Un pueblo italiano profesionaliza la figura de los jubilados vigilando obras: “Sientes que haces algo útil”
Roberto Cremona afirma que en su círculo de amigos hay uno o dos umarell, una palabra acuñada en Italia para describir a los jubilados a los que les gusta observar las obras de su localidad, juzgando y dando consejos que nadie les ha pedido. “Cuando quedamos para tomar un café, suelen decir: '¿has visto esa obra de ahí? Están haciendo esto o aquello mal, podríamos hacerlo mejor. Hay muchas personas así en todos sitios”.
El escritor italiano Danilo Masotti acuñó el término umarell en 2005 y tiene su origen en umarèl, una palabra del dialecto de su ciudad natal, Bolonia, que significa “hombrecito” o “tipo pequeño”.
A medida que las escenas de estos entrometidos pensionistas, especialmente apasionados por las obras viarias, se hicieron más notorias en toda Italia, la palabra cobró vida propia, llegando incluso a aparecer en un anuncio de Burger King en 2016 en respuesta a las incesantes preguntas de los umarell de Milán sobre cuándo finalizaría la construcción de las nuevas instalaciones de la empresa. Más tarde, en 2021, la palabra entró en el diccionario italiano.
Los umarell suelen actuar en grupo, normalmente después de haber desayunado juntos en un bar. Según los estereotipos, suelen llevar un anorak, una gorra y fisgonean en las obras con las manos entrelazadas a la espalda.
Aunque el término umarell se ha popularizado en Italia, esta figura existe en muchos otros países, incluido España.
Cremona marca distancias con los verdaderos umarell de Villasanta, localidad cercana a Monza, en la región de Lombardía, al norte de Italia, después de que su alcalde, Lorenzo Galli, decidiera capitalizar el tiempo y la curiosidad de los jubilados locales reclutándolos para supervisar las obras públicas e informar de cualquier imperfección.
Cremona, junto con siete amigos, entre ellos una mujer, Gabriella Garatti, se presentó rápidamente como candidato al puesto de voluntario y consiguió el trabajo. Explica que el puesto requiere capacidad para resolver problemas y no se trata de ofrecer consejos no deseados. Cremona, de 69 años, afirma que sintió “una llamada” para contribuir en el mantenimiento de una ciudad con pocos recursos.
Cada voluntario tiene asignada una zona de la localidad y trabaja en turnos de dos o tres horas para identificar los problemas que hay que arreglar, ya sea un bache o una farola defectuosa, e inspeccionar el progreso de las obras en las carreteras o asegurarse de que el corte de hierba está a la altura.
Son, en esencia, umarell profesionales. Pero Galli no lo define así.
El alcalde puntualiza que “un umarell típico es un señor jubilado que por las mañanas tiene poco que hacer y por eso visita las obras, quizá porque tiene nostalgia de cuando trabajaba”.
De hecho, la primera regla del trabajo es que no deben ser una molestia para los obreros de la construcción profesionales.
Galli se muestra satisfecho, ya que se trata de un grupo de voluntarios con experiencia, conocimientos técnicos y un profundo conocimiento de Villasanta, una localidad de 14.000 habitantes que se enorgullece de estar llena de lugareños que se implican. Cremona, por ejemplo, es un exconcejal, mientras que Garatti fue teniente de alcalde.
La molestia de los verdaderos umarell
En uno de sus primeros turnos, Garatti, que suele moverse en bicicleta, observó unos baches causados por el deficiente tendido de cables de fibra óptica y un cruce totalmente desprovisto de señalización. “Podría haber sido peligroso”, afirma.
En un paseo en coche por Villasanta, señalaron setos descuidados y aceras torcidas antes de detenerse a comprobar si un jardinero estaba segando el césped correctamente. Charlaron unos minutos con Fabrizio, el cortador profesional, y comprobaron que cumplía con la normativa.
Fabrizio se muestra satisfecho de contar con la presencia de los voluntarios para “controlar las cosas” y, al mismo tiempo, mantener a raya a los umarell no profesionales. “Pueden ser molestos”, reconoce: “Sobre todo cuando se fijan en un problema que no existe”.
Cremona, Garatti y sus seis colegas se toman muy en serio su papel y están especialmente entusiasmados con el reciente encargo de desarrollar las instalaciones de aparcamiento de la ciudad.
Sin embargo, su mayor reto es mantener la rotación semanal, ya que el equipo tiene que compaginar otros compromisos, como acudir a una cita médica o cuidar de los nietos. Sergio, por ejemplo, tuvo que saltarse un turno para ir a Suiza a conocer a un nuevo nieto.
“Siempre lo resolvemos entre nosotros y nos aseguramos de que haya alguien que nos cubra”, explica Garatti.
La iniciativa de Villasanta es bastante singular en Italia, aunque las empresas constructoras de otros lugares, por ejemplo Pescara (Abruzos), han acomodado su umarell colocando paneles transparentes en las vallas de la obra para que los observadores tengan mayor comodidad.
A la pregunta de qué es lo que más le satisface de su trabajo, Garatti responde: “Contribuir a mantener el decoro en Villasanta y es gratificante cuando la gente elogia tu trabajo”.
Cremona, por su parte, se siente satisfecho cuando se resuelven los problemas. “Pero, sobre todo, sientes que haces algo útil para la sociedad y para ti mismo: estás haciendo algo valioso con tu tiempo en lugar de sentarte delante de la tele o quejarte, como hacen los verdaderos umarell”.
Traducido por Emma Reverter
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