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The Guardian en español

Las grandes preguntas sobre la identidad de género para las que la ciencia aún no tiene respuesta

Ecografía

Ian Sample

Pocas cuestiones científicas están tan llenas de tensión como las que se refieren al género. En el peor de los casos, la política desalienta a investigadores y financiadores, y deja a las personas que se necesitan para ser parte de las investigaciones con una sensación de desconfianza. Como resultado, la mayoría de las respuestas que ha dado la ciencia se reducen a las cuestiones más básicas y menos controvertidas: cómo es que las niñas nacen niñas y los niños nacen niños. Pero todavía no se sabe con seguridad por qué una persona biológicamente mujer se siente hombre, o viceversa.

“Es la gran pregunta en este momento”, afirma Qazi Rahman, director de una investigación sobre salud mental LGTB en el King’s College de Londres. “Sabemos mucho más sobre cómo la naturaleza moldea la orientación sexual, y mi punto de vista científico es que la educación influye muy poco, si acaso algo, en la conformación de la orientación sexual. Pero no sabemos casi nada sobre cómo una persona llega a sentirse transgénero”.

Los embriones comienzan a definirse como masculinos o femeninos entre la sexta y la octava semana de gestación. En ese momento, los que tienen activo un gen llamado SRY, generalmente ubicado en el cromosoma Y, comienzan a producir testosterona, la hormona del sexo masculino. Sin una cierta cantidad de esa hormona, el embrión será femenino. Con la testosterona comienza la masculinización. Es la bifurcación de un camino que determina la anatomía y fisiología de la persona, y potencialmente su comportamiento.

Cuando llegan a la pubertad, el 75% de los niños y niñas que se han cuestionado su género se identifican con el que les fue asignado en el útero materno. Pero para otros, ¿qué hace que se genere la clara e ineludible sensación de se les ha asignado el género equivocado? Probablemente los genes y las sustancias a las que está expuesto el feto durante la gestación tengan algo que ver, pero todavía no está claro hasta qué punto son determinantes.

El escáner cerebral de personas trans sugiere que hay ciertos apuntalamientos biológicos, pero aunque el tema se investiga desde los años noventa, la información certera todavía es poca. En general, los estudios indican que el cerebro de una persona trans no es completamente masculino ni femenino, sino que contiene regiones y sistemas que se masculinizan o feminizan selectivamente. Todavía queda por aclarar si estas diferencias son a corto plazo o permanentes, o si cambian tras pasar por tratamientos hormonales, entre muchas otras preguntas.

Además, existe evidencia de que el condicionamiento social puede tener algún papel en la identidad de género. Cuando una persona nace intersexual y se le aplica un tratamiento en edad temprana para que sea de sexo femenino, generalmente crece sintiéndose mujer, y viceversa. “Mucho del condicionamiento sucede muy pronto, y podría incluso comenzar en la última fase de la vida intrauterina”, señala Robin Lovell-Badge, director del departamento de genética del desarrollo y biología con células madre del Instituto Francis Crick en Londres.

La política sexual es un tema muy delicado y eso dificulta las investigaciones, pero no es el único obstáculo al que se enfrentan los científicos. La proliferación de palabras para describir la identidad de género suma más complicaciones: los científicos necesitan saber si esos términos son construcciones psicológicas estables, dice Rahman. “No significa que no sean términos reales o importantes para las personas, pero los investigadores tenemos que cuestionar esta terminología a fondo para ver si representa un cambio de base verdadero y si está conectada de alguna forma real a identidades no heterosexuales o transgénero”.

La situación podría ser aún más complicada. La identidad sexual de una persona se puede entender como producto de cuatro factores relacionados: su sexo biológico, su orientación sexual, el género del que se siente y el género que domina su comportamiento. “Habrá personas en cualquiera de esos cuatro espectros diferentes”, afirma Lovell-Badge, “así que es difícil tener una terminología que encaje bien a todo el mundo”.

Rahman indica que la clave está en el cruce entre factores fisiológicos y psicológicos. “En un sentido más profundo, mostrar diferencias cerebrales o encontrar diferencias genéticas no es para nada sorprendente. La gran pregunta es cómo estas influencias biológicas moldean el sentido percibido de la identidad de género”, señala.

“¿Cómo hacen las hormonas sexuales prenatales para formar los circuitos cerebrales en desarrollo que controlan tu sentido de la identidad de género? ¿Dónde está esa red? ¿Cómo funciona y cómo se configura con el tiempo, desde la primera infancia, pasando por la infancia hasta la adolescencia y llegando a la juventud? ¿Y por qué en algunas personas este proceso termina dando un resultado diferente del sexo asignado al momento de nacer?”.

“La respuesta es que no lo sabemos”.

Traducción de Lucía Balducci

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