La izquierda de Corbyn es la que va a desterrar el 'thatcherismo' de Reino Unido
La auto-inmolación tory es todo un espectáculo. Semanas atrás, realmente creían que estaban a punto de extinguir a los laboristas como una fuerza electoral efectiva. Ahora tienen un líder sin ninguna autoridad; cada día serán más tóxicos por sus alianzas con los homófobos, antiabortistas, fundamentalistas y negadores del cambio climático del DUP; también se avecina una guerra civil entre liberales que quieren permanecer en la UE, los que apuestan por un Brexit duro y los fanáticos del DUP; por un lado está la maraña de las negociaciones del Brexit y, por otro, el gobierno británico es el hazmereír de Europa. El tiempo corre en contra de los tories tanto con los salarios como con la economía. Cada día se traduce en miles de jóvenes cumpliendo 18 años en el país, esto es, miles de nuevos votos para los laboristas. Los laboristas ya cuentan con un importante liderazgo en las encuestas y, sin embargo, los tories no dejan de caer.
¿Qué pasa ahora con los laboristas mientras los tories dan tumbos entrando en pánico enredados en sus propios restos teñidos de arrogancia? En la prensa aparecen todos los días informaciones que señalan que los llamados “moderados” están reunificando el 'gobierno en la sombra' –las portavocías de las diferentes carteras– por los intereses de la unidad del partido. Este término, “moderado” (el cual de alguna manera sugiere que la izquierda es peligrosa y extremista), debe ser abandonado para siempre. Después de todo, si cerca de 13 millones de británicos votaron a los laboristas liderados por Jeremy Corbyn, parece poco factible decir que todas estas personas fueran extremistas. ¿Habría que traer de vuelta al ala derecha del partido dentro del gabinete en la sombra? Como regla general, seguramente no: y no por razones de venganza a una parte del equipo de Corbyn, sino por una cuestión de política eficaz.
Primero porque significaría inevitablemente degradar a aquellos que han demostrado ser un equipo exitoso. Segundo porque el laborismo necesita a gente que aparezca en televisión para defender apasionadamente y convincentemente las políticas de su programa. Que defiendan la propiedad pública de la energía, el agua o el ferrocarril, por ejemplo, o el final de las tasas académicas. Serán arrinconados por los entrevistadores en dichas políticas. ¿Realmente crees en ello? ¿Realmente? Y si está claro que no –si les falta entusiasmo o las dudas son obvias–, ¿qué impresión dejará esto en los votantes? Por eso es por lo que Clive Efford –él mismo renunció al gabinete en la sombra– está en lo cierto al sugerir que el primer equipo de los laboristas debería quedarse como está.
El blairismo, el Nuevo Laborismo (o como quieras llamarlo) está muerto. Para ser francos, debía su hegemonía a la desesperanza: a la idea de que las políticas socialistas eran veneno electoral y a que ofreciendo estas políticas a los británicos solo se conseguiría una victoria tory apabullante. La idea de que el centrismo tecnocráta en estas elecciones habría movilizado a los votantes como lo hizo Corbyn es de necios. No, los laboristas no ganaron, pero obtuvieron la mayor subida en votos desde Clement Attlee en 1945 y está mucho más cerca del gobierno de lo que estaba, a pesar de estar cojeando por culpa de obstáculos como la pérdida de Escocia antes de que Corbyn asumiera el liderazgo laborista. La idea, por tanto, de que el centrismo es la única vía para optar a la victoria electoral queda enterrada.
Sin embargo, yo diría lo siguiente. Cuando los laboristas sufrieron varias derrotas en los años 80, se esperaba que la izquierda llevase a cabo autopsias para entender los fallos del propio partido. La izquierda fue vilipendiada erróneamente por entregar el país al thatcherismo. Desde que Corbyn se presentó por primera vez para ser el líder del partido, toda persona que lo ha apoyado ha sido tachada de devoto engañado.
Mientras que muchos analistas centristas estarían, digamos, dispuestos a hacer el esfuerzo de entender a los seguidores del Ukip y lo que les hace funcionar, probablemente no extenderían esa deferencia analítica con la izquierda. Sin duda, ahora los centristas deberían revisar su propio sistema de creencias a la luz de los resultados de las elecciones: las políticas socialistas no son automáticamente una ruina electoral. Y sí, para evitar que se me acuse de hipócrita, tengo que diseccionar mis propios fallos de izquierdista que se desilusionó con el liderazgo laborista.
Es importante distinguir entre los dos tipos de parlamentarios laboristas que existen. Por un lado están los que no tienen objeción alguna sobre las promesas del programa laborista, pero tenían dudas sobre si estas políticas podrían lograr apoyos. Por otro, los que también tenían sus dudas sobre si estas políticas podrían triunfar, pero no querían que estas políticas ganasen aunque eso fuera posible. Esta es la posición de Tony Blair: en el año 2015, dijo que “no quería ganar en una plataforma izquierdista desfasada. Incluso si creyera que es el camino hacia la victoria, no la utilizaría”. La opción de Blair representa a una minoría de parlamentarios. Y ahí es donde residen las bases para la unidad en torno a una agenda socialista genuina.
No, el Partido Laborista no debe sucumbir a su propia arrogancia. No debe ser complaciente. Los tories pueden ser una máquina electoral brutalmente efectiva y cuentan con el apoyo de casi toda la prensa británica. Pero el actual equipo laborista –con un proyecto inspirador– ha llevado al partido más cerca del gobierno de lo que la mayoría esperaba. Y si los tories siguen con su caída en picado –y los laboristas siguen promoviendo su mensaje optimista, respaldado por un movimiento de base nacional– piensa en lo que se podría conseguir. Tanto Attlee como Margaret Thatcher lideraron gobiernos de cambio que establecieron un nuevo acuerdo político en Reino Unido. Quién sabe. Quizá el tercer gobierno de cambio está llegando: uno que podría erradicar el thatcherismo de la sociedad británica de una vez por todas.
Traducido por Cristina Armunia Berges