuntos Afroamericanos de la región metropolitana de Tulsa)

Mi tía bisabuela Janie Edwards estaba en una cita secreta en el Teatro Dreamland cuando sucedió la masacre. Pudo escapar junto a su acompañante y corrieron al pueblo cercano de Claremore. Tardó ocho años en armarse de valor para regresar a Tulsa.

De niña, mi familia siempre contaba historias sobre la experiencia de mi tía como antigua esclava de la nación indígena Creek y víctima de la masacre racista de Tulsa en 1921. Un día, mientras veía la televisión, escuché a Don Ross, un antiguo legislador del estado, hablar sobre la historia de Greenwood y de la masacre. Fue entonces cuando entendí que esa era la historia que había escuchado de niña sobre mi tía Janie. En aquel momento supe lo que debía hacer.

La masacre de 1921 en Tulsa ha afectado a mi familia y a mi comunidad directamente de varias formas. Ha tenido efectos en cadena que van desde el sistema judicial a la pérdida de tierras, hogares y negocios. En la década de 1920, el 30% de los negros eran dueños de sus hogares, frente al 35% de los blancos. Hoy, los propietarios negros son el 32% y los blancos, 57,9%.

La discriminación racial en la tasación de las propiedades y el enriquecimiento que desplaza a los antiguos vecinos han continuado la destrucción de Greenwood y de la comunidad negra aquí en Tulsa. Para enfrentarnos a esta historia, necesitamos reparaciones en forma de dinero y tierras. A la vez, necesitamos políticas que terminen con la discriminación racial en las tasaciones de las propiedades y en los préstamos, y que apoyen a los negocios, la salud y la educación de la población negra.

Tras el centenario de la masacre racial de Tulsa en 1921, las cámaras se irán, los periodistas pasarán a la siguiente historia popular, pero yo seguiré aquí. Nunca dejaré de luchar por mi comunidad ni por mis antepasados.

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Red Summers es un proyecto de videos 360 producido por el artista y realizador audiovisual Bayeté Ross Smith, sobre la historia no contada del terrorismo racial en Estados Unidos entre 1917 y 1921. El proyecto es financiado por Black Public Media, Eyebeam, el Instituto Sundance, Crux XR y la Open Society Foundations.

Traducido por Ignacio Rial-Schies

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