Un rebelde contra el fracking y el maltrato animal infiltrado en Hollywood
James Cromwell, actor veterano, nominado al Oscar y estrella en las películas L.A. Confidential y La milla verde, enumera todo lo que odia de Hollywood. “No me gusta el sistema”, señala: “No me gusta lo que hace a las personas. No me gustan sus valores. No me gusta su clasismo. No me gusta la desigualdad salarial, entre los hombres y las mujeres, y entre los hombres y los hombres”. Sonríe. “Estoy resentido con Hollywood”, reconoce.
Uno puede pensar que a sus 78 años Cromwell ya se ha librado de las típicas inhibiciones de la juventud que te impiden decir lo que piensas. Explica que siempre se ha sentido fuera de lugar, sobre todo cuando empezaba.
“Tenía problemas con la autoridad y me convertí en alguien bastante impopular en prácticamente todos los teatros”. No solo era “rematadamente estúpido”, sino que además tenía mal genio. Durante el rodaje de L.A. Confidential en 1997, Cromwell discutió con el director, Curtis Hanson, sobre una frase del guión. “Le envié a la mierda”, recuerda: “Pateé el suelo, golpeé un vehículo”.
Se ha casado tres veces, tiene cuatro hijos ya adultos y ahora vive con su esposa Anna en una cabaña situada en el norte del Estado de Nueva York, que en el momento de esta entrevista con The Guardian está cubierto por la nieve. Cromwell abre la puerta de la casa, una imponente figura de dos metros de altura con el rostro de una estatua de la isla de Pascua, saluda con un “hola” y luego se da la vuelta para llevar más troncos a la chimenea.
La gente lo para por la calle para decirle: “No me lo digas. ¿Dónde te vi? ¡Eres ese tipo!”. Debido a su activismo ha sido detenido en numerosas ocasiones. Explica que la última vez que fue a la cárcel, por manifestarse en contra del fracking (la técnica de fractura hidráulica para extraer petróleo y gas), “todos me reconocían. Decían, 'mirad, el tipo de La milla verde!'. Siempre he sido el tipo”.
Para su regocijo, probablemente el papel más conocido que ha interpretado sea el del granjero Hogget en Babe, el cerdito valiente, sobre un gracioso cerdo que quiere ser pastor de ovejas. La hizo cuando tenía 55 años y fue un éxito inesperado (de hecho, las expectativas eran tan bajas que Universal ni siquiera la estrenó en Hollywood y obligó a los críticos a verla si querían asistir al pase de Apollo 13).
Relacionarse con los lechones durante el rodaje hizo que reflexionara sobre los derechos de los animales. No solo se hizo vegano sino que además se convirtió en defensor de la causa. Más recientemente, ha hecho puesto la voz en off del documental Farm to Fridge (De la granja a la nevera), sobre las horribles condiciones de los mataderos, y en 2013 le detuvieron por protestar contra las pruebas con animales. El año pasado, lo volvieron a detener tras interrumpir un espectáculo de orcas en el parque temático Sea World y pasó tres días en la cárcel, ya que se negó a pagar una multa de 375 dólares.
Guerrero contra el 'fracking'
Desde hace muchos años, actuar ha pasado a un segundo término y es, principalmente, un activista. Aunque te puede contar una anécdota de cómo se coló en una fiesta de Hollywood y estuvo charlando con los actores Michael Caine y Sean Connery cerca de la piscina, lo cierto es que todavía le gusta más poder dar información del estilo “el metano es un gas de efecto invernadero 87 veces más potente que el CO2”. Y luego te contará que el fracking ha ido penetrando sigilosamente en Estados Unidos.
Su problema, como para cualquier otro activista, es que una mayoría de la población preferiría escuchar sus anécdotas de Hollywood. Sí, reconoce, es fácil no prestar atención a las críticas al fracking, hasta que afecta tu vida, tus hijos y tu agua. Entonces, se convierte en un problema real. La gran pregunta es si la población se percatará de la importancia de estas cuestiones a tiempo. “Porque llegará un momento en el que la madre naturaleza se girará y nos dará un bofetón”, sentencia.
El activismo político de Cromwell se remonta a su infancia. Creció en Connecticut, donde su familia se mudó después de que su padre, un cineasta que hizo más de 57 películas, fue incluido en la lista negra de posibles comunistas durante la caza de brujas de la era McCarthy. Su madre era actriz pero no volvió a actuar tras su divorcio.
Su padre comenzó una nueva carrera en la escena teatral de Nueva York. “Nunca perdió su mejor virtud como cineasta, la de sentirse parte de una comunidad de artistas que se ayudaban unos a otros y daban importancia a su trabajo. Nunca vio esta actitud en los estudios de Hollywood. Todos los amigos de mi padre le dieron la espalda. Pasaban por su lado y no lo saludaban”, afirma Cromwell. Puntualiza que su padre, John Cromwell, no era comunista, sino un progresista.
De gira teatral por el Sur
La primera prueba de fuego para un joven Cromwell fue trabajar en la obra Esperando a Godot, que se fue de gira por los estados sureños, donde todavía imperaba la segregación racial, en el momento más álgido del movimiento de defensa de los derechos civiles. En 1963, la compañía actuó en Mississippi, Alabama, Tennessee y Georgia, delante de un público predominantemente de raza negra, ocasionalmente rodeados de guardas armados por miedo a que los racistas blancos pudieran atacar el lugar.
De hecho, recuerda, la mayoría de lugareños blancos no los tomaron en serio y pensaron que se trataba de una compañía teatral que representaba obras esotéricas ante un público negro. En cambio, señala, el público negro sureño que fue a ver la obra tuvo reacciones mucho más sofisticadas que el público blanco de los estados del norte del país “y en el norte la habíamos representado muchas veces”.
El actor recuerda que el público “entendió la obra de inmediato. De hecho, durante el intermedio de una representación en Indianola, una defensora de los derechos civiles muy conocida, Fannie Lou Hamer, se dirigió al público y dijo: ‘Quiero que prestéis atención porque no somos como estos dos hombres. Nosotros no estamos a la espera de nada. No nos están dando nada, nosotros vamos a tomar lo que nos pertenece‘”.
A Cromwell lo han detenido en numerosas ocasiones. La primera, en una manifestación en contra de la Guerra del Vietnam en 1971. En enero pasado, asistió a la Marcha de las Mujeres en Washington y le pareció muy pacífica y abierta a todo tipo de personas. “Estoy en una posición bastante extraña”, indica, “ya que lo único que puedo ofrecer es una fama relativa. De hecho, no tengo ningún reparo en hacerlo y me gusta dar un uso provechoso a una circunstancia tan ridícula”. “Sin embargo, no siempre esto es lo que se necesita”, puntualiza. “Lo que necesitamos son personas que movilicen la comunidad”.
La única vez que dudó
Por la presencia de su padre en la lista negra, ¿ha dudado alguna vez en participar una protesta porque eso podría afectar a su carrera en Hollywood?
Sonríe y tras una larga pausa afirma: “En una ocasión. Alguien contactó conmigo en Los Angeles para que me implicara en las protestas para proteger los humedales de Ballona. Querían urbanizarlos. Uno de los promotores era Steven Spielberg, que quería trasladar su estudio cinematográfico allí. Fui a los humedales y los recorrí. Era un paisaje increíble, mágico. Así que les dije, de acuerdo, lo haré”.
Poco después le llamó un actor y le dijo: “Jamie, probablemente ya no existen las listas negras pero supongamos que alguien menciona tu nombre en Dream Works, la compañía de Spielberg, y te propone para un papel y entonces otro pregunta, ‘¿pero este no es el tipo que impidió que construyéramos un edificio nuevo?’”.
“Y entonces pensé ‘¡mierda! Todos estos escolares y universitarios confían en mí. Así que los llamé y les dije ‘os daré dinero y participaré en las protestas pero no puedo ser el portavoz de la causa porque podría tener problemas con la industria’. Una semana más tarde leo un artículo sobre un famoso que se ha encadenado a una de las vallas de los humedales. Resultó ser Martin Sheen. Pensé ‘¡Maldita sea!’”.
¿Cómo se sintió? “Me sentí como un capullo aunque Martin no podía tener problemas porque es una estrella y la serie El Ala Oeste de la Casa Blanca estaba en su mejor momento. Yo nunca he sido una gran estrella. Sí me percaté que me había acobardado y decidí que nunca más me iba a tirar atrás por miedo”.
Y no lo ha hecho. No ha parado de trabajar. Se considera afortunado ya que ha participado en algunas de las películas más importantes de los últimos 20 años, como The Artist, El escándalo de Larry Flynt y este verano, una nueva entrega de Parque Jurásico.
Sin embargo, la amarga sensación que sintió cuando creyó no haber sido fiel a sus principios nunca lo ha abandonado. Cuando él y Anna, una actriz con la que se casó cuatro años atrás pero que conoce desde hace 35 años, se mudaron al norte del Estado de Nueva York, lo primero que él le preguntó fue: ¿Quieres comprometerte?“.
Se refería al activismo local, ya que “seguro que tienen causas por las que luchar”. No tardaron en encontrar la suya: una central eléctrica que, según los activistas, podría estar funcionando con fracking e integrar una enorme red semiclandestina: “Si ves un mapa del país y la infraestructura de 300 centrales que están planeando, es como una telaraña que cubre todo Estados Unidos. No es inofensiva”. Él ya está alerta, con los ojos abiertos, preparado para luchar.